Las Sagradas Escrituras, el Magisterio y la tradición de la Iglesia, como el arte religioso desde antes de Cristo, afirman con firmeza que los ángeles son reales.
El Cuarto Concilio de Letrán (celebrado en 1215, mucho antes de la Reforma Protestante) declaró que la creencia en los ángeles guardianes está implícita en las escrituras. Y el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 328 nos advierte que “la existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición”.
Según la Escritura, los Ángeles son mensajeros de Dios, "poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra" (Sal 103,20), al servicio de su plan de salvación, "enviados para servir a los que deben heredar la salvación" (Heb 1,14).
No son pocos los episodios de la vida de Jesús en los que los Ángeles tienen una función particular: el Ángel Gabriel anuncia a María que concebirá y dará a luz al Hijo del Altísimo (cfr. Lc 1,26-38) y de manera semejante, un Ángel revela a José el origen sobrenatural de la maternidad de la Virgen (cfr. Mt 1,18-25); los Ángeles llevan a los pastores de Belén la alegre noticia del nacimiento del Salvador (cfr. Lc 2,8-14); el "Ángel del Señor" protege la vida del niño Jesús amenazado por Herodes (cfr. Mt 2,13-20); los Ángeles asisten a Jesús en el desierto (cfr. Mt 4,11) y lo confortan en la agonía (cfr. Lc 22,43), anuncian a las mujeres que se habían dirigido a la tumba de Cristo que "ha resucitado" (cfr. Mc 16,1-8) e intervienen en la Ascensión, para revelar su sentido a los discípulos y para anunciar que "Jesús... volverá un día del mismo modo que le habéis visto ahora subir al cielo" (Hech 1,11).
A los fieles no se les oculta la importancia de la advertencia de Jesús, de no despreciar a uno solo de los pequeños que creen en Él, "porque sus Ángeles en el cielo ven siempre el rostro del Padre" (Mt 18,10), y de las consoladoras palabras según las cuales "hay alegría entre los Ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte" (Lc 15,10). Finalmente, saben que "el Hijo del hombre vendrá en su gloria con todos sus Ángeles" (Mt 25,31) para juzgar a los vivos y a los muertos y llevar la historia a su consumación.
Una de las devociones forjada en la piedad popular a lo largo de los siglos es la creencia -nutrida por las Sagradas Escrituras y el Magisterio de la Iglesia- en el Ángel de la Guarda. Ya san Basilio Magno (+379) enseñaba que "todo fiel tiene a su lado un Ángel como protector y pastor, para llevarlo a la vida". Esta antigua doctrina se fue consolidando poco a poco desde sus fundamentos bíblicos y patrísticos, y dio origen a diversas expresiones de piedad, hasta encontrar en san Bernardo de Claraval (+1153) un gran maestro y un apóstol insigne de la devoción a los Ángeles Custodios. Para él son demostración de que "el cielo no descuida nada que pueda ayudarnos", por lo cual pone "a nuestro lado estos espíritus celestes para que nos protejan, nos instruyan y nos guíen".
La devoción de los fieles en todo el orbe ha promovido una querida oración que fortalece ese íntimo vínculo entre el alma humana y su Ángel de la Guarda designado por Dios (Ángel de mi Guarda dulce compañía no me desampares de noche ni de día. No me dejes sólo que me perdería).
Sin embargo, con el pretexto de fortalecer ese vínculo hay quienes equivocadamente ponen en riesgo espiritual a los fieles sugiriendo o directamente recomendando fórmulas para conocer el nombre del Ángel de la Guarda.
Jamás se debe intentar tal práctica, tal cual lo advierte la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en el numeral 217 del Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia:
“Hay que rechazar el uso de dar a los Ángeles nombres particulares, excepto (los arcángeles) Miguel, Gabriel y Rafael, que aparecen en la Escritura”.
El 30 de septiembre de 2020, el Santo Padre sugirió acudir frecuentemente a los ángeles de la guarda para que “nos ayuden a mantener la mirada fija en Jesús”.
Durante la Audiencia General en el patio de San Dámaso del Vaticano, el Papa sugirió acudir a ellos “en todas las situaciones de nuestra vida”.
“Acudamos a ellos frecuentemente en la oración, para que nos socorran en todas las situaciones de nuestra vida y nos ayuden a mantener la mirada fija en Jesús, nuestra única salvación”, dijo el Papa Francisco.