Jesucristo ha resucitado

¡El amor ha vencido…!

05 de abril de 2015

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“¡Jesucristo ha resucitado! El amor ha vencido al odio, la vida ha vencido a la muerte, la luz ha disipado la oscuridad”, anunció el Pontífice en su Mensaje Urbi et Orbi de la Pascua de Resurrección 2015, desde el balcón central de la basílica de San Pedro.

Después de presidir la celebración de la Santa Misa de Pascua, en una plaza de San Pedro repleta de peregrinos y decorada para la ocasión con flores procedentes de Holanda, el Pontífice recorrió la plaza en papamóvil, prodigando saludos, sonrisas y bendiciones a los numerosos presentes, llegados a la plaza no obstante la lluvia.

En su Mensaje Pascual ‘a la ciudad de Roma y al mundo’, el Obispo de Roma explicó que la humildad - y por consiguiente la humillación - es el camino de la vida y de felicidad indicado por Jesús a todos, con su muerte. Porque “sólo quien se humilla puede ir hacia “las cosas de allá arriba”, hacia Dios - dijo.

Constatando que el mundo de hoy propone imponerse a toda costa, el Papa subrayó que es “por la gracia de Cristo muerto y resucitado”, que los cristianos ‘son el brote de otra humanidad’, en la cual buscamos vivir al servicio, los unos de los otros”. “¡Ésta no es debilidad sino verdadera fuerza!” – enfatizó -  “porque quien lleva dentro la fuerza de Dios, su amor y su justicia no necesita usar la violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad”. Por ello, Francisco invitó a implorar del Señor resucitado “la gracia de no ceder al orgullo que alimenta la violencia y las guerras sino tener el coraje humilde del perdón y de la paz”.

“Pidamos a Jesús victorioso para que alivie los sufrimientos de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre, como también de todos aquellos que padecen injustamente las consecuencias de los conflictos y de las violencias en curso”, rezó el Papa. Y pidió “paz” en primer lugar, para Siria e Iraq, para que se restablezca la buena convivencia “en estos amados países”, haciendo un llamamiento a la comunidad internacional para que “no se quede inerte de frente a la inmensa tragedia humanitaria” en estos dos países y ante “el drama de los números refugiados”.

Paz pidió Francisco también para Tierra Santa, Libia, Yemen, Nigeria, Sudán, la República Democrática del Congo, Ucrania, e invitó a elevar una oración incesante por quienes han perdido la vida, con un pensamiento especial por los jóvenes asesinados el pasado jueves en la universidad de Garissa, en Kenia, sin olvidar a los secuestrados y a quienes han debido abandonar la propia casa y afectos. El Obispo de Roma encomendó también con esperanza el acuerdo alcanzado en Lausana, en espera de que “sea un paso definitivo para un mundo más seguro y fraterno”.

Paz y libertad pidió el Papa para quienes sufren nuevas y viejas formas de esclavitud, para los emarginados, encarcelados, sin olvidar a los pobres y a los migrantes, enfermos y sufrientes, niños, en especial para los que sufren violencia, a quienes sufren el luto. Para que a ellos llegue la voz consoladora del Señor: “¡La paz está con ustedes! No teman, he resucitado y estaré siempre con ustedes”. E impartió su bendición apostólica.

Finalmente, el Pontífice saludó a todos los presentes deseándoles Feliz Pascua y, extendiendo sus saludos a quienes han seguido la celebración a través de los medios de comunicación,  el Papa los alentó a llevar a las propias casas el alegre anuncio de que ¡el Señor de la vida ha resucitado, llevando consigo amor, justicia, respeto y perdón!

Agradeció a todos por su presencia, por su oración y por el entusiasmo de su fe y no olvidó agradecer por las flores, llegadas también este año de Holanda.
 

 
Texto completo del Mensaje Urbi et Orbi de la Pascua de Resurrección 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!

¡Jesucristo ha resucitado!

El amor ha derrotado al odio, la vida ha vencido a la muerte, la luz ha disipado la oscuridad.

Jesucristo, por amor a nosotros, se despojó de su gloria divina; se vació de sí mismo, asumió la forma de siervo y se humilló hasta la muerte, y muerte de cruz. Por esto Dios lo ha exaltado y le ha hecho Señor del universo. Jesús es el Señor.

