por Portaluz. Ana Beatriz Becerra
26 Mayo de 2023Cada año, según cifras que informa la OMS, tres millones de personas fallecen a causa del alcoholismo; una enfermedad crónica, que daña la economía, destruye familias e impone una pesada carga a la salud pública.
No hay límites de edad, culturales o de clase social que la adicción al alcohol no pueda permear. Así lo vivió el concejal político del Municipio de Jardín (Antioquía, Colombia) Álvaro Herrera Osorio, para quien a sus 62 años ha sido el mayor flagelo de su vida. "Pasaba todo el día bebiendo desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche o 2 de la mañana, aguantaba mucho. Me ocurrió que, por ejemplo, llegué a emborracharme tres veces en un mismo día; me levantaba a las seis, a las nueve ya estaba dormido, y me levantaba a las tres horas y volvía a tomar. Bebía y a veces me quedaba dormido en la mesa, me gastaba toda la plata en el trago", confidencia el concejal Herrera a Portaluz.
Al igual que sus once hermanos, Álvaro tuvo una infancia de privaciones y marginación. Siendo apenas un púber debió comenzar a trabajar en la pequeña finca de su padre a la orden de uno de sus hermanos mayores y "así podía comprar los cuadernos para estudiar en un colegio que nos llevaba una hora y media para llegar", recuerda.
La inocencia perdida
Como era habitual en aquellos años, sus padres les habían trasmitido la fe al calor del fogón donde se reunían para “rezar el rosario todos los días”. Tiene grabada en el alma la imagen de su madre rezando las Ave Marías. "Mi mamá era de oración diaria, ella se rezaba dos, tres, cuatro o cinco rosarios y cuando se podía ir a misa nos llevaban al pueblo", recuerda.
Llegada la juventud su vida dio un giro y se disipó toda inocencia la primera vez que aceptó aquella invitación de sus nuevos amigos del pueblo para ir al bar. "Había una fonda ahí cerquita de la esquina y uno aprende a tomar la cervecita, a emborracharse y entonces comienzan los vicios de la juventud", cuenta Álvaro. Así, un día tras otro, de juerga, se fue enquistando en el vicio, normalizando el beber con regularidad reconoce.
En plena juventud Álvaro intentó ingresar a la universidad y al no lograrlo, optó por una carrera técnica que al fin le facilitaría ser contratado como funcionario de gobierno. "Y entonces me volví bebedor de verdad, mejor dicho, bebía los siete días de la semana, las 24 horas. Me transformé en un bebedor empedernido, aunque nunca falté al trabajo".
Tenía alrededor de 25 años, era adicto al alcohol, pero cuidaba su vida laboral y entonces, enamorado e imprudente, se vio enfrentado al embarazo de su pareja -nacería una niña- y forzado a casarse. Con el tiempo se separó y comenzó un nuevo vínculo, en convivencia, con quien es hoy su esposa y madre de la segunda hija de Álvaro.
Arriesgando su vida y la de otros
Por entonces el consumo excesivo y cotidiano de alcohol comenzaba a ser un factor de riesgo para su vida y la de otros... "Andaba embriagado en una moto y me caí en una curva, borracho perdido, pero no me descompuse ni un dedo".
Haber salvado con vida le resultaba inexplicable, pero este hecho no fue suficiente para mover la conciencia de Álvaro y la voluntad de batallar contra su adicción. No mucho tiempo después... "también yendo borracho en la moto esta se me partió en dos y yo quedé con la dirección en la mano. Cuando me sucedió eso ni una raspada tuve y fue entonces que me dije, 'el Señor me está dando un mensaje, yo tengo que cambiar'; y entonces comencé a parar el vicio, hasta que lo dejé del todo. Hoy no me tomo ni un vino", afirma el concejal Herrera.
Una amenaza de muerte facilita su conversión
Ejerciendo como concejal en Jardín (Antioquía) recibió una amenaza de muerte por causas -cree- de índole político. Asolado entonces por un estado de permanente angustia, buscó apoyo espiritual en un sacerdote del pueblo. "Me fui un día a las 3 de la tarde para ver a monseñor Gilberto Villa que era muy reconocido (falleció en 2015); lo visitaban muchas personas incluso del extranjero y le toqué la puerta a las 3 de la tarde. Me recibió y le dije: 'Mi nombre es Álvaro Herrera yo sé que no soy digno de estar acá porque no estoy confesado y como estoy conviviendo no soy digno verlo'. Pero él me dijo estas palabras que me marcaron: «Mijo, al contrario, entre porque es un alma que yo no puedo dejar perder». Y a partir de ese momento yo me reencontré con Dios", comenta emocionado recordando esa confesión y reencuentro con Dios que el buen sacerdote le facilitó.
Fue arduo el camino de conversión para Álvaro, pero una vez iniciado ya no se detuvo y por ello comenzó a poner en orden su vida al abrigo de las leyes de la Iglesia. Logró así la nulidad de su primer matrimonio y recibir los sacramentos para consolidar la familia. "Salió la nulidad y el mismo monseñor nos bautizó la niña y nos casó por la iglesia; así ya tenemos un hogar de Dios", agradece Álvaro.
Los siguientes escalones en la escalera hacia una vida centrada en Cristo han sido comprometerse a la misión que tiene todo bautizado: formarse en la fe, nutrirse en la oración y sacramentalmente... para evangelizar. "Empecé a estudiar la Biblia y me consagré a la Virgen. Soy catequista, renuncié al mundo, a las malas compañías y sitios donde uno puede ser arrastrado a los vicios. El tiempo que antes pasaba embriagado o consumiendo el licor, ahora lo dedico a la oración y contemplación, que a mí me gusta; también al servicio. Pero me falta mucho todavía, pero ahí voy", nos dice el concejal Herrera, con humildad.