Albino Luciani, lector, escritor y periodista
Albino Luciani, lector, escritor y periodista

Albino Luciani, lector, escritor y periodista

Antonio R. Rubio Plo por Antonio R. Rubio Plo

8 Septiembre de 2022

Tras la beatificación de Juan Pablo I, otro de los grandes papas del siglo XX, pese a su pontificado de treinta y tres días, resulta necesario intentar sacar a este pontífice del permanente claroscuro de las teorías de la conspiración y poner el acento en sus virtudes humanas y sobrenaturales. Albino Luciani, sacerdote y obispo, fue además un ágil escritor, sin duda porque desde su infancia había sido un incansable lector. Incluso le habría gustado ser periodista de no haber sido sacerdote, tal y como reconoció en alguna ocasión.

Luciani tenía cualidades de buen periodista al poseer la capacidad de ir al centro de los asuntos y exponerlos con simpatía y claridad, de un modo asequible a todos. Los medios de comunicación le atraían porque era consciente de que en las iglesias solo podían escucharle unas pocas decenas de personas, pero ese número se transformaría en miles si la comunicación se establecía por medio de los periódicos, la radio o la televisión. Para ser buen periodista hay que ser buen escritor, y un buen escritor no es el que escribe cualquier cosa sin haberse documentado demasiado. El buen escritor y periodista busca, ante todo, transmitir la verdad, no hacer ficción de la vida y llegar a creerse que la ficción puede ser la auténtica vida. Luciani amaba la verdad porque, entre otras cosas, tenía una vastísima cultura tanto religiosa como profana. Esa cultura no le alejaba de la religión, sino que era un instrumento para sintonizar la religión con la vida, que es el eterno desafío de los cristianos que buscan ser fieles a las enseñanzas de su Maestro.

Algunos suponen que la cultura es una mera expresión del pensamiento, un terreno para toda clase de divagaciones, algo desconectado de la vida cotidiana o una especie de recreación para personas demasiado encerradas en sí mismas. Sin embargo, hay autores y libros que niegan estos tópicos y no eluden los problemas de la vida cotidiana, que no dejan de ser los mismos, ayer y hoy, porque la naturaleza humana no ha cambiado, ni siquiera para adaptarse a los mitos del hombre nuevo. Este es el caso de Ilustrísimos señores, un libro escrito en 1976 por Albino Luciani, patriarca de Venecia, una colección de cartas dirigidos, entre otros, a grandes escritores del pasado como Goethe, Goldoni, Dickens o Chesterton e incluso a personajes literarios como Penélope, Fígaro o Pinocho. La principal conclusión que se puede extraer de su lectura es que, si Dios no guía nuestra barca, la nave se hunde. No es casualidad que el título de una de esas cartas, la dirigida a san Francisco de Sales, sea el de “Navegar en la nave de Dios”.

Albino Luciani leyó a toda clase de autores en sus años del seminario, no solo los grandes de la literatura universal sino también los filósofos de la modernidad. Según uno de sus biógrafos, Marco Roncalli, el joven seminarista era una auténtica esponja, pese a existir el riesgo de que su pasión por la lectura le pudiera llevar a un debilitamiento de su fe. Sin embargo, Luciani encontró apoyo para seguir su vocación en un capuchino bosnio, Leopoldo Mandic, canonizado por Pablo VI. El religioso era conocido por la misericordia practicada en el confesionario, que algunos calificaban de “demasiado generosa”, aunque él respondía a esto con la afirmación de que Dios es infinitamente más generoso.

Tal y como asegura Marco Roncalli, la vida y los escritos de Albino Luciani están aún por descubrir. No ha de ser obstáculo su personalidad tímida y reservada porque sus escritos y las anécdotas del llamado “papa de la sonrisa” dan testimonio de que era un hombre sencillo e impregnado de un espíritu de alegría, en fiel consonancia con lo que dice Jesús en el evangelio. Jesús no dice solo “No temáis” sino que también invita expresamente a la alegría. “Alegraos” dice a las mujeres en la mañana de la Resurrección (Mt 28, 9). La sonrisa del papa Luciani era fruto de su fe, de su confianza en un Dios misericordioso cercano a los hombres.