Muchas veces he visto la puesta de Sol desde la casa que mis padres tienen cerca de Logroño, entre Alberite y Albelda, una casa con jardín y algo de huerta donde he pasado las vacaciones y fines de semana desde que era un niño y a la que sigo viniendo con mucha frecuencia siempre que puedo. Para mí, venir a este lugar es recordar mi infancia, volver atrás en el tiempo, dar gracias por tanto don recibido por parte de Dios, acercarme a la oración de niño, de adolescente y de joven hasta que decido entrar al seminario diocesano de Logroño con 18 años y cuatro años más tarde cambiar al Carmelo Descalzo. Siempre, en el horizonte, "la huerta" de mis padres es un referente importante en mi vida porque aquí, o junto al río Iregua que queda muy cerca, o por los montes vecinos, me he encontrado y sigo encontrando con ese Dios tan grande que me ha dado una vocación preciosa: ser carmelita descalzo. Y con Él también me uno a Nuestra Madre la Virgen, que en Alberite invocamos con el nombre de La Antigua.
De fondo, frente a la casa, se levantan los chopos que acompañan al río Iregua en su camino hacia su encuentro y desembocadura en el río Ebro. El Sol va bajando, se "mete" entre los chopos y va cayendo, el cielo cambia de tono, de color, de vida y va tomando paso en la escena la oscuridad. No es algo momentáneo, sino un proceso lento que da juego para hacer oración y dar gracias, como muchas veces que he vivido estos momentos que nos regala Dios.
Apoyado sobre una de las paredes de la casa elevo la oración a Dios, doy gracias por todo lo vivido en este día y comienzo el rezo de vísperas. Es precioso rezar las vísperas en este preciso momento, justo cuando el día natural termina y da paso a la noche. Es un momento sublime que abre el alma a Dios mientras se dirigen a lo alto, al Padre, esos salmos y preces y se medita la lectura breve sin olvidar el canto del Magníficat. Todo ayuda a poner la mirada en la Virgen, en Nuestra Madre, en la Madre de Dios, en la Virgen de La Antigua. Al llegar las peticiones presento a tanta gente de Alberite que Dios ha ido poniendo en mi camino desde que empecé a ayudar en misa como monaguillo...
Este es el trasfondo de la oración de la tarde, de las vísperas, cuando dejo hablar al corazón, cuando acojo el amor de la Madre, cuando me uno a toda la Iglesia que reza al declinar el día en un lugar concreto, "la huerta" de mis padres ...; y a una hora que no puede ser otra, la hora en que veo ponerse el Sol entre los chopos que beben de las aguas del río Iregua donde tantas veces me he bañado, paseado, pescado, jugado y encontrado con Dios desde niño y ahora también. Un momento intenso de oración, íntimo de recuerdos e inigualable de belleza que tiene lugar al caer la tarde.
N. del Ed.: Extracto de un relato publicado por el autor el 10 de septiembre de 2019