Las preguntas anteriores adquieren un sentido más intenso frente a algunas expectativas de cambio. Por ejemplo, frente a quienes desean que la Iglesia modifique su enseñanza sobre la anticoncepción, sobre el aborto, sobre el divorcio, sobre la comunión de las personas que viven unidas sin matrimonio, etc.
Para responder, hay que recordar un dato básico: la Iglesia nace desde Dios y busca ser fiel a su Fundador, Cristo. Sólo a la luz de ese dato, que la Iglesia considera central, se pueden afrontar las preguntas sobre el sentido de los dogmas y de otras enseñanzas de tipo moral, litúrgico…
Por lo mismo, la Iglesia no formula sus enseñanzas según parámetros de tipo sociológico. No hace encuestas para ver cuántas personas creen en la Trinidad y cuántas no creen. No se adapta a las tendencias de la gente para ganarse más “adeptos”. No busca contentar a los políticos ni a los periodistas.
Al contrario, la Iglesia mira siempre a Cristo, a su Evangelio. Acoge una Revelación (contenida en la Escritura y la Santa Tradición) y busca conservarla y transmitirla a todos los hombres.
Desde ese deseo de conservar y vivir lo que recibe, la Iglesia no puede cambiar aspectos claves de sus enseñanzas, ni puede ceder a las presiones de quienes, dentro o fuera de la Iglesia, promueven y suscitan en la gente expectativas de cambios dañinos que llevarían a avanzar hacia la mentira y la traición al mensaje de Cristo.
Por mencionar un punto concreto, la Iglesia no puede admitir a los sacramentos a quienes viven en una situación abiertamente irregular. Por ejemplo, enseña que quienes han roto por motivos diversos su matrimonio y ahora viven maritalmente en una unión no sacramental, no pueden recibir la Eucaristía ni la confesión mientras no hagan un camino de penitencia y se comprometan a un cambio profundo de vida.
Generar sobre este punto, y sobre otros, falsas expectativas de cambio no es correcto ni es justo. Los hombres y mujeres de hoy, como los del pasado, necesitan recibir el mensaje de Cristo en toda su belleza y en toda su exigencia. La “puerta estrecha” (cf. Lc 13,24) no puede dejar de ser lo que es, mientras sea la puerta del Maestro.
Lo que sí necesitamos es cambiar nuestros corazones cuando el pecado nos ha apartado de Cristo. Para ello, contamos siempre con la gracia de Dios. Si una enseñanza parece difícil, el creyente encontrará en Cristo fuerzas para acogerla y para vivirla.
No necesitamos, por tanto, falsos apóstoles que adulteran el Evangelio, sino testimonios coherentes y fieles al mensaje que viene de Dios y que permite entrar en el maravilloso mundo de la misericordia.