Decía Cristo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, este la salvará. Pues ¿Qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?" (Lc 9:23-25). ¿En qué andamos tan atareados actualmente? Básicamente en destruirnos a nosotros mismos y a nuestros hermanos. Lo podemos ver en las noticias, discursos, relatos, películas o en las conversaciones de cada día. ¿Hay paz en nuestro ser, en nuestro corazón? No, ninguna paz. A lo sumo hay desesperación e indiferencia. ¿Qué hacemos y por dónde ir? No es sencillo seguir a Cristo cuando nos han vendado los ojos y nos dan vueltas para que perdamos toda orientación.
Dios no nos olvida. Cristo está con nosotros hasta el final de los tiempos. Llama a la puerta de nuestro ser con constancia, pero no le abrimos. Nos ha dado lámparas para que las llenemos con aceite de esperanza, pero nosotros lo hemos utilizado para regar el suelo. En los cruces de los caminos nos invita al Gran Banquete, pero nosotros nos reímos y seguirnos adelante sin hacer caso alguno. Olvidamos que "muchos son los llamados..." y pocos entre ellos los que permiten que Dios los elija. ¿Qué tenemos para que el Señor nos guíe? Por ejemplo, tenemos al Sagrado Corazón, que representa el ser de Cristo que palpita entre nosotros cuando nos reunimos en su Nombre.
¿Reunirnos en su Nombre? ¿Sirve para algo eso? ¿Nos da dinero, fama, relevancia social o fama? No, no nos da nada de eso. Nos llena de esperanza y nos permite que la lámpara no se apague mientras esperamos el momento de la llamada. Dios quiere que hagamos al Corazón su Hijo el Corazón del Reino en el que deberíamos habitar. Pero para ello debemos dar pasos adelante y dejar de mirar al César esperando que todo lo arregle y ajuste:
Sólo así podremos cooperar eficazmente al misterioso "designio del Padre", que consiste en "hacer de Cristo el corazón del mundo". Designio que se realiza en la historia en la medida en que Jesús se convierte en el Corazón de los corazones humanos, comenzando por aquellos que están llamados a estar más cerca de Él, precisamente los sacerdotes. (Benedicto XVI, Homilía de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. 19/6/2009)
¿Cómo podremos andar tras Cristo con el dolor que llevamos dentro? Tenemos carencias de todo tipo, ignorancia y miles de distracciones. El mundo nos ha vacunado eficazmente contra el llamado del Señor. Misterio, Mensaje y Misión, que ignoramos y despreciamos. Sin Cristo nada podemos, porque nada somos sin su Gracia:
Incluso nuestras carencias, nuestros límites y debilidades deben volvernos a conducir al Corazón de Jesús. Si es verdad que los pecadores, al contemplarlo, deben sentirse impulsados por él al necesario "dolor de los pecados" que los vuelva a conducir al Padre, esto vale aún más para los ministros sagrados... (Benedicto XVI, Homilía de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. 19/6/2009)
Entonces ¿Cómo podremos seguir a Cristo si estamos ciegos, sordos y mudos? Miremos al Sagrado Corazón y comprendamos que late porque está vivo. Brilla porque contiene el don de la Gracia. Quizás arrodillarse sea hoy en día algo mal visto, pero no deja de ser un signo de humildad y apertura de nuestro corazón a Dios. Quizás orar tampoco esté de moda. Quizás abrir los ojos a la gloria de Dios sea incluso muy mal visto y criticado. Nos dedicamos a criticar las herramientas que Dios nos da y olvidamos que las manos que las manejan son lo verdaderamente sustancial. Abramos los ojos a la Gracia de Dios. No los cerremos temerosos por lo que podríamos ver. Abramos nuestro corazón para que el Espíritu Santo lo llene, lo transforme en su templo y nuestras manos sean símbolos vivos de la presencia del Señor:
¿Cuál es la acción del Espíritu en nosotros? Escuchemos las palabras del mismo Señor: “Tengo todavía muchas cosas por deciros, pero ahora no las podríais soportar. Os conviene que yo me vaya, porque si me voy os enviaré un defensor..., el Espíritu de la verdad que os hará conocer la verdad entera” (Jn 16,7-13) ... En estas palabras se nos revelan tanto la voluntad del dador, como la naturaleza y el papel a desempeñar de aquel que nos va a dar. Porque nuestra flaqueza no nos permite conocer ni al Padre ni al Hijo; el Misterio de la encarnación de Dios es difícil de comprender. El don del Espíritu Santo, que por su intercesión se hace nuestro aliado, nos ilumina... (La Trinidad, 2. San Hilario de Poitiers)
Quizás el primer paso que podríamos intentar dar es dejar de etiquetarnos unos a otros. Al etiquetarnos remarcamos las pocas diferencias y olvidamos todo lo que nos une. Cristo nos solicitó ser uno, como el Padre y Él son uno. En la Iglesia somos un maravilloso mosaico. Cada tesela tiene una forma y un color. Cada tesela tiene un lugar en el que su presencia es importante. Si nos empeñamos en homogeneizarnos vamos justo en el camino contrario. Si nos empeñamos en alejarnos unos de otros, tampoco iremos muy lejos. Como diría un matemático, no se trata de ir al norte o al sur, al este o al oeste. Lo que nos pide Cristo es seguirlo, elevarnos juntos a Él. Cada cual, con sus dones, con sus talentos, con la espiritualidad que le llena, pero unidos en lo esencial: Cristo.
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