
Querida madre Santa Teresa de Jesús:
Hoy es tu día, hoy toda tu familia, tus hijos, los carmelitas descalzos, y toda la Iglesia pone la mirada en ti, en esa monja de clausura mística, santa y doctora de la Iglesia. Hay que tanto que decir de tu vida y enseñanza querida madre Santa Teresa...
Hoy te quiero pedir ayuda, madre. No es para mí aunque un poco sí por lo que sufro al recibir noticias cercanas de sacerdotes que abandonan el sacerdocio con muy pocos años de ministerio, algunos ni llegan a los 5 años de vivencia sacerdotal. No son uno ni dos y además muy queridos, porque con algunos he vivido durante mi etapa de seminarista diocesano. Me duelo mucho, querida madre, que chavales que he conocido con 14-16 años y los he visto crecer y llegar con gran alegría al día de su ordenación sacerdotal, por diferentes causas, pasados pocos años, abandonen esta apasionante vocación.
Sé que me entiendes muy bien porque tú también lo sufres y lo dejas muy bien reflejado en tus escritos, sobre todo en el Camino, cuando se te parte el corazón al hablar a tus hijas, las primeras carmelitas descalzas, de la división de la Iglesia y la pérdida de los sacerdotes con la llegada del luteranismo. Eres bien directa y te duele mucho "este grandísimo mal y desacatos como se hacen en los luteranos, desechas las iglesias, perdidos tantos sacerdotes, quitados los sacramentos" (Camino de perfección 35,3). Madre mía Santa Teresa, no te cansas nunca de pedir muchas oraciones por los defendedores de la Iglesia como te gusta llamarlos: "Para estas dos cosas os pido procuréis ser tales que merezcamos alcanzarlas de Dios: la una que haya muchos, de los muy letrados y religiosos que hay, y a los que no están muy dispuestos, los disponga el Señor, que más hará uno perfecto que muchos que no lo estén. La otra, que después de puestos en esta pelea, que no es pequeña, los tenga el Señor de su mano para que puedan librarse de tantos peligros como hay en el mundo y tapar los oídos en este peligroso mar del canto de sirenas" (Camino de perfección 3,5).
Llevo 3 o 4 años sufriendo cuando me entero que alguno deja el sacerdocio, pero durante este verano e inicio de curso ha sido una cascada, y no exagero. Me han llegado noticias del abandono de al menos 5 jóvenes sacerdotes y cuando digo jóvenes son muy jóvenes, porque no llegan a los 40 salvo uno.
¡Qué dolor madre, qué dolor...! Y no sólo esto, sino que además otros, que no han llegado a dar este trágico y amargo paso en su vida, se encuentran al límite; viven desbordados, angustiados, estresados y la situación se complica cada vez más. Sobre todo al ver que algunos de sus compañeros de seminario, ordenados hace poco al igual que ellos, han tomado esa decisión que tanto nos duele. ¿Me entiendes, madre? No hace falta que te diga sus nombres. Los conoces bien porque además, no pocas veces, hemos celebrado juntos tu fiesta o hemos visitado alguna de tus casas.
Y ahora, querida Santa Teresa, vamos a lo importante, a la raíz, a ver cómo podemos hacer que se calme esta tempestad en la Iglesia que nos deja sin pastores que guíen al rebaño a los pastos de la vida eterna. Cuando me acuerdo de mis tiempos de seminarista siempre digo que echaba en falta una formación seria y un acertamiento a las fuentes de la espiritualidad sacerdotal de la talla de San Juan de Ávila o el Beato Palafox. Los conocía de oídas pero ahí quedaban; lo mismo cuando hablo con estos sacerdotes jóvenes. No han tenido el apoyo de acudir a esas fuentes preciosas del Tratado del amor de Dios, Tratado sobre el sacerdocio, Audi, filia, El Pastor de Nochebuena, La Trompeta de Ezequiel,... Estas obras que debería leer todo seminarista antes de ordenarse y leer y releer y hacer oración con ellas durante toda su vida sacerdotal, es algo que no se da. Se leen muchos libros, pero ¿obras cumbres como éstas que son de otras épocas y por eso se relegan al olvido salvo en contadas excepciones?
A San Juan de Ávila y al Beato Juan de Palafox los conozco a fondo cuando llego al Carmelo Descalzo y no dejo oír maravillas sobre ellos, y eso que no son de la Orden. Eso dice mucho. Empiezo a leerlos y me encuentro con una doctrina espiritual que me enciende el corazón. Mientras me preparo a la ordenación sacerdotal tomo como guía para ese tiempo y sobre todo durante los ejercicios espirituales previos a la ordenación, los escritos sacerdotales de San Juan de Ávila. Nunca he saboreado y querido tanto el don del sacerdocio como en aquel momento. A eso se añade que mi primer destino como carmelita descalzo recién ordenado sacerdote es El Burgo de Osma, esa villa soriana donde reposan los restos del Beato Juan de Palafox. Leo algunas de sus obras y me quedo admirado ante la fuerza de la Trompeta de Ezequiel, como ya te he dicho antes, su autobiografía, Vida interior y algunas otras. Qué regalo ir cuando quiero a la catedral a rezar ante la urna con sus restos... Todo esto hace afianzar más aún mi vocación sacerdotal siendo religioso en tu familia, querida madre Teresa.
