El 29 de mayo de 2018 se cumplieron 144 años desde que nació el reconocido converso inglés, Gilbert Keith Chesterton (1874-1936). Su legado a la cultura y como testigo de la fe, no pierde vigencia con el correr de los años. En las obras de este escritor y periodista británico, suele estar presente el sentido del humor para defender las verdades trascendentes de la vida. Valorado por Pontífices como ‘defensor fidei´, el llamado ‘príncipe de las paradojas’ -en círculos intelectuales- continúa asombrando a muchos con la hondura y sencillez de sus escritos.
Su obra literaria abarca decenas de libros y centenares de notas periodísticas; quizá más conocido y valorado fuera de su patria, los contenidos de su obra no dejan de cautivar lectores y son citados por miles en escritos, discursos o incluso -bajo el imperio de la inmediatez digital- mediante simples recortes de sus frases como plasma la imagen adjunta.
El despertar de la fe
Nacido en una familia de clase media, sus padres no vivían la fe. Pero aunque creció en un ambiente religioso superficial, la opulencia económica de su tiempo no logró seducir al joven Gilbert: “El Cielo es testigo que no soy admirador de la tan satisfecha prosperidad comercial de Inglaterra en el siglo XIX. En el mejor de los casos se trataba de un individualismo que acababa por destruir la individualidad”.[1] Era la época en que el Movimiento de Oxford había dejado su impronta en la sociedad inglesa con la figura del cardenal Newman a la cabeza. Ya en plena madurez intelectual Chesterton viviría su conversión a la fe católica (1922) no sin antes haber atravesado grandes tropiezos en su adolescencia.
Tras frecuentar un ambiente juvenil de incredulidad, algunos de sus amigos transitaban el ocultismo, y Gilbert coqueteó con la práctica esotérica, que luego recordaría así: “Mi hermano y yo solíamos jugar con un ‘planchette’ o lo que llaman los americanos una tabla Ouija; pero éramos de los pocos, creo, que jugábamos con ella en broma”.(2)
A pesar de ‘jugar con fuego’ como el mismo cuestionaría, Dios le sonreía desde la eternidad: “Seguía unido a los restos de la religión por un tenue hilo de gratitud”.(3) Experiencia en nada ajena a la de miles que hoy se ven esclavizados por el esoterismo, el ocultismo, las sectas y la New Age a quien el propio Chesterton advierte con profética humildad: “No estoy orgulloso de conocer al demonio. Lo he conocido por mi propia culpa; y seguí por un camino que si hubiera persistido en él hubiera podido conducirme a la adoración del demonio”.(4)
La única herejía imperdonable
Pero esa tesitura de la vida tenía capítulos previos, como el mismo relata: “A la edad de doce años era yo un pagano y, a los dieciséis, un agnóstico hecho y derecho”.(5) Aun así, ya entonces le movía esa apasionada búsqueda de sentido trascendente que plasmaría en sus escritos. Y como Bartimeo en el Nuevo Testamento, Gilbert encontraría misericordia.
Al respecto, si bien la producción literaria de Chesterton abarca muchos títulos, su peregrinar existencial se desnuda con fuerza en la saga de obras conocidas como ‘historias del padre Brown’. En todas ellas encontramos con imperceptible delicadeza humana la presencia de Dios omnipotente en su misericordia; que lo ve todo, que ama, que reprende y que perdona cuando hay un verdadero arrepentimiento. Chesterton tiene una pluma incisiva y a la vez caritativa; pulsando a la conversión de sus lectores y adversarios intelectuales; no imponiendo sino invitando al interlocutor. Y en esto, no perdía oportunidad de rebatir con picardía y sentido del humor paradojal lo que consideraba un error: “La mayoría de la gente dice que está de acuerdo con Bernard Shaw o que le entiende. Yo soy el único que le entiende, y no estoy de acuerdo con él”.(6) Entre otras, quizá su mejor ensayo es el libro “Ortodoxia”, donde despliega una particular comprensión de la fe en Cristo: “Pudiéramos decir que el mundo moderno está poblado por las viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas”(7) señala Gilbert.
Combatió las herejías y no temía tener enemigos; incluso cuando abofeteaba a las élites al argumentar su amor por las verdades eternas: “Había empezado a descubrir que, en todo aquel sumidero de herejías inconsistentes e incompatibles, la única herejía imperdonable era la ortodoxia”(8), escribía y reconoce luego el costo de tal sentencia… “Los críticos alababan, casi todos, lo que se complacían en llamar mis brillantes paradojas; hasta que descubrieron que realmente creía en lo que decía. Desde entonces han sido más combativos; y no se los reprocho”.(9)
Razones para la verdad
Catequizando en cualquier ambiente, la pluma chestertoniana adhiere al ejercicio racional en su objetivo supremo, Dios, aunque puedan acusarlo de ser un hombre sin razón…: “Loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, todo menos la razón”.(10)
De igual forma que despliegan los filósofos sus argumentos el proceso de conversión en Gilbert fue pausado y meditado. Chesterton ingresaría al catolicismo en 1922 y su esposa lo hará un tiempo después. El sacramento de la confesión ocupó un sitial de privilegio en el proceso de discernimiento. Cuando se le preguntaba por qué ingresó a la Iglesia Católica, respondía: “Para desembarazarme de mis pecados, pues no existe ningún otro sistema religioso que haga, realmente, desaparecer los pecados de las personas […] y que el pecador vuelve a empezar de nuevo como si no hubiese pecado nunca”.(11)
Primer inglés en ser honrado como 'defensor de la fe'
Muchas de sus sentencias llevan el sello del periodista que se esmera en titulares apropiados a la verdad que despliega el contenido posterior; máxime si se trataba de asuntos relacionados con la fe: “No queremos una religión que tenga razón cuando nosotros tenemos razón. Lo que queremos es una religión que tenga razón cuando nosotros estamos equivocados”.(12) De igual manera daba loas a la Santísima Virgen María a quien amaba y era rotundo al declarar: “Si a la gente no le agrada ese culto, tiene razón en no ser católica”.(13)
El conocido escritor Juan Manuel de Prada cuyas columnas suelen ser parte de las ediciones de Portaluz, nos da un buen cierre para valorar a este hombre cuyo proceso de estudio para la causa de canonización inició el reciente año 2013…
“(En él) conviven la sabiduría de la vejez, la cordura de la madurez, el ardor de la juventud y la risa del niño; y todo ello galvanizado, abrillantado por la mirada asombrada y cordial de la fe”.(14) Su conversión causó gran revuelo en la sociedad inglesa de entonces, otro talento intelectual abrazaba la Iglesia Católica. Sus escritos siguen atrayendo conversiones impactantes como la de uno de sus últimos biógrafos, Joseph Pearce, inglés como su mentor, que nos recuerda a quien hoy va camino a los altares el título que a su muerte el Papa Pío XI le otorgó como Defensor de la Fe Católica, dice Pearce: “resultó particularmente acertado que Chesterton fuera el primer inglés que tuviera el honor de recibir del Papa el título de Defensor de la Fe desde que Enrique VIII lo ostentara cuatrocientos años atrás”.(15)
(2) Op. cit, p. 83.
(4) Op. cit, p. 83.
(5) Chesterton, Gilbert Keith: Ortodoxia, Buenos Aires, Colección Austral, 1945, p. 117.