por Padre Luis es párroco en la Parroquia Santísima Tr
23 Septiembre de 2017Hace algunos días la Sra. Michelle Bachelet recibió gritos, pifias y otras expresiones de público rechazo a su gestión, mientras participaba de un “Te Deum” en la “Catedral Evangélica de Chile”. Representantes del gobierno y otros personeros públicos reaccionaron acusando una falta de respeto contra su persona y la institución -presidencia de la República de Chile- que hoy representa.
Es de lamentar lo ocurrido pues resulta evidente que sí se trasgredió el debido respeto. Pero créalo señora presidenta, somos más los cristianos de nuestra nación quienes oramos a Dios por usted y su gestión. Porque siendo la primera autoridad de la República su acción u omisión afecta la vida de todos.
Oramos para que Jesucristo, Hijo de Dios, Señor de la historia, en su infinita misericordia “le muestre su rostro y le conceda su paz” (Núm. 6,24-27). Él la llene de su amor, le colme de su gozo, pues sólo él da verdadero sentido y libertad a la existencia del ser humano.
En este espíritu fraterno corresponde también reflexionar en lo ocurrido y preguntarse cuál es la raíz de ese rechazo, de esa rabia que desplaza los argumentos y deja solo espacio al irracional insulto que destruye -cual simbólica retroexcavadora-, los cimientos de la paz.
Si somos honestos, concluiremos que ya hace tiempo se ha violentado el respeto en Chile. Ya nada es sagrado.
Se ha violentado el respeto cuando decenas de templos católicos y evangélicos, han sido quemados o profanados. En Santiago profanaron el templo de la Gratitud Nacional y -como si hubieren sido advertidos previamente de lo que ocurriría- todos los medios de comunicación se congregaron para transmitir la destrucción de un Cristo arrancado del templo. Con este acto fuimos ofendidos millones de chilenos católicos. Lo mismo ocurre cuando los medios de comunicación masiva ridiculizan impunemente la fe. Ofenden a un pueblo cristiano que luego es acusado de ser intolerante, retrógrado, medieval y de tradiciones añejas... si defiende su fe en el ejercicio ciudadano de la política y el voto.
Se violenta también el respeto a millones de chilenos que -siendo pobres- deben amanecerse en los centros de salud para alcanzar un número de atención y luego esperar horas, días, meses y más, para ser atendidos. ¡Veintidós mil ya han muerto esperando una atención que nunca llegó! Esta es una grosería que insulta al pueblo de Chile. También por esto, es lamentable que se haya empeñado tiempo y recursos de todos -también de esos 22 mil fallecidos- priorizando aprobar una ley que favorece el aborto; postergando dar solución a los verdaderos problemas de los pobres quienes seguirán sin acceso a una salud digna.
Hace pocos días Chile ha sabido que los afectados por el virus del VIH han crecido un 66 % en el país y que el grupo más dañado son los jóvenes, porque las políticas de prevención al violentar la cultura ética los dejaron expuestos a vivir su sexualidad de espaldas a valores y un orden moral que promueva la vida.
Semejante violación de todo respeto la padecen miles de jóvenes atrapados y consumidos por la droga en barrios ajenos a las élites del poder. Son más de seiscientos mil los jóvenes que no han terminado ni siquiera su educación básica y que acaban como esclavos de la violencia agrediendo a una sociedad que los abandonó. ¿Qué ha hecho el estado de Chile, para transformar todo esto?
La realidad es que hoy la delincuencia se ha convertido en un gran negocio. Mil dólares mensuales por cada interno en las cárceles concesionadas, mientras que en la educación pública se gastan poco más de 40 mil pesos mensuales; es decir, un pobre vale más preso que educado. Insulto, maltrato y violación de los derechos humanos también a tres mil chilenos que el año pasado fueron privados de libertad, siendo inocentes; cuya tragedia, daño moral y sicológico el Estado no repara ni indemniza.
Insultan también la dignidad de nuestro pueblo los pastores que traicionan a Cristo, abusando y maltratando a quienes deben proteger y guiar -otros guardando silencio ante esta traición-, causando así dolor y confusión.
Podríamos enumerar muchas otras realidades, pues la lista de violencias que insultan el alma de Chile es extensa . El dolor de un pueblo que no es respetado suele alzarse contra sus opresores... El grito unánime que antaño clamaba al cielo “¡Y va a caer!”, hoy se expresa con ira en otros calificativos.
Invocando a Cristo clamo a Dios Padre, por la conversión de nuestros políticos y también por la conversión del alma de Chile que ha sido tan vilmente ofendida y dañada, a lo largo de la historia y hasta nuestros días.