Seguimos, voy más allá, a los Padres de la Iglesia que se presentan muy de pasada en los estudios eclesiásticos. Son otra fuente de inspiración y apoyo para vivir a fondo la vocación sacerdotal. Ya sabes también, querida Santa Teresa, que hace dos veranos hago los ejercicios espirituales con un libro que desconocía y cae providencialmente en mis manos, Diálogo sobre el sacerdocio, de San Juan Crisóstomo. Ahí está todo resumido y bien advertido. Es otro de los libros que debería ser de obligada lectura para todo aquel que ha hecho opción por el sacerdocio y camina hacia esa meta. Leerlo y aplicarlo a la propia vida para conocer y poner nombre a tantos ataques que pueden poner en peligro la vocación sacerdotal y al mismo tiempo disfrutar de la grandeza de la vocación sacerdotal vivida en plenitud, es algo que esponja el alma y dan ganas de seguir leyendo y haciendo oración con San Juan Crisóstomo como maestro. Así lo hago con sus Homilías sobre el Evangelio de San Mateo que me meten de lleno en la vida del evangelio y en la práctica del ejercicio de la vida espiritual. Y si nos vamos a las Confesiones de San Agustín o La fuga de Gregorio Nacianceno o la Regla pastoral de Gregorio Magno, todo son apoyos de muchísimo peso para que cualquier joven sacerdote se acerque a ellos y confronte su vida para saber lo que tiene que hacer: mirar al cielo para llevar adelante lo que el Padre le pide para ser feliz en esta vida.
Contamos con santos sacerdotes de vida ejemplar, santos Padres de la Iglesia y también santos de todos los tiempos que muestran que la vida sin oración se pierde, y no sólo la sacerdotal, sino la de cualquier alma que camina buscando a Dios. Y ahí entras tú, querida madre Santa Teresa. Si por algo, entre otros motivos, soy carmelita descalzo es porque un verano, siendo seminarista diocesano y buscando algo que me acercara a tu figura orante, tomo en mis manos el libro de tu Vida. Al leerlo me encuentro contigo de un modo directo. Y no sólo eso, sino que descubro la presencia cara a cara con Cristo Jesús que me llama al sacerdocio y a rezar; a rezar a fondo, lo que no vivo en el seminario ni tampoco se potencia mucho salvo pequeños retiros cuando llega adviento y cuaresma y los ejercicios espirituales del año. No había vida de oración seria, como tampoco hay hoy mucha vida de oración en algunos seminarios. Cuando leo en Vida cómo rezas, cómo hay que entrar en oración sacando agua del pozo, con la noria, dejando correr un río o empapándome por la lluvia, me doy cuenta que me muestras un camino nuevo y lleno de Dios en la oración. Cosa que no hallo en el seminario, la oración. La oración. La oración. La oración... Qué importante es la oración en el seminario y en la vida sacerdotal... Cuántas veces comentaba con esos jóvenes que tenían que rezar en silencio todos los días, en el seminario y en su casa, y dejar hablar a Dios en su corazón para que superen toda dificultad que les hace tambalearse y peligrar en su vocación. Sin oración todo se seca y el desierto hace cambiar la vida por completo.
Pienso, querida madre Teresa, que así ha podido suceder con estos jóvenes. Y no sólo por no rezar lo suficiente, sino que también puede ser, hace poco me ha pasado a mí, ya lo sabes, que buscas ayuda en un momento muy duro y difícil de superar y no encuentras el apoyo y defensa que esperabas y pides para salvar la vida sacerdotal. Es muy triste pedir ayuda a quien debe intervenir y recibir como respuesta que hay que esperar a que el problema esté peor o suceda algo más grave, o simplemente que no se puede hacer nada.
Entonces sólo queda Dios, Dios y la vida de oración y como no, nuestro querido San José. ¿Qué sería de la Iglesia sin San José, querida Santa Teresa? A ti te debemos tanto en la difusión del amor y devoción a San José... En aquel momento dejo todo en San José y este glorioso padre y señor nuestro actúa de una manera prodigiosa. La situación da la vuelta de una manera sorprendente; con dolor y sufrimiento, como no puede ser de otra manera para el que sigue a Cristo, pero se ve por fin la luz. También peligra mi vocación sacerdotal en aquellos momentos hasta que alguien interviene de manera directa y activa. Pero volviendo a lo que he dicho y dejando mi vida en las manos de San José, éste en su taller prepara lo que tenía a medio terminar y ahora doy muchas gracias a Dios por todo. Y no es casualidad, querida Santa Teresa, que hoy, el día de tu fiesta, sea además miércoles; miércoles de San José y fiesta de Santa Teresa de Jesús. Fecha ideal para unir a estos dos santos que tanto buscáis, queréis y protegéis las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Así termino querida madre Teresa. Son muchos y muy serios los temas expuestos, llévalos todos en tu corazón y compártelos con nuestro querido San José. Por eso, para terminar esta carta, en unión con San José, te pido que cuides y alientes mucho a los jóvenes que se preparan al sacerdocio en los seminarios, a esos otros jóvenes que dejan el sacerdocio y a aquellos otros que están tan cansados y agobiados.