Como sociólogo he leído con interés el artículo de Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro, como espía de un malestar respecto a los gestos y actitudes del Papa Francisco que también he visto en sectores minoritarios pero no irrelevantes en la Iglesia. Asumido y transformado en reflexión y cultura, este malestar puede ser útil y creo que el mismo Papa Francisco lo previó y lo tiene en cuenta en su visión de una Iglesia en la que, como le gusta explicar, la unidad no se confunde con la uniformidad.
El malestar no debe ser confundido con el rechazo del Magisterio ordinario, ya esta actitud sí lleva al cisma. La tesis puede parecer fuerte, pero se le entiende con una mirada atrás.
El venerable Pablo VI buscó evitar ciertas secuelas del post-Concilio, a partir de al menos 1968. Ante esto los progresistas rechazaron seguirlo sosteniendo que los pronunciamientos del Papa no eran infalibles y constituían simples indicaciones pastorales de las que se podía disentir y seguir siendo buenos católicos.
Siguieron con el Beato Juan Pablo II. El Cardenal Ratzinger y el Cardenal Scheffczyk replicaron afirmando no que todo el Magisterio es infalible –una solemne tontería de la que no conozco serios sostenedores– sino que no se puede ser católico aceptando solo los rarísimos pronunciamientos infalibles del Pontífice: para estar en la Iglesia es necesario caminar con los Papas y dejarse guiar por su magisterio cotidiano. Fuera de este camino estrecho está el camino ancho que lleva al cisma.
Es un riesgo –para usar categorías políticas no del todo pertinentes, pero que ayudan a entender– a la izquierda. Pero es un riesgo también en la derecha, donde –naturalmente a propósito de diversos textos de los criticados por los progresistas– se comenzó a repetir la misma cantaleta según la cual, por ejemplo, ciertos documentos del Concilio Vaticano II no son infalibles y son meramente pastorales, por lo cual podrían ser tranquilamente ignorados o rechazados.
Benedicto XVI trató de poner orden con su famosa propuesta de la “hermenéutica de la reforma en la continuidad” que invitaba a acoger lealmente los elementos de reforma del Concilio interpretándolos, pero no contra el Magisterio precedente, sino teniendo en cuenta esto. La propuesta fue rechazada por la izquierda y, con frecuencia, malentendida por la derecha.
Allí se aplaudió a la continuidad olvidándose de la reforma y se creía que el Papa autorizaba a acoger, del Vaticano II, solo lo que se hubiese presentado de modo nuevo (‘nove’) lo que ya se había enseñado antes, rechazando lo que era en efecto “novum”, nuevo, no –según Benedicto XVI– en contradicción con el Magisterio precedente pero ciertamente no reducible a esto. No era así. Esta “derecha” interpretó el discurso de despedida a los párrocos romanos del 14 de febrero de 2013 como una admisión de que la hermenéutica de la continuidad había fracasado. En realidad lo que sí había fracasado era el intento de usar a Benedicto XVI para rechazar el Concilio.
Reivindicando orgullosamente su rol de teólogo en el Concilio en aquella “Alianza renana” de los padres conciliares alemanes, franceses, belgas y holandeses que propusieron algunas de las principales reformas del Vaticano II, el Papa Ratzinger aclaraba, al momento de dejar el ministerio petrino, que nada en su pontificado autorizaba a rechazar la reforma en nombre de la continuidad.
Es posible que el Papa Francisco realice otras reformas en la Iglesia que el fiel católico deberá acoger con docilidad y sin buscar leerlas como contrarias a las enseñanzas de los pontífices precedentes sino teniéndolas en cuenta. En la encíclica «Caritas in veritate» Benedicto XVI ha aclarado que la hermenéutica de la “reforma en la continuidad” no tiene que ver solo con el Vaticano II sino con toda la vida de la Iglesia.
La fórmula de Benedicto XVI será de gran ayuda para metabolizar el malestar y para transformarlo en una voz útil en la gran sinfonía de la Iglesia. Construir la continuidad como rechazo de la reforma o declarar que se quiere seguir al Papa solo en sus pronunciamientos infalibles –dos por siglo– confinando todo el resto a la esfera de los “falible” y que puede ser ignorado, lleva en cambio y tal vez insensiblemente, al cisma.