La impactante visión de “una bola de fuego” que confidencia un joven sacerdote italiano al que llaman "Pippo buono"

27 de mayo de 2022

Una anécdota de su vida ocurrió durante un encuentro con el Papa que admirado por la sabiduría de Felipe quiso declararlo cardenal. El sacerdote se negó argumentando con una sonrisa: “Santidad… ¿yo cardenal? …. ¡Prefiero el paraíso!” (ver video al final)

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Filippo Romolo nació un 21 de julio en Florencia (Italia) y ya de joven lo llamaban "Pippo buono" (el buen Felipín) pues era el favorito de todos, debido a su franqueza, rica imaginación y gran entusiasmo. Sí, Felipe tenía un extraordinario sentido del humor e incluso -dicen- una evidente pureza.

 

Quedó huérfano de su madre Lucrecia a temprana edad y Francesco, el padre, siendo pobre, decidió enviarlo a estudiar con un tío que gozaba de fortuna como comerciante. Bajo esa tutela aprendió un oficio y mostró tantas habilidades para el comercio que el tío quiso nombrarlo su heredero. Pero Felipe no quería riquezas ni vivir en la opulencia; acababa de vivir una experiencia mística en una capilla que pertenecía a los benedictinos de Monte Cassino, mediante la cual había descubierto su vocación al sacerdocio y decidió irse a Roma para estudiar filosofía y teología. En la ciudad eterna durante su tiempo libre visitaba monumentos e iglesias donde a menudo pasaba la noche rezando.

 

Esta intensa vida interior le sumía en el misterio de Dios y tras un arrobo espiritual donde contempló la pérdida de la fe y otros males en la ciudad de Roma supo que debía dedicarse a la evangelización y abandonó los estudios. Durante décadas se dedicaría a catequizar en especial a los pobres, predicando en las calles, almacenes, plazas y hospitales llamando a la conversión. Por ello nadie que le conocía se extrañó cuando un 23 de mayo, con 36 años, fue ordenado sacerdote.

 

El secreto en la bola de fuego

 

 

El padre Felipe Neri, “Pippo buono”, se hizo conocido al pasarse horas en éxtasis durante la celebración de la misa y también por sus visiones extraordinarias. La más notable ocurrió cuando, inmerso en una íntima oración, vio un gran resplandor, una bola de fuego, que se acercaba a él y le quemaba los labios hasta el corazón. Cayó al suelo y tuvo que rasgarse la tela del pecho por el ardiente calor del fuego. "¡Para, Señor, es demasiado!", exclamó. Le temblaba todo el cuerpo, y cuando se puso la mano sobre el corazón notó un puñado de marcas que nunca desaparecieron. A partir de ese momento, el más pequeño pensamiento de Dios hacía que el corazón de Felipe palpitara tan fuerte que quienes estaban a su alrededor podían oírlo. Tras su muerte, un exhaustivo examen médico dejó constancia en un informe de que su corazón se había agrandado enormemente: "un corazón tan grande como nadie ha visto jamás".

 

Al poco tiempo de haber sido ordenado fundó una iniciativa pastoral que bautizó como “el Oratorio”. Era un lugar de oración y de encuentro al que venían artistas, comerciantes, gente de todo tipo de la ciudad, incluso sacerdotes, con los que Felipe fundó más tarde la Congregación de los Oratorianos. También fundaría la Cofradía de la Santísima Trinidad, dedicada al cuidado de los peregrinos.

 

Un nuevo sello pastoral

 

 

La extraordinaria personalidad del padre Felipe, el estilo festivo -inédito- en la forma de afrontar la pastoral en el Oratorio, acrecentaron la piedad de los fieles. No pronunciaba discursos de reproche al pueblo, sino que prefería entablar ingeniosas conversaciones con quienes deambulaban por las calles. Recurría a frases campechanas para preguntar de repente, al ver sus corazones abiertos: "¿Cuándo nos armaremos de valor para empezar a hacer algo bueno? No podemos demorarnos, porque la muerte no se demora".

 

En una ocasión quisieron rendirle homenaje como santo en vida, pero Felipe protestó con vehemencia y si alababan sus virtudes, rezaba en voz baja: "Señor, no te fíes de Felipe. Si me robaras tu gracia estaría perdido y cometería todos los pecados del mundo".

 

La santidad del segundo Apóstol de Roma

 

 

Al final de una larga enfermedad, celebró su última misa en la mañana del 25 de mayo de 1595, el día del Señor, "alegrándose y cantando de alegría". Nadie más que él pensaba en su inminente muerte. Pero por la noche dijo a sus compañeros de alojamiento, sonriendo: "Ahora debo morir". Luego se fue a la cama. "¿No tienes miedo?", preguntó uno de los hermanos. Padre Felipe Neri -ya conocido como el segundo Apóstol de Roma- sacudió la cabeza y dijo alegremente: "No tengo miedo. Dios es bueno. Tendrá un poco de indulgencia por su tonto e inútil Felipe". Por la noche, como de costumbre, todos los hermanos le visitaron, recibieron su bendición y, a las tres de la madrugada del 26 de mayo, Felipe Neri murió. Sus reliquias se encuentran en la iglesia de Santa María in Vallicella (Chiesa Nuova) de Roma.

 

Su proceso de canonización comenzó dos meses después de su muerte. Fue beatificado el 11 de mayo de 1615 y canonizado -desde la publicación de esta crónica- hace 400 años el 12 de marzo de 1622, junto con Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Teresa de Ávila. Su fiesta se añadió al calendario romano el 26 de mayo de 1625.

 

Prefiero el Paraíso

 

 

 

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