(RV).- La vida del cristiano se puede resumir en tres actitudes: estar “de pie” para acoger a Dios, en paciente “silencio” para escuchar su voz, y “en salida” para anunciarlo a los demás. Así lo explicó el Papa Francisco en su homilía de la Misa de la mañana celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Puedes ser un pecador arrepentido que ha decidido recomenzar con Dios o incluso un elegido por Él que ha consagrado su vida, en todo caso puede asaltarte el “miedo” por creer que no lo lograrás, y puedes entrar en un estado de “depresión” cuando la fe se oscurece.
De pie y en camino
Para profundizar este aspecto e indicar cómo salir del túnel, el Papa evocó la situación del hijo pródigo, deprimido mientras mira hambriento a los cerdos, y se concentró en el personaje de la liturgia del día, el profeta Elías. De este último, el Santo Padre afirmó que es “un vencedor” que “ha luchado tanto por la fe”, ha vencido a centenares de idólatras en el Monte Carmelo. Después, tras la enésima persecución que lo toma como blanco, se abate. Se abate desanimado bajo un árbol esperando morir, pero Dios no lo deja en ese estado de postración, sino que le envía a un ángel con un imperativo: levántate, come y parte:
“Para encontrar a Dios es necesario volver a la situación en la que el hombre estaba en el momento de la creación: de pie y en camino. Así nos ha creado Dios: a su altura, a su imagen y semejanza, y en camino. ‘¡Ve, ve adelante! Cultiva la tierra, hazla crecer; y multiplíquense...’. ‘¡Sal!’. Sal y vete al Monte y detente sobre el Monte ante mi presencia. Elías se puso de pie. Y puesto de pie, sale”.
El hilo de un silencio sonoro
Salir, y ponerse en escucha de Dios. Pero, “¿cómo pasa el Señor? ¿Cómo puedo encontrar al Señor para estar seguro de que sea Él?”, se preguntó el Pontífice. El pasaje del Libro de los Reyes es elocuente. El ángel invita a Elías a salir de la caverna en el Monte Oreb donde había encontrado amparo para estar ante la “presencia” de Dios. Sin embargo, no lo induce a salir ni el viento “impetuoso y recio” que parte las rocas, ni el terremoto que siguió y ni siquiera el fuego sucesivo:
“Tanto ruido, tanta majestad, tanto movimiento y el Señor no estaba allí. ‘Y después del fuego, el susurro de una briza ligera’ o, como es propio del original, ‘el hilo de un silencio sonoro’. Y allí estaba el Señor. Para encontrar al Señor, es necesario entrar en nosotros mismos y sentir aquel ‘hilo de un silencio sonoro’ y Él nos habla allí”.
La hora de la misión
La tercera petición del ángel a Elías es: “Sal”. El profeta es invitado a volver sobre sus pasos, hacia el desierto, porque se le encomienda una misión que cumplir. El Papa Francisco subrayó que en esto debemos aceptar la invitación “a estar en camino, no cerrados, no dentro del egoísmo de nuestra comodidad”, sino “valerosos” para “llevar a los demás el mensaje del Señor”, es decir, salir en “misión”:
“Siempre debemos buscar al Señor. Todos nosotros sabemos cómo son los momentos feos: momentos que se te tiran por los suelos, momentos sin fe, oscuros, momentos en los que no vemos el horizonte, no somos capaces de levantarnos. ¡Todos sabemos esto! Pero es el Señor que viene, nos reconforta con el pan y con su fuerza y nos dice: ‘¡Levántate, y ve adelante! ¡Camina!’. Para encontrar al Señor debemos estar así: de pie y en camino. Después esperar que Él nos hable: corazón abierto. Y Él nos dirá: ‘Soy Yo’ y allí la fe se vuelve fuerte. ¿La fe es para mí, para custodiarla? ¡No! Es para ir y darla a los demás, para ungir a los demás, para la misión”.