Una vez pasada la Semana Santa nos metemos en la contemplación de Cristo resucitado. Según discurren los domingos que siguen al Domingo de Pascua más cercano se nos hace nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Aquí tenemos la clave para entrar en intimidad con todo un Dios escondido en un trozo de pan vivo. Así es como se presenta Él mismo, como el Pan vivo bajado del cielo que nos da la vida eterna. Y sigue después al mostrarse como el Buen Pastor, ese pastor que conoce a sus ovejas, las protege del lobo y las lleva por buen camino. Es la tarea del pastor, es su vida, y si llega el momento es capaz de entregar su vida por ellas. Es el grado sumo, dar la vida por otros, entregarse, darlo todo, morir por puro amor. Todo esto y mucho más vivimos en las primeras semanas de Pascua según leemos el evangelio de cada día. Entramos en este misterio de amor de un Dios que se aparece a sus discípulos, que se hace pan, que es Pastor, que da la vida por sus ovejas, que nos muestra un horizonte infinito... ¡la vida eterna!
Así lo vive Santa Teresa con todo su amor cuando en oración se encuentra con Cristo resucitado, la llena de vida, la une a Él y hace de ella una maestra de oración porque se deja llevar por el amor del que ha dado todo en la Cruz, ha resucitado y se aparece a los más queridos. También se le aparece a Santa Teresa el Resucitado, pero de otra manera, lo cuenta ella en el libro de la Vida donde le deja llena de luz y amor que le desconcierta del todo en el buen sentido. Cristo está vivo y vive para siempre en su corazón. Lo siente cabe sí en esos momentos de intimidad divina entre un alma enamorada de Dios y un Dios enamorado de una mujer que ha marcado la historia de la espiritualidad con su vida y escritos.
La santa de Ávila es maestra de oración, de acercamiento a Jesús resucitado, de crecimiento en la vida espiritual. Todo nace del silencio y del trato directo con Jesús eucaristía en la soledad del coro cada mañana y cada tarde. Día a día, mes a mes, año a año hacen de la Madre Teresa una fuente pura a la que muchos acudimos para refrescarnos con su vivencia y doctrina espiritual. Pero lo que hay que saber es que antes ella ha bebido de otras fuentes. La primera y principal es la Eucaristía, y con ella también la Sagrada Escritura. A ello hay sumar la lectura de algunos santos padres como San Jerónimo, San Gregorio Magno y San Agustín. Estos tres Padres de la Iglesia marcan a fuego la vida de la mística doctora porque le hacen ver la grandeza de un Dios que muestra su Corazón al que dedica tiempo a estar con Él; es lo que aprende en las Cartas de San Jerónimo, los Morales de San Gregorio y las Confesiones de San Agustín. Son obras para saborear espiritualmente, vino de solera, que cuantos más años pasan más vida dan a la Iglesia, por eso sus autores son llamados Padres de la Iglesia. Sin ellos no hay base para la vida espiritual de los siglos posteriores. La Escritura y la Patrística son el fundamento de todo lo que viene después, cuando otros se acercan a estos textos que son puro fuego porque llevan la presencia viva del mismo Dios. La Escritura es la misma Palabra de Dios y la Patrística el primer acercamiento y explicación de dicha Palabra en la historia de la Iglesia.
Ahora, en el siglo XXI, es bueno unir todo esto y leer con calma estas obras clásicas de la historia de la espiritualidad, pero desde la luz de la Pascua, leer los evangelios y los santos padres como lo hacía Santa Teresa; y a eso añadir que estamos celebrando la victoria de Cristo sobre la muerte, el pecado y el demonio. Hay mucho para elegir, no damos abasto a leer todo, pero hay libros o mejor dicho cartas que hay que leer al menos una vez en la vida. Y sobre todo en este tiempo, cuando todo es luz, gloria y gozo. La Pascua dura siete semanas y San Ignacio de Antioquía escribe siete cartas cuando va camino de su martirio. Habla a las iglesias nacientes en los albores del siglo II y también a Policarpo de Esmirna. Entre todas hay una que sobresale y deslumbra con poderío, es la carta a los romanos. En Roma va a sufrir el martirio, va a morir devorado por las fieras mientras una masa ingente de gente disfruta del cruel espectáculo. Sabe que es muy duro lo que le espera, pero que después llega la resurrección. Por eso avisa a los cristianos de Roma que le dejen cumplir la voluntad de Dios, ser desmenuzado por las fieras para vivir para siempre en la gloria junto a Dios y todos sus santos.
El obispo de Antioquía que se prepara a la muerte que le abre las puertas del cielo nos abre su corazón en este tiempo de Pascua; nos muestra la grandeza de un alma que sabe muy bien que Cristo está presente en la eucaristía, que es el Buen Pastor que da la vida por las ovejas y que los planes de Dios al final se cumplen y son para bien, aunque parezca todo lo contrario. Es lo que dice él mismo, que se siente fortalecido por tantas comuniones, que ha dicho que va a morir por Cristo y que sabe lo que le espera, la vida eterna, lo que Dios ha dispuesto para todos sus hijos. Ahora sólo nos queda una cosa; buscar las cartas de San Ignacio de Antioquía, leerlas, rezarlas y hacerlas vida, sobre todo ahora, que estamos de fiesta, en la Pascua, en el tiempo donde todo cobra vida:
"[...] Llevando cadenas en Cristo Jesús espero saludaros, si es la divina voluntad que sea contado digno de llegar hasta el fin; porque el comienzo ciertamente está bien ordenado, si es que alcanzo la meta, para que pueda recibir mi herencia sin obstáculo. Porque temo vuestro mismo amor, que no me cause daño; porque a vosotros os es fácil hacer lo que queréis, pero para mí es difícil alcanzar a Dios, a menos que seáis clementes conmigo.
