Frente a la especulación cientifista de la 'evolución de las especies', habría que conceder mucha más atención a la flagrante 'involución de las especies', que admite una comprobación empírica muy sencilla. La razón fundamental del éxito de la hipótesis darwinista no se cifra, naturalmente, en la problemática veracidad de sus postulados, sino en la infatuación euforizante que produce en sus adeptos, haciéndoles creer que las especies 'progresan' hacia mejor; y que la nuestra, en concreto, progresa una barbaridad, hasta alcanzar el Punto Omega de la divinización humana. Al zoquete contemporáneo lo pone cachondísimo 'sentirse' disparado hacia cimas que lo están convirtiendo, a cada minuto que pasa, en alguien más 'evolucionado', en carrera ascendente hacia la perfección; y, sobre todo, lo pone cachondísimo 'sentirse' superior a las generaciones pasadas, que no habían alcanzado todavía las cimas de 'progreso' alcanzadas por él, atrapadas en las simas de la ignorancia y el oscurantismo.
Si la gente cree a pies juntillas en la hipótesis de la 'evolución de las especies' no es porque piense que los lagartos, después de despeñarse por un precipicio durante millones de años, acabaron desarrollando alas, ni por parecidas ensoñaciones. La gente cree en la 'evolución de las especies' porque necesita consolarse pensando que es más lista que sus antepasados. Así se explica, por ejemplo, que triunfen memeces tan delirantes como aquel lema que en años recientes causó furor (y que todavía hoy algún botarate rezagado repite), para halagar cochinamente a los jóvenes, calificándolos grotescamente como «la generación mejor preparada de la Historia». ¿Qué jóvenes lastimosos y sojuzgados podrán creerse memeces semejantes?
A mí me dio en fechas recientes la locura de querer doctorarme -¡a mis años!- y volver a las aulas universitarias; y me quedé en verdad estremecido por el nivel ínfimo, como de parvulario, que tenían las clases. Fue una experiencia en verdad sobrecogedora, que aún no he podido asimilar suficientemente, ni creo que asimile nunca, porque he preferido desalojarla de mi memoria, como desalojamos los fracasos amorosos o las majaderías que perpetramos estando borrachos. Pero en aquellas aulas advertí que ya nunca más podremos decir humildemente que «somos enanos a hombros de gigantes», como antaño se decía. Somos enanos engreídos que, creyéndose mucho más 'evolucionados' que aquellos gigantes del pasado que nos precedieron, hemos resuelto arrumbarlos en los desvanes del olvido, porque los consideramos inferiores a nosotros, patéticamente engolfados - ¡pobres pringados! - en descifrar los yacimientos de la sabiduría que a nosotros se nos franquean -¡abracadabra! - mediante una sencilla búsqueda en Google.
Así, los jactanciosos enanos de nuestra generación ni siquiera advertimos que nos hemos convertido en zoquetes irrisorios, náufragos en los océanos de la ignorancia, que han largado amarras con toda posibilidad de conocimiento verdadero. Los títulos universitarios que hoy se expiden tienen menos valor que diplomas de la señorita Pepis; son todo fantochería e impostura, montada para halagar la vanidad de sucesivas generaciones que están siendo pastoreadas alegremente hacia la caverna platónica (¡qué digo caverna, jaula!). Y, entretanto, nuestras facultades intelectivas se atrofian, según la ley biológica infalible que nos enseña que la función hace al órgano; y nuestras almas se desecan, atrapadas en esa jaula donde sólo son alimentadas con un tráfago de banalidades y un acopio de ideología de garrafón.
Esta 'involución de las especies' ya es indisimulable, por mucho que los manipuladores sociales traten de esconderla. Los índices de 'comprensión lectora' que cada año prueban las sucesivas promociones estudiantiles resultan, en verdad, propios del australopiteco; pero, además, tales índices se refieren a la comprensión de textos escritos con la prosa mazorral propia de nuestra época; si a esas promociones estudiantiles se les diese a leer a cualquier maestro del pasado no entenderían ni papa, pues sus capacidades intelectivas han sido jibarizadas por los manipuladores sociales que promueven una secreta 'involución de las especies'.
Si a estas generaciones aún les restara un poco de sangre en las venas, si aún sus almas no hubieran sido por completo desecadas, se rebelarían contra los manipuladores sociales que, a la vez que los atrofian, los halagan cochinamente; pero sospecho que están muy eufóricamente convencidas de que 'progresan' hacia el Punto Omega de la divinización, mientras las alimentan con ideología de garrafón y un tráfago de banalidades.