Con su muerte y resurrección, Jesús muestra a todos la vía de la vida y la felicidad: y esta vía es la humildad, que comporta la humillación. Este es el camino que conduce a la gloria. Sólo quien se humilla pueden ir hacia los «bienes de allá arriba», a Dios (cf. Col 3,1-4). El orgulloso mira «desde arriba hacia abajo», el humilde, «desde abajo hacia arriba».

La mañana de Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se «inclinaron» para entrar en la tumba. Para entrar en el misterio hay que «inclinarse», abajarse. Sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino.

El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer... Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos.

Esto no es debilidad, sino autentica fuerza. Quién lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.

Imploremos hoy al Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la violencia y las guerras, sino que tengamos el valor humilde del perdón y de la paz. Pedimos a Jesús victorioso que alivie el sufrimiento de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre, así como de todos los que padecen injustamente las consecuencias de los conflictos y las violencias que se están produciendo. Son muchas.

Roguemos ante todo por la amada Siria e Irak, para que cese el fragor de las armas y se restablezca una buena convivencia entre los diferentes grupos que conforman estos amados países. Que la comunidad internacional no permanezca inerte ante la inmensa tragedia humanitaria dentro de estos países y el drama de tantos refugiados.

Imploremos la paz para todos los habitantes de Tierra Santa. Que crezca entre israelíes y palestinos la cultura del encuentro y se reanude el proceso de paz, para poner fin a años de sufrimientos y divisiones.

Pidamos la paz para Libia, para que se acabe con el absurdo derramamiento de sangre por el que está pasando, así como toda bárbara violencia, y para que cuantos se preocupan por el destino del país se esfuercen en favorecer la reconciliación y edificar una sociedad fraterna que respete la dignidad de la persona. Y esperemos que también en Yemen prevalezca una voluntad común de pacificación, por el bien de toda la población.

Al mismo tiempo, encomendemos con esperanza al Señor que es tan misericordioso el acuerdo alcanzado en estos días en Lausana, para que sea un paso definitivo hacia un mundo más seguro y fraterno.

Supliquemos al Señor resucitado el don de la paz en Nigeria, Sudán del Sur y diversas regiones del Sudán y la República Democrática del Congo. Que todas las personas de buena voluntad eleven una oración incesante por aquellos que perdieron su vida ―y pienso muy especialmente en los jóvenes asesinados el pasado jueves en la Universidad de Garissa, en Kenia―, los que han sido secuestrados, los que han tenido que abandonar sus hogares y sus seres queridos.

Que la resurrección del Señor haga llegar la luz a la amada Ucrania, especialmente a los que han sufrido la violencia del conflicto de los últimos meses. Que el país reencuentre la paz y la esperanza gracias al compromiso de todas las partes interesadas.

Pidamos paz y libertad para tantos hombres y mujeres sometidos a nuevas y antiguas formas de esclavitud por parte de personas y organizaciones criminales. Paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga, muchas veces aliados con los poderes que deberían defender la paz y la armonía en la familia humana. E imploremos la paz para este mundo sometido a los traficantes de armas, que ganan con la sangre de hombres y mujeres.

Y que a los marginados, los presos, los pobres y los emigrantes, tan a menudo rechazados, maltratados y desechados; a los enfermos y los que sufren; a los niños, especialmente aquellos sometidos a la violencia; a cuantos hoy están de luto; y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, llegue la voz consoladora y sanadora del Señor Jesús: «La paz esté con ustedes». (Lc 24,36). «No teman, he resucitado y siempre estaré con ustedes» (cf. Misal Romano, Antífona de entrada del día de Pascua).

Saludos de Pascua del Santo Padre

Queridos  hermanos y hermanas,

Deseo dirigir mis augurios de Feliz Pascua a todos ustedes que han venido a esta plaza de diversos países, como también a cuantos están conectados a través de los medios de comunicación social.

Lleven en a sus casas y a quienes encuentran el alegre anuncio que ha resucitado el Señor de la vida, llevando consigo amor, justicia, respeto y perdón.

Gracias por su presencia, por su oración y por el entusiasmo de su fe. Un pensamiento especial y agradecido por el don de las flores, que también este años previenen de los Países Bajos.

¡Feliz Pascua a todos!

 
 
 

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