El cementerio está lleno de indispensables

En el contacto con las personas he ido descubriendo que hay seres humanos que miran pero no ven y otros oyen pero no escuchan, se pasan la vida sin vivirla, no ven mas allá de sus narices y por ello no alcanzan felicidad. Han perdido la capacidad de asombrase con la belleza de lo cotidiano, con las cosas simples, los instantes bellos junto a las personas amadas. Hay algunos que se han puesto tan duros que ni siquiera se conmueven, ni su dolor ni el de los demás les provoca emoción.

Recuerdo que cuando niños en el colegio de campo donde estudie nos ayudaron a mirar el suelo y descubrir el inmenso mundo de vida que allí puedes contemplar, a diferenciar las plantas, memorizar sus nombres, apreciar la textura de las hojas y el color de las flores; también nos enseñaron a cultivar las plantas y a verlas e incorporarlas en nuestro paisaje afectivo como necesarias , amadas y admiradas como un gran regalo del “tatita Dios”... así nos enseñaban a mirar al Señor con amor y respeto, como dueño de la creación puesta a nuestro servicio. Con la sed propia de los niños íbamos incorporando la ecología del alma, que tiene a Dios por centro y que nos permitía vivir en armonía con el medio ambiente. Admirar la amapola que crece en medio del trigal, gozar al ver y distinguir el color de los pájaros.

Hoy vivimos acelerados, de prisa, siempre con poco tiempo, trabajamos como locos y se nos va la vida y al final no la vivimos. En ese trajín y en esa locura de activismo nos encontramos con seres humanos que se sienten indispensables en todos los ámbitos. Si ellos no están todo será un caos, si ellos no conducen el país, este se irá a la quiebra; si ellos no manejan la economía el mundo será un desastre, es decir el mundo de los indispensables que sienten que son imprescindibles porque ellos le dan vida a todo y si ellos no están nada funciona... ¿Será por eso que cometemos tantos errores pensando que todo lo podemos solucionar nosotros, creyendo que si no estamos el mundo se acaba?

El cementerio está lleno de indispensables, me dijeron una vez cuando yo pensaba que si no lo hacía yo, eso no resultaría o quedaría mal. Con el tiempo descubrí que otros lo hacen mejor que yo y con humillación tuve que darme cuenta que no era indispensable. Si bien es cierto que cada ser humano es único e irrepetible, que Dios se ha tomado el tiempo con cada uno para que nadie se repita, ello no significa que seamos indispensables... pero sí que todos somos necesarios y nadie sobra en este mundo. Cada ser humano es bello y en cada corazón hay algo de Dios a respetar, amar y promover. Que Dios nos ayude a ver con sus ojos el mundo y a cada ser humano que nos encontremos en la vida lo podamos ver con la delicadeza del Señor y seamos capaces de reconocer el valor de cada creatura, de cada hombre, mujer o niño. No sea el creernos indispensables un obstáculo para el crecimiento del otro del cual tenemos que aprender.

Estas líneas han surgido luego de tener esta semana una Misa con los internos de la cárcel donde trabajo como capellán (Rancagua. Chile). Allí me encontré con un muchacho que no había visto antes, quien no sabía nada de la eucaristía. Mientras yo presidia escuchaba a otro interno explicarle que significaba cada cosa, cada gesto; él con una actitud displicente y desafiante ante el grupo opinaba hasta que llego el momento de la paz y pude saludarlo y darle un abrazo; ahí el Señor me ayudó a darme cuenta de su dolor y sufrimiento; tenía un ojo menos y heridas en su rostro. Al terminar la Misa pude hablar con él pues me pidió que le diera la bendición. Lo hice y en ese momento pude decirle cuanto el había sufrido. Percibí así su profundo dolor y abandono... se lo hice saber y me preguntó que cómo me había enterado de su sufrimiento. Recordé las palabras del profeta jeremías y le dije en primera persona cuánto le conocía Dios y cuanto sabía de él... En ese momento él se quedó quieto, muy emocionado y sintió que le importaba a alguien. Él era necesario, pero debía conocer cuánto le amaba Dios y que su actitud desafiante solo lo hacía más frágil y lo cerraba a la posibilidad de ser amado, para poder así desarrollarse.

Desechando el sentirnos indispensables tendríamos que amarnos más y así poder amar al prójimo como a sí mismo; en este lenguaje nos podemos entender porque es el idioma de Dios y en este lenguaje los hombres entramos en comunión. Todos somos necesarios y nadie sobra... ¡Vivamos el don de ser amados, amar y en ello amarnos!

Bendiciones.