“Su tristeza se cambiará en alegría”. Esta promesa de Jesús a sus discípulos fue el centro de la homilía del Papa Francisco en la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta la mañana de este viernes 30 de mayo. El Pontífice proclamó que la alegría de los cristianos es “alegría en esperanza”.
“San Pablo era muy valiente, porque tenía la fuerza del Señor. Ciertamente, algunas veces también el Apóstol de las gentes tenía miedo. Nos sucede a todos nosotros en la vida que tengamos un poco de miedo. Y nos preguntamos si no sería mejor bajar un poco el nivel y no ser tan cristianos y buscar un compromiso con el mundo. Pero Pablo sabía que cuanto él hacía no les gustaba a los judíos ni a los paganos, pero no se detiene y por eso debe soportar problemas y persecuciones. Y esto nos hace pensar en nuestros miedos, en nuestros temores”.
“También hay otra tristeza –apuntó el Vicario de Cristo–: la tristeza que nos llega a todos nosotros cuando vamos por un camino que no es bueno. Dicho en forma sencilla, cuando vamos a comprar la alegría, la alegría, esa del mundo, esa del pecado, al final hay un vacío dentro de nosotros, hay tristeza. Y ésta es la tristeza de la mala alegría. La alegría cristiana, en cambio, es alegría en esperanza, que llega”:
“Pero en el momento de la prueba nosotros no la vemos. Es una alegría que es purificada por las pruebas y también por las pruebas de todos los días: ‘Su tristeza se cambiará en alegría’. Pero cuando vas a visitar un enfermo o una enferma que sufre tanto es difícil decir: ‘¡Ánimo! ¡Coraje! ¡Mañana tendrás alegría!’. ¡No, no se puede decir! Debemos hacerla sentir como la hizo sentir Jesús. También nosotros, cuando estamos precisamente en la oscuridad, que no vemos nada: ‘Yo sé, Señor, que esta tristeza se cambiará en alegría. ¡No sé cómo, pero lo sé!’. Un acto de fe en el Señor. ¡Un acto de fe!”
“Para comprender la tristeza que se transforma en alegría – dijo más adelante el Papa – Jesús toma el ejemplo de la mujer que da a luz: Es verdad, en el parto la mujer sufre tanto, pero después, cuando el niño está con ella, se olvida. Lo que queda, por tanto, es la alegría de Jesús, una alegría purificada. Esa es la alegría que queda. Una alegría escondida en algunos momentos de la vida, que no se siente en los momentos feos, pero que viene después: una alegría en la esperanza. Éste, por tanto, es el mensaje de la Iglesia de hoy: ¡no tener miedo!”