Cuando llega el 24 de agosto los hijos de Santa Teresa de Jesús miramos a un lugar que nos une de un modo singular y nos ayuda a renovar nuestra vocación de carmelitas descalzos. Es el monasterio de San José de Ávila, la primera fundación de la santa abulense con la que da inicio a una nueva familia dentro de la Iglesia. Todo nace en 1562 en ese rincón de Dios donde, en lo más secreto de los corazones de esas primeras monjas que siguen el ideal propuesto por la Madre Teresa, comienza algo totalmente inesperado, lo que hoy conocemos como la Orden del Carmelo Descalzo. Todo es gracia y nos une cuando miramos a un punto común. Cuando se pierde o se olvida el origen, todo se deshace, enfría y desvirtúa. ¿Quién no pone los ojos en el lugar del nacimiento de sus padres y acude cuando puede a visitarlo? Lo mismo sucede con un consagrado que entrega su vida teniendo la mirada puesta en ese santo que ha fundado una orden religiosa y a la que pertenece porque ha descubierto que Dios le llamaba a ser feliz viviendo del modo propuesto por dicho santo. Es algo que puede ser difícil de entender para el que no lo vive en primera persona, pero si conoce a alguien que sí lo viva de dicho modo, es todo más fácil. Es cuestión de abrir el corazón a Dios y darle muchas gracias. En este caso por la vida y obra de Santa Teresa de Jesús, la santa abulense, la mística doctora, la Madre Teresa...
Ir a Ávila y entrar en el monasterio de San José es un regalo que ensancha el corazón. Da igual el día que sea porque un hijo de Santa Teresa siempre goza y vibra cuando va a la casa de su madre. Pero si tiene la dicha de poder concelebrar en la misa de aniversario de esta primera fundación teresiana, el corazón arde con más fuego aún. Frailes y monjas unidos en el primer palomarcito fundado para dar gloria a Dios, hacer silencio, estar junto a Jesús eucaristía, crecer en la devoción y amor al glorioso patriarca San José,... Dejar a Dios ser Dios para entregar en el altar el corazón de un escogido por Dios para continuar la obra comenzada en este monasterio... Es algo tan de Dios el acercarse a San José de Ávila el 24 de agosto... Lo dice uno que ha estado más de una vez. Además siempre que puede, al menos una vez al año, visita esta casa tan querida para dar gracias a Dios por la vocación recibida y dejarse mirar por ese imponente San José que abre la puerta a una vida nueva recordando aquel 24 de agosto de 1562...
Rezar en San José de Ávila en la fiesta de San Bartolomé ayuda a crecer por dentro en la fe, en la entrega a una vocación apasionante en la que el glorioso patriarca juega un papel decisivo. ¿Qué sería del Carmelo Descalzo si San José no hubiera conquistado el corazón de nuestra madre Santa Teresa? Y ahora voy más allá. A la hora de fundar este monasterio, estoy seguro que la mística doctora se dejó llevar por el bendito corazón de San José. Ella estaba enamorada de Jesucristo, al que había consagrado su vida, y también del Inmaculado Corazón de su Madre, la Reina del Carmelo. Pero hacía falta algo más, era hora de poner también en un lugar destacado el corazón de San José. Una vez unidos los tres corazones todo es mucho más fácil.
El corazón de San José lo podemos conocer si nos metemos antes en los Corazones de su Hijo y de su Esposa. ¡Hagamos la prueba! Todo será distinto. El Carmelo es recrear día a día el hogar de Nazaret; y por tanto no puede faltar San José con su corazón de padre. Ahí está la base para que sigamos dando pasos en nuestra vida espiritual. Cuando oremos en San José de Ávila, dejemos que nos mire no sólo la Madre Teresa de Jesús y el amor pleno del que está escondido en el sagrario y la Madre que es llevada a lo alto del cielo como se ve en lo alto de retablo. ¡Abramos también el corazón al corazón de San José! ¡Callemos! ¡Hagamos silencio! ¡Dejemos hablar al silencio!
A todo esto hay que sumar otra fiesta que va muy unida y seguida al 24 de agosto. Dos días después celebramos la Transverberación del corazón de Santa Teresa. Y ese día los ojos se van a otro monasterio, La Encarnación de Ávila, donde entra la santa fundadora y vive casi la mitad de su vida entre sus muros. Allí cada 26 de agosto se celebra con gran solemnidad y con decenario preparatorio esa gracia mística que tan vivamente experimentó la santa de Castilla en ese lugar. Es un fiesta peculiar y muy del Carmelo Descalzo. Eso nos hace poner todo en el corazón de nuestra madre fundadora. ¡Su corazón! ¡Su amor! ¡Su obra! Todo se gesta ahí, en el monasterio de la Encarnación. Lo que se vive cada 24 de agosto en San José de Ávila, el nacimiento del Carmelo Descalzo, no hubiera llegado a ser realidad si antes el corazón de Santa Teresa no se hubiera encendido en amor puro al Hijo de San José. Su corazón es atravesado por un dardo que la deja ardiendo en amor de Dios. Esto lo vive en sentido espiritual, no sea que alguno crea que el corazón de Santa Teresa había sufrido esas lanzadas del serafín de modo físico. Todo nos ayuda a ver lo que es capaz de hacer un corazón herido por el amor de Dios. Cambia la vida por completo. Es otra persona. Se pone en manos de Dios. Hace lo que Dios le pide. Se pone en marcha. Deja La Encarnación y funda un monasterio, San José de Ávila.
Es el momento de traer de nuevo aquí el amor hacia el corazón de San José. ¿Cómo serían esos momentos en los que la santa de Ávila vive todavía en La Encarnación y se siente llamada a fundar un monasterio dedicado a San José? ¿Por qué Dios le pide de un modo tan directo fundar un monasterio y además le da hasta el nombre que ha de llevar? ¡Todo está en la providencia divina! ¿Y quién sabe más de la providencia divina que el corazón de San José que tuvo tantas veces tuvo junto a su corazón al Sagrado Corazón? Además siempre estuvo unido al Inmaculado Corazón de María. Volvemos a unir los tres corazones para entender mejor ese momento crucial en la vida de Santa Teresa. No dudo que muchas veces, antes de salir de La Encarnación, tras arder en ansias de amor cuando recibía la gracia de la transverberación de su corazón, la Madre Teresa de Jesús pondría su corazón junto al corazón de San José y le preguntaría por qué le pedía eso su Hijo. Seguro que habría silencio josefino. Y en ese silencio San José la cogía de la mano para decirle en paternal susurro que llegaba la hora de dar el paso que tanto le costaba, pero que si lo hacía unido a él, iba a ser muy fácil fundar con el corazón.