'Madrid será la tumba'

21 de enero de 2022

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Recientemente, El País Semanal publicaba un reportaje donde Elizabeth Duval y un servidor departíamos amistosamente y posábamos juntos en el madrileño Mercado de la Paz. Sospecho que la elección del lugar pretendía ‘escenificar’ una suerte de reconciliación navideña entre enemigos; pero lo cierto es que Elizabeth Duval y yo no éramos enemigos ni tampoco antípodas (más allá de que mi provecta edad y complexión oronda contrasten con su restallante juventud y menuda figura), sino tan sólo dos escritores con vocación publicista que sostienen con ardor sus postulados, en muchos aspectos medulares diversos y hasta contrarios.

 

En el curso de aquella conversación con Elizabeth Duval lancé yo una cita de un teólogo francés, Garrigou-Lagrange, donde se sostiene que uno puede no transigir en sus principios, si de veras cree en ellos, y en cambio ser tolerante en la práctica, si de veras ama; frente a quienes, por no creer en ningún principio, transigen con todos, a la vez que no toleran a nadie, por falta de amor. A Elizabeth Duval esta cita le gustó mucho y la utilizó luego para reivindicar –ante los fanáticos sin amor ni principios que desde las letrinas tuiteras le reprochaban con insultos que hubiese conversado conmigo– la posibilidad de entendimiento e incluso de amor entre personas no afines o incluso enfrentadas en términos ideológicos. A Duval le resultó más frustrante la intolerancia de los supuestamente ‘propios’ (sean éstos quienes sean) que la beligerancia de los ‘ajenos’. Pero, en mi experiencia de hombre provecto, los supuestos ‘propios’ suelen ser gentes que pretenden apropiarse de nosotros; y con estos ‘propios’ no hay que transigir jamás (aunque, desde luego, podamos amarlos, en respuesta a su odio).

 

De resultas de aquel encuentro, Elizabeth Duval prometió enviarme su novela Madrid será la tumba (Lengua de Trapo), que he leído con fruición, pues revela unas dotes pasmosas en alguien que apenas sobrepasa los veinte años. En el ‘Posfacio’ de su novela, Duval rememora el caso de Eisenstein, el gran cineasta ruso, vapuleado por la ortodoxia estalinista por probar un arte alejado del ‘realismo soviético’, más atento a las vicisitudes personales de sus personajes que a la lectura estrictamente política de los acontecimientos. Este desgarro profundo del artista que se debate entre la sumisión servil a las consignas ideológicas y la exploración libérrima del alma humana está presente también en la novela de Duval, que empieza siendo muy discursiva y acaba alcanzando una temperatura trágica, a medida que abandona la mirada panorámica y adopta un tono más introspectivo, centrándose en la peripecia íntima de sus protagonistas, Santiago y Ramiro, que reelaboran el topos literario de Romeo y Julieta.

 

La novela corría el riesgo, desde luego, de incurrir en el maniqueísmo más grueso a partir de una premisa tan sugestiva como arriesgada. En un Madrid erizado de augurios funestos, dos edificios okupados acogen a sendos grupúsculos extremistas, uno de corte fascista, el otro comunista, que acaban enfrentándose, en una explosión final de violencia. Duval se adentra en ambos espacios, alumbra un ecosistema de relaciones viciadas por los pecados capitales (que dan título a las diversas partes de la novela) y se zambulle en los métodos de propaganda de ambas organizaciones, con pasajes un tanto doctrinarios que a veces delatan un excesivo peaje ideológico. Pero Duval acaba rescatando de toda esta vorágine de furia la peripecia interior de Santiago y Ramiro, inmersos en un nido de áspides que fatalmente los despedaza y a la vez los redime. Madrid será la tumba se torna más memorable a medida que su acción avanza, inexorable, hacia la tragedia; y alcanza su cúspide de intensidad en su tramo último, cuando un aire funeral se extiende sobre el paisaje en ruinas, alumbrando sin embargo la humanidad magullada de los protagonistas, que han ingerido ansiosos un veneno sanador para el que no existen antídotos, un veneno que los mantendrá unidos más allá de la muerte, hasta contemplar el mundo con los ojos del otro. Ese veneno es el amor, como un huracán de palomas que devora los antagonismos.

 

Elizabeth Duval narra ese trastorno y subversión con una escritura a veces contenida, a veces desbocada, a veces irónica y a veces poética, muy pudorosa y poderosamente bella, que alumbra el misterio humano y lleva en volandas al lector, hasta dejarlo en esa orilla donde sus convicciones tiemblan y se conmueven. Que es, a la postre, la misión del arte; todo lo demás es el griterío de los fanáticos, yaciendo en una tumba para siempre.

 

 

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