Al mediodía del domingo 13 de agosto, XIX Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre Francisco antes de rezar la oración mariana del Ángelus junto a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, comentó el relato del Evangelio según San Mateo, que la liturgia presenta para el día de hoy, donde describe el episodio en el que Jesús, después de haber rezado durante toda la noche a las orillas del lago de Galilea, se dirigió hacia la barca de sus discípulos, caminando por las aguas. Los discípulos al verle, lo confundieron con un fantasma y se llenaron de miedo. Jesús les pide que no tengan miedo y Pedro, baja de la barca para caminar por el agua hacia Jesús, y debido al fuerte viento se empieza a ahogar… pero Jesús le tiende la mano y le salva.
El Papa Francisco relata este episodio para hacer ver que este suceso nos enseña acerca de la fe. “La barca es la vida de cada uno de nosotros y es también la vida de la Iglesia”, mientras que “el viento contrario representa las dificultades y las pruebas”, dijo el Pontífice desde el balcón de la Plaza de San Pedro.
“ A Pedro no le bastaba la palabra segura de Jesús, que era como la cuerda extendida a la cual aferrarse para hacer frente a las aguas hostiles y turbulentas” dijo el Vicario de Cristo, asegurando que es algo que también nos puede pasar a nosotros, porque “cuando no te aferras a la palabra del Señor, y consultas horóscopos y adivinos, uno se empieza a hundir”.
Además, el Santo Padre aseveró que la fe en el Señor y en su palabra no nos abre un camino donde todo es sencillo y tranquilo, es decir, no es una escapatoria de los problemas de la vida, pero nos sostiene en el camino y le da un sentido.
Antes de concluir, el Papa encomendó a la Virgen María “para que nos ayude a persistir firmemente en la fe y así soportar las tormentas de la vida”.
Texto y audio completo de las palabras del Papa Francisco en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, la página del Evangelio (Mt 14,22-33) describe el episodio de Jesús que, después de haber orado toda la noche en la orilla del lago de Galilea, se dirige hacia la barca de sus discípulos, caminando sobre las aguas. La barca se encontraba en medio del lago, bloqueada por un fuerte viento contrario. Cuando ven venir a Jesús caminando sobre las aguas, los discípulos lo confunden con un fantasma y se aterrorizan. Pero Él los tranquiliza: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!» (v. 27). Pedro, con su típica ímpetu, le dice: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua»; y Jesús lo llama «Ven» (vv. 28-29). Pedro, bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero a causa del viento se agitó y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «Señor, sálvame». Y Jesús le tendió la mano y lo sostuvo (vv. 30-31).
Esta narración del Evangelio contiene un rico simbolismo y nos hace reflexionar sobre nuestra fe, sea como individuos, sea como comunidad, también la fe de todos los que estamos hoy, aquí en la Plaza. La comunidad eclesial, esta comunidad eclesial, ¿tiene fe? ¿Cómo es la fe de cada uno de nosotros y la fe de nuestra comunidad? La barca es la vida de cada uno de nosotros pero es también la vida de la Iglesia; el viento contrario representa las dificultades y las pruebas. La invocación de Pedro: «Señor, mándame ir a tu encuentro» y su grito: «Señor, sálvame» se asemejan tanto a nuestro deseo de sentir la cercanía del Señor, pero también el miedo y la angustia que acompañan los momentos más duros de nuestra vida y de nuestras comunidades, marcadas por fragilidades internas y por dificultades externas.
A Pedro, en ese momento, no le bastó la palabra segura de Jesús, que era como la cuerda extendida a la cual sujetarse para afrontar las aguas hostiles y turbulentas. Es lo que nos puede suceder también a nosotros. Cuando no nos sujetamos a la palabra del Señor, sino para tener seguridad, para tener más seguridad se consultan horóscopos y adivinos, se comienza a hundir. La fe no es tan fuerte. El Evangelio de hoy nos recuerda que la fe en el Señor y en su palabra no nos abre un camino donde todo es fácil y tranquilo; no nos quita las tempestades de la vida. La fe nos da la seguridad de una Presencia – no olviden esto: la fe nos da la seguridad de una Presencia, esa presencia de Jesús – una Presencia que nos impulsa a superar las tormentas existenciales, la certeza de una mano que nos aferra para ayudarnos a afrontar las dificultades, indicándonos el camino incluso cuando esta oscuro. La fe, finalmente, no es una escapatoria a los problemas de la vida, sino nos sostiene en el camino y le da un sentido.
Este episodio es una imagen estupenda de la realidad de la Iglesia de todos los tiempos: una barca que, a lo largo de la travesía, debe afrontar también vientos contrarios y tempestades, que amenazan con hundirla. Lo que la salva no es el coraje y las cualidades de sus hombres: la garantía contra el naufragio es la fe en Cristo y en su palabra. Esta es la garantía: la fe en Jesús y en su palabra. Sobre esta barca estamos seguros, no obstante nuestras miserias y debilidades, sobre todo cuando nos ponemos de rodillas y adoramos al Señor, como los discípulos que, al final, «se postraron ante Él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”» (v. 33). Qué bello es decir a Jesús esta palabra: “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”. Digámoslo todos juntos. Todos. Fuerte: “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”. Una vez más… “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”
La Virgen María nos ayude a permanecer firmes en la fe para resistir a las tormentas de la vida, a quedarnos en la barca de la Iglesia rechazando la tentación de subirse en los botes fascinantes pero inseguros de las ideologías, de las modas y de los eslóganes.