por Portaluz
23 Julio de 2022
El mal de Pott es una enfermedad que provoca una degeneración de los tejidos vertebrales causando un dolor tan inmenso que las personas que lo padecen solían estar atadas a la cama porque, de lo contrario, intentaban suicidarse.
En 1945, el niño Ramón Montero Navarro, fue diagnosticado con el Mal de Pott. Su agonía llegó a un punto álgido a la edad de 13 años, ya que su pequeño cuerpo tenía que soportar llagas insoportables y tormentos internos. Aun así, con los ojos cerrados, Ramón rezaba el rosario a diario. Extrañamente, en cuanto llegaba al tercer misterio -señalan los cronistas-, los síntomas le abandonaban milagrosamente por un tiempo y podía completar sus cuentas en paz.
El escritor y activista católico Timothy J. Burdick ha recordado en Catholic Exchange este valioso testimonio como preámbulo del suyo propio, en relación con el impactante efecto que también él experimenta al rezar el Tercer Misterio del Santo Rosario. “Leí la historia de Ramón hace casi 15 años y, desde entonces, cada vez que he rezado el rosario, he experimentado un átomo de paz cada vez que llego al tercer misterio. Puede que no sea mucho, pero en el transcurso de los años, cada gota en el océano de la oración de la cristiandad ciertamente suma”.
Buscando aproximarse desde la razón al misterio, Timothy observa que en el Tercer Misterio Gozoso, “El nacimiento de Jesucristo en Belén”; el tercero de los Luminosos, “Jesús Anuncia el Reino de Dios y llama a la conversión”; el tercero de los Dolorosos, “La Coronación de espinas de Nuestro Señor Jesucristo”; y el tercero de los Gloriosos, “La venida del Espíritu Santo sobre María Santísima y los Apóstoles”, en todos ellos... “Cristo se hace presente en el mundo, a través de su enseñanza, con su ejemplo y dentro de nuestros corazones. Supongo que esto demuestra que en Él no hay curva de campana, sino una constante subida hacia la grandeza”, respectivamente.
Empero, el pequeño Ramón fallecido en fama de santidad a los 14 años en brazos de su madre, legó un testimonio de amor que no esquivó el sufrimiento sino que lo abrazó para ofrecerlo por los pecadores. “Yo pedí padecer por los pecadores y especialmente para soportar los padecimientos. ¡Qué buena ha sido Nuestra Santísima Madre del Carmen! ¡Las dos cosas me las ha dado!”, se lee en la biografía de este Siervo de Dios de la Tercera Orden Carmelita.