"Crece entre los seres humanos la convicción de que las controversias entre los pueblos no pueden resolverse recurriendo a las armas, sino mediante la negociación".
Hace sesenta años, el santo Papa Juan XXIII, ya a las puertas de la muerte, entregó al mundo su encíclica sobre la paz, que formaba parte de los primeros pasos hacia el desarme y la distensión.
La doctrina de la "guerra justa" llegaba a su fin y, con gran realismo, el Pontífice bergamasco advertía de los riesgos de nuevos y poderosos armamentos nucleares. Sesenta años después, ese texto sigue siendo aun actual y, por desgracia, ignorado. La persuasión sobre los efectos devastadores de una posible guerra atómica no parece hoy tan presente como en aquel abril de 1963: el mundo está desgarrado por decenas de conflictos olvidados, y una terrible guerra, que comenzó con la agresión de Rusia a Ucrania, está en curso en el corazón de la Europa cristiana.
La cultura de la no violencia lucha por hacerse un espacio, mientras que incluso las palabras "tratativas" y "negociar" parecen blasfemas para muchos. Incluso el fortalecimiento de una autoridad política mundial capaz de fomentar la resolución pacífica de las disputas internacionales ha dado paso al escepticismo. La diplomacia parece apagada, la guerra y la loca carrera a los armamentos se consideran inevitables.
Y, sin embargo, a pesar de este sombrío panorama, los principios enumerados por el Papa Roncalli en "Pacem in Terris" no sólo siguen interpelando a las conciencias, sino que son puestos en práctica a diario por quienes no se rinden ante la inevitabilidad del odio, la violencia, la prevaricación y la guerra. Lo atestiguan los "artesanos de la paz" que hoy llevan a cabo sus misiones en Ucrania y en tantas otras partes del mundo, a menudo poniendo en peligro sus vidas. Lo testimonian todos aquellos que se toman en serio las palabras que el Papa Francisco pronunció en la nunciatura de Kinshasa al encontrarse con las víctimas de una violencia indecible: "Para decir verdaderamente ‘no’ a la violencia no basta con evitar los actos violentos; es necesario arrancar de raíz la violencia: pienso en la codicia, en la envidia y, sobre todo, en el rencor". Hay que tener "el valor de desarmar el corazón".