A propósito de su histórica participación en la sexta Jornada Asiática de la Juventud, en Corea del Sur, Papa Francisco ha dicho que los jóvenes son “portadores de esperanza y energía para el futuro”; y que también son “víctimas de la crisis moral y espiritual de nuestro tiempo”… para la cual sólo “Jesús el Señor” es la solución.
Su inspiradora arenga para esa jornada… “Juventud de Asia, ¡álcense!”, tocó de particular forma el corazón de una coreana, la joven conversa Kim Yu-na… oro olímpico (Vancouver 2013) de patinaje artístico.
La joven deportista, confidenció a L’Osservatore Romano su esperanza de estrechar la mano del Papa durante la visita apostólica del Vicario de Cristo a este país donde la fe ha experimentado un potente desarrollo. Según informa el periódico Vaticano, hace medio siglo los católicos constituían el 1% de la población y hoy alcanzan el 10%... más de de cinco millones. Pero la curva asciende con 100.000 bautizados por año.
Kim Yu-na tiene 23 años y los expertos señalan que además de una exquisita técnica, sus rutinas parecen “caricias en el viento”. Es ella misma, desde el gimnasio donde entrena, afincado en el barrio Gangnam-gu de Seul, quien confidenció al rotativo de la Santa Sede, que es su historia de conversión y en particular su espiritualidad lo que intenta impregnar en las rutinas que presenta.
La publicación vaticana corrobora sus palabras señalando que en varias ocasiones se le ha visto orar y hacer la señal de la cruz a Yu-na antes de cualquier presentación. Y para exponer su devoción mariana, dice, en sus rutinas porta un llamativo denario, pues le recuerda que “Dios está conmigo en todos los momentos, esto me da una gran fuerza”.
Una semilla que germina en tierra fértil
Como tantos otros deportistas de élite en vorágine competitiva, Yu-na llevaba una vida bastante solitaria. Concentrada en sus actuaciones el punto de quiebre -pero también un nuevo inicio- llegó para la joven el año 2006… “Tuve una lesión, más bien una serie de lesiones, que me obligaron a peregrinar de un hospital a otro. Allí tuve un encuentro providencial con algunos médicos de fe católica, con quienes establecí una relación de confianza. Me citaban frases de la Biblia y del Nuevo Testamento para animarme y consolarme, y todo eso me ayudó mucho a superar sobre todo, las dificultades psicológicas debidas a las continuas recaídas físicas de la lesión”.
El signo del apóstol, la fuerza de la Palabra
Lo más paradójico que percibió, dice, fue que no trataban de convertirle. Era “un gesto desinteresado” –agrega- hacia una muchacha que vivía un momento difícil de su vida y de su carrera profesional, e “intentaban aconsejarla” del mejor modo posible.
Pero la fuerza eterna de la Palabra, la semilla de verdad -sin pretenderlo los sembradores o haberlo querido la propia Kim Yu-Na-, había sido plantada profundo en el alma de la chica. Lo cuenta ella misma en forma breve…
“Era el período más difícil de mi vida, también para mi madre, que había gastado muchas energías por mí y por mi éxito. Me hallaba en una situación crítica, y me parecía que no iba a terminar nunca. Ya hacía dos años que mis problemas en la espalda aparecían y desaparecían, dándome la impresión de que jamás terminarían. Al llegar a este punto, una se encuentra en una encrucijada: se pregunta si verdaderamente vale la pena ir adelante, y si es así, de dónde se puede sacar la fuerza para seguir esperando. Tenía necesidad de contar con alguien o con algo… La fe en el catolicismo me ha dado todo esto. Para mí era un camino totalmente inédito. Ni mi madre ni mi padre eran creyentes. Pero en el hospital tuve la posibilidad de encontrar al padre Lee. No solo era el sacerdote de la clínica, sino que también él mismo era un paciente. De algún modo, un destino común parecía unirnos. Después del encuentro con el padre Lee, comencé a comprender más pormenorizadamente las enseñanzas fundamentales del catolicismo. Me dio lecciones privadas sobre la Biblia y sobre el Evangelio, en suma, me inició en la fe. De ahí mi elección de bautizarme con mi madre. Era el 24 de mayo de hace seis años” (2008). Por libre decisión, al bautizarse tomó el nombre de Stella y desde entonces nace también su devoción a la Virgen.
Rezar y hablar con Dios, integrado a la vida
Kim no se amilana para sincerar que su identidad de fe es un soporte en materia deportiva…“Rezo siempre, antes y durante cada competición, porque es una manera de demostrarle a Dios mi agradecimiento por todo lo que la vida me ha dado. Hoy, más que nunca, aprecio el valor de una buena condición física, porque sé que puede ser una condición temporal, y lo mismo sucede con una derrota: no se termina el mundo si se pierde una competición, todo tiene solución. Y si se tiene la sensación de que la solución no llega, entonces es solo la voluntad de Dios, pero no hay que desesperarse”.
Pero la fe de esta joven coreana conversa traspasó la esfera privada cuando el año 2007 comenzó una actividad filantrópica. Donó varios millones de dólares tanto para las víctimas del tifón Haiyan en Filipinas como para las víctimas del tsunami en Japón en 2011, y lo mismo hizo apoyando a los supervivientes y familias de las víctimas de la tragedia del transbordador Sewol.
El Papa en la tierra del “Jeong”
Apasionada Yu-Na, Stella, confidencia que si tuviera la oportunidad de describirle Corea al Papa Francisco, le hablaría de una palabra que tiene un significado vital para la cultura oriental: Jeong.
“Jeong evoca el afecto humano, el vínculo entre las personas. Esencialmente, se manifiesta en circunstancias particulares. Por ejemplo, pudimos verlo después del accidente del transbordador Sewol, que causó la muerte de muchísimos estudiantes jóvenes. Los coreanos, ante hechos particularmente trágicos o, al contrario, ante acontecimientos muy felices, tienden a unirse intensamente. En una palabra, Jeong es una manera eficaz de elaborar el dolor –o vivir la alegría-, que no permanece encerrado en la conciencia individual, de cada uno, sino que se comparte con todos. Otro caso de jeong ocurrió durante la crisis económica de 1997, cuando tres millones y medio de coreanos donaron al país miles de toneladas de oro para frenar dicha crisis. Pienso que la primera vez que una persona vive la experiencia del jeong es cuando, de niño, su madre lo lleva en brazos. Luego, a medida que aumenta la experiencia del jeong, se incluyen todas las demás relaciones fundamentales: con el padre, con los hermanos, con los miembros de la comunidad”.