por P. Miquel León Padilla es Párroco de Santa María d
15 Noviembre de 2013La secular veneración por el sacerdocio, que se instituye como don el Jueves Santo, ha enfatizado la consagración de las manos del presbítero. La unción con el crisma en sus palmas las faculta para la poderosa invocación epiclética sobre las especies eucarísticas; para distribuir el Pan bajado del Cielo; para atraer el perdón sobre el penitente confeso; para derramar la regeneración de la vida en el bautismo, para fortalecer con la misericordia divina la flaqueza del enfermo; para unir estrechamente las palabras de consentimiento de los nuevos esposos; para impartir por doquier bendición... ¡Manos consagradas que el pueblo cristiano ha besado con devoción! Liberadas de la servidumbre del mundo y atadas para el mal.
Pero se nos olvida con frecuencia que el sacerdote lo ha de ser de cuerpo entero...
No menos consagrados son sus labios que proclaman el Evangelio, que besan el ara del altar, que comen a Cristo y beben su sangre, que predican la Palabra de Dios, que son cauce para el consejo espiritual inspirado por el Espíritu Santo...
No menos consagrados son sus pies que recorren nuestras calles y veredas llevando a Cristo a los enfermos, o el conocimiento de sus enseñanzas a las escuelas, que llevan paz a las familias o compañía a los ancianos; que se acercan al pobre y al marginado con el deseo de restituirle su dignidad perdida...
No menos consagrado es su corazón que debe albergar los sentimientos del mismo Cristo y la misma voluntad cordial de en todo amar y servir a Dios...
Sacerdote de cuerpo entero, con corazón indiviso, que gaste y desgaste su vida al servicio de Cristo, que pase por el mundo -como él- haciendo el bien, en el permanente empeño que Jesús crezca y él (humilde sacerdote suyo) mengüe... Alter Christus.