La llamada de Dios y el teléfono celular

30 de enero de 2015

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Hace algunos días, mientras predicaba durante la Misa, comenzó a sonar un teléfono celular (móvil), que parecía no pertenecer a nadie porque todos se miraban extrañados; algunos sonreían y nadie lo apagaba. Yo, sintiéndome incómodo con aquél sonido que además era como el canto de un gallo, dije a los fieles: “Por favor, respondan a la llamada del Señor”. Todos rieron y por coincidencia el dueño del móvil logró en ese momento apagar el invasivo sonido de su teléfono.
 
Les refiero este incidente para ilustrar la grave dependencia que muchos tenemos con el teléfono. Me pregunto si acaso esta habla de una realidad que evitamos ver: la soledad. ¿Es nuestro juguete tecnológico y las redes sociales un placebo-antídoto contra la soledad? En los momentos de silencio que resultan incómodos para algunos lo más fácil parece ser mandar un whatsapp, sumergirse en Facebook o Twitter. ¿Qué explica el masivo apego y dependencia a estas redes y al aparato que nos las facilita? ¿Estamos queriendo escapar de aquel fantasma terrible que nos manifiesta que estamos solos?
 
Es sorprendente cómo algunas veces evitamos “ver” nuestro miedo al vacío, a la soledad, al silencio, en fin a todo aquello que nos hace presente la muerte. Pareciera que la solución ante los eventos absurdos de la vida fuera cubrirse, esconderse, escapar…
 
La Santa Misa, en cambio, está llena de momentos de silencio que, lastimosamente, no se respetan porque pareciera que lo importante es la actividad; sin embargo, así perdemos el valor de todo aquello que es gustar la interioridad, la exquisita e inagotable intimidad con Dios.
 
¡Sí! Porque el silencio en la Liturgia no es ausencia de palabras, sino presencia total del Señor, que es la Palabra que se hace carne. Por ello, el silencio en la Misa es un momento privilegiado para estar con Dios. ¡Oremos pidiendo al Espíritu Santo nos ayude a conocerlo en el silencio!
 
Pero ¿saben ustedes cuándo tiene que comenzar este silencio? En casa, antes de asistir a la Misa, a solas, darnos unos minutos y en nuestro silencio interior, descubrir dónde estamos, qué estamos haciendo con nuestra vida, cuáles son nuestras heridas y dolores; así luego, durante la Eucaristía, podremos dejarnos visitar por el Único capaz de penetrar en las hendiduras de la roca de nuestro corazón: Jesucristo.
 
Hay varios silencios para facilitar y realzar la íntima comunión del alma con Dios en la celebración eucarística. Desafortunadamente en algunas ocasiones, es el cura quien primero los evita. Así por ejemplo aquél silencio necesario durante el Acto Penitencial, o el que debería seguir después que se dice “Oremos”. Este es un momento muy importante, ya que el mismo sacerdote celebrante está invitando a los fieles a “Orar”; por ende, debería seguir un lapso (al menos 10 segundos) de silencio, para gustar el estar con el Señor. Hay otros momentos en la celebración, como después de la homilía; antes y después de comulgar; El silencio es vital en la celebración eucarística para experimentar el Amor de Dios y escuchar su voz: “Habla Señor, que tu siervo escucha”.
 
¡Silencio, silencio, silencio!, así podrían sonar cada mañana nuestros teléfonos celulares para ayudarnos a descubrir que la única soledad a evitar, porque nos mata y condena, es la ausencia de Dios. Ella ocurre cuando libremente le damos a Él la espalda.
 
No dudes entonces en apagar el móvil si existe alguna posibilidad de que por tenerlo encendido se dificulte tu encuentro, o el de otros, con Dios.

 
 
 

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