Nos estamos volviendo locos

16 de mayo de 2024

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Cuando ayer a primera hora de la mañana recibí la carta y el dossier a través de los cuales las clarisas de Belorado se situaban voluntariamente fuera de la Iglesia católica y se ponían bajo la autoridad de un supuesto obispo excomulgado hace años, bien pensé que era una de esas noticias falsas fabricadas con inteligencia artificial.

 

Uno entiende que entre un monasterio y un obispo existan diferencias. Tampoco serían las primeras ni serán las últimas. Conflictos entre instituciones católicas ocurren simplemente porque somos humanos y porque existe el derecho a discrepar. Por estas cosas existen los tribunales, eclesiásticos o civiles, a los que acudir según sean los asuntos que sea preciso tratar y resolver.

 

Incluso existe la posibilidad, entiendo, de recurrir a instancias canónicas superiores pidiendo asesoramiento, mediación o apoyo. Comprensible que si las clarisas de Belorado se sienten maltratadas por su arzobispo acudan a otras instancias pidiendo amparo. Todo eso se comprende perfectamente desde la condición humana, la complejidad de algunos asuntos, la obcecación mental de alguna de las partes o de las dos. También puede el arzobispo, si las cosas se han ido enconando, delegar en otra persona o institución. Todo esto es de puro sentido común.

 

El esperpento llega cuando la abadesa, porque es la única que firma, no sabemos si con la libre adhesión de todas las monjas o forzando la situación, decide dar un zapatazo, cargarse la comunión eclesial, poner en solfa el papado a partir de Pio XII y echar la comunidad en manos de un individuo cuya situación canónica es la de excomulgado desde hace años. Dicen que es bueno, en caso de conflicto, escuchar a las dos partes. En la red tienen la una y la otra. Me quedo, lógico, con la nota del arzobispado de Burgos. 

 

El caso es que la abadesa de Belorado, seguida más o menos conscientemente por sus monjas, ha decidido abandonar la Iglesia católica y en aras de no se sabe muy bien qué misteriosa revelación, adherirse a una cosa que se llama Pía Unión Sancti Pauli Apostoli y que dirige Pablo de Rojas. 

 

¿Y ahora qué?

Ahora la cosa está directamente en Roma. Lo normal es una gravísima sanción a la abadesa y comprobar el grado de implicación de las monjas. Las que estén tan perdidas como la abadesa supongo que acabarán fuera del monasterio, en la calle, o en algún chiringuito que se monte el pseudo obispo excomulgado. Las medio normales, que estoy seguro las habrá, que esto no terminan de verlo claro, entiendo que podrán quedarse en el monasterio o bien unirse a otros de clarisas.

 

Las reacciones han sido diversas, como es lógico, y entre ellas no faltan las de todos los que aprovechan lo del Pisuerga y Valladolid para tirar piedras contra esta iglesia modernista. 

 

La abadesa no puede continuar de ninguna de las maneras. Yo creo que se ha dejado embaucar por el señor de Rojas y que una de las razones es que ya no puede ser reelegida. En fin, que yo no sé si es la locura, el embobamiento o el demonio que enreda. Pero el caso es una mezcla de disparate y mucha tristeza. Quiera Dios que las aguas vuelvan al cauce de la sensatez y la eclesialidad

 

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