Porque no quisiera que procurarais agradar a los hombres, sino a Dios, como en realidad le agradáis. Porque no voy a tener una oportunidad como ésta para llegar a Dios, ni vosotros, si permanecéis en silencio, podéis obtener crédito por ninguna obra más noble. Porque si permanecéis en silencio y me dejáis solo, soy una palabra de Dios; pero si deseáis mi carne, entonces nuevamente seré un mero grito (tendré que correr mi carrera). No me concedáis otra cosa que el que sea derramado como una libación a Dios en tanto que está el altar preparado; para que formando vosotros un coro en amor, podáis cantar al Padre en Jesucristo, porque Dios ha concedido que yo el obispo de Siria se halle en el Occidente, habiéndolo llamado desde el Oriente. Es bueno para mí emprender la marcha desde el mundo hacia Dios, para que pueda elevarme a Él.
Rogad, sólo, que yo tenga poder por dentro y por fuera, de modo que no sólo pueda decirlo, sino también desearlo; que pueda no sólo ser llamado cristiano, sino que lo sea de veras. Porque si resulto serlo, entonces puedo ser tenido como tal, y considerado fiel, cuando ya no sea visible al mundo.
Escribo a todas las iglesias, y hago saber a todos que de mi propio libre albedrío muero por Dios, a menos que vosotros me lo estorbéis. Os exhorto, pues, que no uséis de una bondad fuera de sazón. Dejadme que sea entregado a las fieras puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro de Cristo. Antes atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré verdaderamente un discípulo de Jesucristo, cuando el mundo ya no pueda ver mi cuerpo. Rogad al Señor por mí, para que por medio de estos instrumentos pueda ser hallado un sacrificio para Dios. No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo soy un reo; ellos eran libres, pero yo soy un esclavo en este momento. Con todo, cuando sufra, entonces seré un hombre libre de Jesucristo, y seré levantado libre en Él. Ahora estoy aprendiendo en mis cadenas a descartar todo deseo.
Desde Siria hasta Roma he venido luchando con las fieras, por tierra y por mar, de día y de noche, atado entre diez leopardos, o sea, una compañía de soldados, los cuales, cuanto más amablemente se les trata, pero se comportan. Sin embargo, con sus maltratos paso se ser de modo más completo un discípulo; pese a todo, no por ello justificado. Que pueda tener el gozo de las fieras que han sido preparadas para mí; y oro para que pueda hallarlas pronto; es más, voy a atraerlas para que puedan devorarme presto, no como han hecho algunos, a los que han rehusado tocar por temor. Así, si es que por sí mismas no están dispuestas cuando yo lo estoy, y yo mismo voy a forzarlas. Tened paciencia conmigo. Sé lo que me conviene. Ahora estoy empezando a ser un discípulo. Que ninguna de las cosas visibles e invisibles sientan envidia de mí por alcanzar a Jesucristo. Que vengan el fuego y la cruz, y los encuentros con las fieras (dentelladas y magullamientos), huesos dislocados, miembros cercenados, el cuerpo entero triturado, vengan las torturas crueles del diablo a asaltarme. Siempre y cuando pueda llegar a Jesucristo.
Los confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los reinos de este mundo. Es bueno para mí el morir por Jesucristo, más bien que reinar sobre los extremos más alejados de la tierra. A Aquél busco, que murió en lugar nuestro; a Aquél deseo, que se levantó de nuevo por amor a nosotros. Los dolores de un nuevo nacimiento son sobre mí. Tened paciencia conmigo, hermanos. No me impidáis el vivir; no deseéis mi muerte. No concedáis al mundo a uno que desea ser de Dios, ni le seduzcáis con cosas materiales. Permitidme la luz pura. Cuando llegue allí, entonces seré un hombre. Permitidme ser un imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno le tiene a Él consigo, que entienda lo que deseo, y que sienta lo mismo que yo, porque conoce las cosas que me están estrechando.
El príncipe de este mundo de buena gana me despedazaría y corrompería mi mente que mira a Dios. Que ninguno de vosotros que estéis cerca le ayude. Al contrario, poneos de mi lado, del lado de Dios. No habléis de Jesucristo y a pesar de ello deseéis el mundo. Que no haya envidia en vosotros. Aun cuando yo mismo, cuando esté con vosotros, os ruegue, no me obedezcáis; sino más bien haced caso de las cosas que os he escrito. Porque os estoy escribiendo en plena vida, deseando, con todo, la muerte. Mis deseos personales han sido crucificados, y no hay fuego de anhelo material alguno en mí, sino sólo agua viva que habla dentro de mí diciéndome: Ven al Padre. No tengo deleite en el alimento de la corrupción o en los deleites de esta vida. Deseo el pan de Dios, que es la carne de Cristo, que era del linaje de David; y por la bebida deseo su sangre, que es amor incorruptible.
Ya no deseo vivir según la manera de los hombres; y así será si vosotros lo deseáis. Deseadlo, pues, y que vosotros también seáis deseados y así vuestros deseos serán cumplidos. Os lo ruego; creedme. Y Jesucristo os hará manifiestas estas cosas para que sepáis que yo digo la verdad -Jesucristo, la boca infalible por la que el Padre ha hablado verdaderamente-. Rogad por mí, para que pueda llegar por medio del Espíritu Santo. No os escribo según la carne, sino según la mente de Dios. Si sufro, habrá sido vuestro buen deseo; si soy rechazado, habrá sido vuestro aborrecimiento [...]”
(Carta de San Ignacio de Antioquía a los romanos).
¡Esto es vida, es fuego, es luz; tiempo de Pascua!