La feliz noticia del periodista Peter Laffin: “¡La paz de Cristo conquistó mi corazón ansioso y ateo!”

28 de abril de 2023

Por años Peter odió la sola idea de Dios. “Odiaba sus normas arbitrarias y su aparente indiferencia hacia males como la bomba y el cáncer infantil. Mis tres años de filosofía universitaria me habían convencido de que el ‘bien’ y el ‘mal’ eran construcciones simplistas de ignorantes prehistóricos”.

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Como experiencia singular que comparten todos los seres humanos, la ansiedad es una respuesta benéfica que activa el estado de alerta ante determinados escenarios, que podrían representar por ejemplo un daño objetivo para la persona. Sin embargo, en su versión no saludable el llamado “trastorno de ansiedad” se gatilla de forma imprevista, sin que existan factores razonables o reales, con sensaciones extremas de miedo e incluso sintomatología física como ahogos u otras. Su presencia en algunos trastornos psiquiátricos puede incluso facilitar el suicidio.

 

El periodista católico Peter Laffin, en un íntimo testimonio publicado por CHNetwork.org confidencia que para él la ansiedad fue por años no solo un rasgo familiar "heredado de al menos dos generaciones", sino una cruz que intentó controlar desarrollando una personalidad "extrovertida", por su "terror al silencio". Asimismo, intentaba evadir la ansiedad con un consumo de alcohol que desde la juventud ya se proyectaba problemático. "Las desventajas de tratar la ansiedad con alcohol son obvias, y me encontré con cada una de ellas a su debido tiempo. Beber con regularidad es malo para la salud e impide avanzar en la vida. Beber demasiado aumenta la probabilidad de comportamientos insensatos. Beber provoca resaca y la resaca merma las facultades fundamentales del alma, como la imaginación, la comprensión y la memoria. El alcohol es un tratamiento eficaz a corto plazo para la ansiedad, pero a un precio muy alto", describe Peter.

 

La ansiedad encuentra la horma de su zapato

 

 

Pero su ansiedad encontraría por fin la horma de su zapato. Había decidido dejar de beber al comienzo de su último año de carrera para centrarse en su tesis de licenciatura, en la cual argumentaba un punto serio y poco original sobre la Crítica de la razón pura de Kant. Estaba inquieto pues había perdido bastante tiempo yendo de fiesta con los amigos. Esto, sumado al hecho de no preocuparse por comprar la medicina que le habían recetado, dejó a Peter presa de la ansiedad.

 

En su crisis buscó ayuda en el centro médico del campus, donde lo atendió un viejo doctor “alegre y diminuto” -describe- que hablaba en un extraño dialecto del inglés británico, aunque al final descubrí se debía a que había pasado su infancia en Jamaica. "Enseguida me sentí a gusto con él. Hacía mucho tiempo que no me sentía así con nadie sin una copa en la mano. Empecé a contarle cosas de las que nunca había hablado: mis remordimientos, mis relaciones rotas, el vacío de la vida moderna y el futuro sombrío. No respondió mucho más allá de un ocasional «Sabes, Pete, quizá te convenga repensarlo». Su alegre autoridad era extrañamente persuasiva", recuerda.

 

Continuó encontrándose con este profesional a quien comenzó a llamar "Doc" y durante ese tiempo permanecía en paz, sin agobios. Pero nada más irse la ansiedad le tomaba por asalto. "Este es el peor síntoma de la ansiedad: lo solo que te deja. El Catecismo describe el Infierno como un estado de «autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y los bienaventurados». Estar en el infierno es estar completamente solo, y la única manera de estar completamente solo es ocuparse sólo de uno mismo. Es imposible imaginar algo más trágicamente insensato que la afirmación de Sartre de que «el infierno son los demás». Lamentablemente, era justo el tipo de cosas que yo creía antes de mi conversión".

 

Cierto día el "Doc" le propuso ir a comer hamburguesas en lugar de permanecer en la oficina y este simple acto que se transformó en un rito fue un paso adelante en la sanación de Peter. En algún momento se atrevió a pedirle que tuviesen el encuentro un domingo y para su sorpresa el Doc aceptó, pero debía ser después de misa, le dijo. Algo sorprendido, Peter aceptó esperarle en las afueras. Además, la iglesia de St. Joseph (New Palts, NY, USA) estaba a unos 15 metros de la casa donde él alquilaba un estudio, la conocía, había pasado todos los días delante de ella cuando iba a clases.

 

Siguiendo las órdenes del médico

 

 

Saber que la fe era algo medular en la vida del "Doc" no fue simple de digerir para el joven periodista. "No era sólo que no creyera en Dios. Era que odiaba incluso la idea de Él… tardé años en darme cuenta de que el odio implicaba creer. Odiaba sus normas arbitrarias y su aparente indiferencia hacia males como la bomba y el cáncer infantil. Odiaba la idea de su perfección y, sobre todo, de su perfecta bondad. Mis tres años de filosofía universitaria me habían convencido de que el 'bien' y el 'mal' eran construcciones simplistas de ignorantes prehistóricos, y que la verdadera naturaleza de la realidad estaba en algún lugar más allá de ambos. Por supuesto, no tenía ni idea de lo que la Iglesia entendía por la palabra ‘Dios’. En mi mente, la ciencia había puesto fin a esas tonterías hacía siglos".

 

Siendo esos sus sentimientos, fue inesperado e impulsivo el que una tarde, mientras volvía a casa, Peter decidiera entrar a la Iglesia. Por unos segundos al cruzar el atrio pensó en el por qué hacía esto y de inmediato se respondió a si mismo que ningún mal le haría intentar comprender algo más del Doc que tanto admiraba. Al entrar sus prejuicios que esperaban toparse con "ancianas santurronas" o miradas torcidas de "hombres sexualmente reprimidos" se desvanecieron. "Lo que vi, sin lugar a duda, fue paz. Y no sólo en el altar iluminado con velas o en las vidrieras, sino en el rostro del Hombre cuyo cuerpo destrozado colgaba patéticamente de la Cruz".

 

El encuentro que todo lo sana

 

 

Absorto, contemplando la expresión en el rostro del crucificado, Peter fue experimentando esa misma paz en su alma y entonces se estremeció… "La enormidad de su amor me inundó, y la gracia me obligó a arrodillarme. Lloré por tantas cosas, pero sobre todo por el sufrimiento que mi egocentrismo había causado a quienes amaba. El remordimiento era fuerte y terrible, y las lágrimas amargas. Pero lo último que sentí fue ansiedad. ¡La paz de Cristo conquistó mi corazón ansioso y ateo!"

 

Lo primero que hizo al salir de la Iglesia fue ir a buscar al Doc y a bocajarro le preguntó si podía acompañarlo a la misa el domingo siguiente. Así comenzó su camino de conversión, en el cual otros buenos samaritanos regaron la semilla de la fe.

 

"La ansiedad regresó de vez en cuando, pero la salud de la vida sacramental y la compañía de mis nuevos amigos la mitigaron con el tiempo. Ya no tenía que sufrir tontamente las malas rachas cuando se presentaban. Por fin tenía un lugar donde poner mi ansiedad. Podía hacer un uso práctico de ella ofreciéndosela a Cristo: «Aquí está mi ansiedad, Señor. Tómala. Tú puedes hacer bien de esto. Sólo acércame más a ti»".

 

 

Lea el testimonio completo (en inglés) pulsando aquí

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