por Portaluz
25 Noviembre de 2021
Cuando era adolescente, Dani acudía a los campamentos y convivencias que organizan los hermanos de los Sagrados Corazones. «Religiosos y catequistas me enseñaron a parar, escuchar la Palabra de Jesús y después, en silencio, escuchar lo que pasaba dentro. Descubrí que esa Palabra está viva, que se conecta a cada uno de nosotros de una forma concreta y particular, y que, por aquel entonces, buscaba abrirse paso en una interioridad sin explorar, como una intensa luz en medio de la oscuridad. Compartir cada día esas oraciones, con canciones que aún sigo tarareando cuando plancho o hago la comida, fue un regalo que me enseñó a rezar junto a otros en un clima de acogida y escucha generosa», cuenta al portal de la diócesis de Málaga.
«Podría vivir sin rezar, pero me acabaría perdiendo. Sería otra opción de vida con la que, creo, no sería feliz», declara Dani. «De hecho, con frecuencia pasan los días y no rezo. Es algo que me pesa y lo sufro, muchas veces en forma de desesperanza. Menos mal que Dios me regala la gracia de volver a él y necesitar su Palabra para seguir optando por una vida a la escucha del Evangelio. La oración me mantiene pegado al suelo en un día a día intenso, que muchas veces me pasa por encima como una ola gigantesca que no sé surfear y me revuelca. El tiempo se escurre entre los dedos y los días pasan incesantes. En la oración, Dios me regala la serenidad y la perspectiva necesaria para vivir con intensidad cada día, sin miedo a darme y desgastarme. A veces la oración es desierto, que me descoloca y cuestiona; pero otras muchas es abrazo del que te quiere más que nadie y siempre te acompaña, aunque no lo veas. Orar me ayuda a aceptarme cada vez más, con todas mis limitaciones, y a ofrecer lo que soy con más autenticidad».
Los momentos de su vida en que la tiene más presente son, «casi siempre, en los momentos que se desborda o se acongoja el corazón. Tanto en la alegría como en el miedo acudo a la oración para dar gracias o saberme vulnerable. También en el dolor. Además de los pequeños ratos de oración que incorporamos en la rutina, los momentos en los que necesito orar vienen precedidos por encuentros que me zarandean, me cuestionan o me sobrepasan. Escuchar al otro hace que me sienta tremendamente afortunado por la confianza que ponen en mí, pero también muy limitado, por no tener muchas veces palabras que describan la emoción o aquellas de consuelo o de ánimo que la persona necesita. Desde la presencia y el acompañamiento, rezo por ellos, por ellas y por mí», explica.
Daniel trabaja en dos colegios y, cuando va camino del trabajo, «rezo por las mañanas en el coche con las oraciones de la web Rezandovoy. Días en los que voy solo y otros días en los que voy con Charo, mi mujer, tras dejar al pequeño de la casa en la guarde. Nos ayuda a encarar con esperanza el día y a saborear la Palabra más allá del rato de oración. Otras veces necesito quedarme un rato después de clase sólo, para asimilar lo que vivo con los chavales y chavalas del cole. También en acciones cotidianas del día a día, en las que caigo en la cuenta de lo afortunado que somos en casa. En las últimas semanas volvemos a saborear el Jesusito de mi vida, rezándolo con el pequeño Mateo junto a su peluche del pequeño Jesús. Él escucha con mucha atención y Charo y yo nunca habíamos rezado con tanta ilusión».
Si algo le ha ayudado ha sido incorporar la oración en la rutina, «de esta forma, sencilla pero presente. Durante muchos años he vivido con la creencia de que para rezar se tenían que dar unas condiciones muy favorables de silencio, retiro y sosiego. El listón estaba muy alto y cada vez me alejaba más de Dios. La oración en la vida cotidiana, con el trasiego de los trabajos, el ajetreo de los mandados y el reclamo constante de una criatura de un año que solo quiere jugar, me ayuda a vivir con una actitud orante y disfrutar, aún más si cabe, de las oportunidades en las que se dan las condiciones de silencio y retiro, que tanto alimenta la vida de una persona de fe», confiesa.
A la hora de recomendar la oración, Daniel lo tiene claro. Lo haría por una razón: «Porque el encuentro con Dios te revela la verdad de la propia vida. Vivimos en un mundo en el que es muy fácil engañarse constantemente y vivir adormecido en el confort de una vida cómoda, huyendo de las cuestiones que nos interpelan y nos plantean caminos con sentido. Creo profundamente que merece la pena vivir «en verdad», escuchando y siendo fiel a tu vocación, que está llamada a entrar en relación con la de las demás personas para tejer un mundo en condiciones, justo para las personas con horizontes fecundos de vida. Además, creo que el silencio de una oración es sanador. La experiencia de ese silencio habitado te cambia por completo, descubres que no estamos solos y que vivir es un inmenso regalo. En una ocasión, un amigo sacerdote me comentó algo que no olvidaré. Tal vez porque aquel momento era delicado. Pero sus palabras, sencillas y directas, cayeron en la buena tierra de un recuerdo recurrente que me acompaña y me cuida: «Fíate de Él, nunca te dejará tirado».