Hedonismo y espiritualismo

20 de marzo de 2024

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Si medimos los errores que cometemos en nuestra vida espiritual según los extremos en que caemos, sin duda habría que identificar dos de ellos: el hedonismo y el espiritualismo.

 

El primero de estos errores está un tanto camuflado. En efecto, el hedonismo significa esencialmente centrarse en el placer y situarlo en el centro de la vida. Por lo tanto, no significa de forma explícita solo centrarse en el cuerpo, aunque de hecho sean los placeres corporales los que en última instancia constituyen su propósito y significado. No es infrecuente que construyamos nuestro sentido de bienestar en la vida en función de los deseos y pasiones corporales que nos controlan, que no necesariamente están relacionados con la esfera sexual. A veces se trata simplemente del deseo de bienes diversos, de confort sensual, de experiencias emocionales placenteras. Este tipo de deseos en sí mismos no son nada malo, el problema comienza cuando empiezan a regir nuestra vida espiritual, la dominan y la subordinan a sí mismos. En tal situación, la espiritualidad se reduce a una especie de tapadera, una forma de justificación de las tendencias que convierten la felicidad en bienestar y configuran la calidad de nuestra relación con Dios en función de la medida del bienestar.

 

En el lado opuesto está el error del espiritualismo. Aquí, a su vez, las necesidades y deseos del cuerpo son fuertemente marginados o incluso suprimidos en favor del reino del espíritu. Así, se considera que el cuerpo es un obstáculo para la relación del hombre con Dios o, al menos, que no participa en ella de manera significativa. Como resultado, en lugar de construir una unidad armoniosa entre las esferas del espíritu y del cuerpo, existe un fuerte dualismo que separa los dos órdenes e identifica al cuerpo con lo que es malo y pecaminoso, y al espíritu con lo que es bueno, puro y bendito. Se trata, por supuesto, de un error que se asemeja más a la herejía del gnosticismo que a una sana espiritualidad cristiana. Entonces, ¿cómo encontrar el justo equilibrio entre estos dos extremos y configurar adecuadamente la vida espiritual?

 

Cuidando de nosotros mismos

 

En cierto modo, la respuesta nos la dio el propio Jesús cuando, viendo el cansancio de sus discípulos al volver de un intenso ministerio, "El, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer" (Mc 6,31). La palabra griega ἀναπαύσασθε (anapausasthe), que el evangelista san Marcos emplea en el texto, significa no sólo "descansar", sino también -y quizá sobre todo- "refrescaros". Se trata, pues, de un descanso que nos aporta alimento y "frescura" espiritual; que, atendiendo debidamente a las necesidades y deseos del cuerpo, no lo vuelve contra el ámbito espiritual, sino que lo pone de nuevo bajo su guía, con mayor energía.

 

Esto se debe al sabio principio de que el hombre es una unidad espiritual-psicofísica y que estas dos esferas se condicionan mutuamente. Por lo tanto, por el bien del espíritu, no se puede excluir al cuerpo, ni revalorizar sus necesidades de tal manera que se conviertan en dominantes. El descanso y el cuidado del cuerpo, pues, han de ser para "refrescarse" y "alimentarse", de modo que el hombre entero pueda cumplir su misión y su vocación a la felicidad en una sabia armonía entre espíritu y cuerpo. Pues, en última instancia, es en esta armonía en lo que consiste el concepto cristiano de ascesis. Y si es así, la capacidad de descansar también debe ser parte integral de ella.

 

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