por Portaluz
6 Enero de 2025"Terminé el bachillerato en Colorado en 1999, el último año del milenio y casi 2.000 años después del nacimiento de Cristo", escribe como primera frase de su testimonio el ex ateo Jason Blakely, académico de Ciencias Políticas en la Universidad de Pepperdine, destacado filósofo e ideólogo de los Estados Unidos.
Por años Jason fue un ateo que oscilaba entre el nihilismo y el existencialismo. Leía mucha filosofía y se consideraba un valiente frente al Vacío, un héroe ante un mundo sin sentido...
"Sigo creyendo que una de las mejores razones para ser ateo sería poder dar una explicación de la realidad que eliminara los significados y no revelara más que mecanismos impersonales. Si el universo pudiera explicarse en términos de un determinismo naturalista e inmanente, entonces el ateísmo sería mucho más creíble filosóficamente que el teísmo. Pero aquí está el problema: nadie ha llevado a cabo este proyecto naturalista. Nadie se ha acercado siquiera. Es sólo una aspiración descabellada, un artículo de fe que reniega de sí mismo como fe. En cambio, la situación humana real hasta nuestros días es que los significados y las historias no pueden eliminarse del mundo. La existencia humana no parece permitir la sustracción o eliminación de historias y significados", reflexiona Blakely en su relato.
Cuando el vacío es palpable
El inicio de su transformación comenzó al tomar conciencia de su experiencia del amor que había nacido allá en los años de secundaria cuando conoció a Lindsay, quien al paso de los años sería su esposa y también -como él- una conversa.
Pero antes de ese despertar espiritual hubo una larga travesía...
Con 18 años estudió Políticas y Filosofía en en Nueva York. Su profesora de Filosofía proponía el existencialismo y citaba aforismos de Nietzsche "igual que los cristianos citan la Escritura".
"Me convencí de que la única visión racional de la existencia es que es absurda. Leí a Camus, Kafka, Sartre, Kierkegaard, y sobre todo a Nietzsche y Heidegger", recuerda.
"Aquí es cuando el vacío por primera vez se hizo palpable, incluso terriblemente real. Era más real que cualquier otra cosa. Era tan vasto, tan abrumador, que quizá anunciaba, sin yo saberlo, un misterio que ninguna mente puede comprender. Si un ateo puede sentir el temor de Dios sin saberlo... creo que esa era mi experiencia", detalla.
En esa época, consideraba que el ateísmo era la opción del que tiene verdadero "coraje intelectual", que el ateo puede "sobrevivir ante la verdad más que otros, el ateo podía mirar más rato al sol terrorífico". Ser ateo era una forma de ser heroico ante la realidad.
Y añade, con cierto humor: "Los que nunca han sido ateos tienen que saber que cualquier cosa en la vida puede significar la muerte de Dios. Eso incluye la familia, las relaciones, la ciencia, la política, la tecnología, la psicología, la naturaleza, tu conciencia... ¡Todo puede ser testimonio del vacío y rendirle homenaje!"
Mientras tanto, su novia Lindsay había estudiado en Boston en una universidad de los jesuitas. Allí también leían a Nietzsche, pero lo acompañaban del Evangelio de Juan y de La Tierra Baldía, el poema de T.S.Eliot de 1922 (Eliot se haría cristiano cinco años después, en 1927).
El colapso que trae el despertar
En Nueva York, Blakely trabajaba en una librería de día y leía y escribía horas y horas por las noches. "Decidí ser novelista y poeta. Los artistas crean sus propios significados ex nihilo, como una rebelión contra el vacío. El arte sería mi gran amén de la voluntad creativa ante el vacío de un mundo sin Dios". Incluso pintaba un poco.
Pero colapsó. En octubre de 2005, tras meses de dolores, mareos y agotamiento, Blakely empezó a ir a los médicos. Ellos no encontraban problemas físicos. "Mi cuerpo estaba entumecido: parecía como si me faltara la voluntad de vivir. Yo no sabía qué era una vida buena, más allá de la lucha de la voluntad contra el vacío. La muerte, aunque yo la contemplaba constantemente, era casi inconcebible para mí. Si yo moría ¡moriría conmigo todo lo que es significativo!"
Se dio cuenta de que más que una enfermedad, vivía una caída de significado, "no solo espiritual sino también en mi cuerpo".
Su novia Lindsey le cuidaba y poco a poco su salud mejoraba.
Emocionado, él le pidió que se casaran. Ella quedó sorprendida. "¿Lo dices en serio?", preguntó. "Sí, en serio". Ella lloró de alegría. Él siempre había dicho que el matrimonio era una convención vacía de la clase burguesa. Pero sufrir, dice, le había enseñado algo distinto: "había belleza en la promesa de acompañar a alguien".
Eso le acercó a otra idea: si había sobrevivido a la 'lucha contra el vacío' y al colapso, no era por ninguna fuerza propia de superhombre nietzschiano, sino por una fuerza exterior a él: el sentido del amor.
"No me caí del proverbial caballo de San Pablo"
Lindsay y Blakely ahora hablaban mucho sobre matrimonio, amor y lo que significa 'vivir bien'. Y Cristo aparecía más y más en esas charlas.
Cristo era, para ellos, "una persona hermosa cuya vida resuena con la historia de lo que significa vivir bien. Cristo parecía ser la primera persona en la historia que enseñaba que el significado más profundo y fundamental es el amor como don sacrificial de uno mismo".
Un día de Cuaresma, fueron juntos a una misa católica en la Parroquia Santa María Magdalena. Era la primera de la mañana, había muchos bancos vacíos y parroquianos de pelo blanco. La luz del invierno iluminaba un crucifijo de madera. "Cristo parecía a la vez pesado y ligero, como levitando en la Cruz, con serenidad y dolor congelado", recuerda...
"No me caí del proverbial caballo de San Pablo. Mi ateísmo también tenía sus rituales, que habían saturado mis huesos y mi mente. Y a veces, cuando aprendía a rezar de nuevo o a hacer la genuflexión, mi ego flotaba fuera de mi cuerpo como una aparición y me susurraba cosas. «¿No es ridículo?» le oía decir. «¿Ante qué te inclinas? ¡Idiota! Una gran nada».
Pero durante semanas que se convirtieron en meses, persistí, y la voz del ego empezó a evaporarse en el silencio. Poco a poco, la atracción fue haciéndose más fuerte que cualquier sensación de torpeza o autoconciencia. La misa me calaba hasta los huesos. Las palabras volvían a pegarse a mi lengua («Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero»). Como Pascal había observado mucho antes que yo: A menudo suponemos que necesitamos una comprensión total para tener fe, pero la práctica puede preceder a la creencia. Si entras en relación con Dios, la fe se te ofrecerá misteriosamente. Sólo necesitas la humildad de acercarte y pedir".
La Vigilia Pascual de 2010, Lindsay y Jason Blakely fueron acogidos como católicos en esa parroquia de Santa María Magdalena.
Fuente: AmericaMagazine.org