¿Se puede cambiar el mundo en una bicicleta? Gino Bartali se esforzó en ello. No sólo porque fue uno de los mayores campeones del ciclismo mundial, sino también porque tuvo el valor de plantar cara al fascismo y ponerse del lado de los perseguidos.
Con la misma bicicleta con la que ganó el Giro de Italia y el Tour de Francia, Bartali consiguió salvar la vida de cientos de italianos de origen judío perseguidos por los fascistas entre 1943 y 1944, cuando nuestro Italia estaba bajo ocupación alemana. Esta faceta poco conocida de su biografía llega ahora también al público británico con Glory Ride, el inesperado musical en escena hasta el 29 de julio en el Charing Cross Theatre de Londres, que rinde homenaje a la gran hazaña -movida por la fe- del entrañable ciclista toscano.
Criado en el seno de una humilde familia católica en las afueras de Florencia, Bartali empezó a desarrollar desde muy joven su pasión por las dos ruedas, que montaba incansablemente en sus entrenamientos por las hermosas colinas de la Toscana. A los 17 años ya había ganado su primera carrera. A una edad más tardía le siguieron éxitos deportivos más importantes, como las tres victorias consecutivas en el Giro de Italia en 1936, 1937 y 1938, que le convirtieron en un gigante de este deporte. Bartali también ganó dos Tour de Francia, con 10 años de diferencia. Épico fue el maillot amarillo que ganó en 1938, afrontando duras etapas alpinas con una tenacidad que le valió el apodo de Intramontabile a la edad de 34 años. Sencillo, franco y un poco brusco, tanto que se ganó el apodo de Ginettaccio. Memorable en su época fue su rivalidad con Fausto Coppi, que dividió Italia en "coppianos" y "bartalianos". Los dos campeones eran hombres diferentes, pero compartían una profunda pasión por el ciclismo. Fueron rivales, pero nunca enemigos, mostrando un gran fair play deportivo en cada ocasión.
Se hace el bien sin decirlo
En la época del fascismo, el segundo hombre más famoso, después de Mussolini, era Bartali. Pero ni la fama ni nada le acercaron nunca al régimen, del que siempre mantuvo las distancias, negándose incluso a sacar el carné del partido fascista o a terminar una carrera con el saludo romano. Y no sólo eso. En 1943, cuando Italia fue ocupada por los nazis y comenzó la redada de judíos en el norte, Bartali optó por oponerse personalmente al fascismo, montando en su bicicleta verde, la legendaria Legnano, que tantas veces le había visto cruzar la línea de meta como vencedor.
El plan fue urdido por el cardenal Elia Dalla Costa, amigo y confesor de la familia Bartali, que había organizado una red clandestina de laicos y religiosos para ayudar a los judíos italianos a que no fueran deportados a los campos de concentración nazis. Dalla Costa, que contaba con el apoyo del Vaticano y del Papa Pío XII, pensó que el prestigio de Gino Bartali podría ayudar a su propósito.
Así entonces, utilizando sus largos paseos de entrenamiento como pretexto para moverse libremente por el territorio y su fama como tapadera, Bartali llevaba, ocultos en el cuadro y el sillín de su bicicleta, documentos y visados falsos que permitían a las familias que huían expatriarse y escapar de un trágico destino.
Se convirtió así en el relevo de Delasem, la Delegación de Ayuda a los Emigrantes Judíos, una red clandestina apoyada por la Iglesia. Escondió en su casa a una familia judía que conocía. Si hubiera sido descubierto por los fascistas lo habrían fusilado, pero corrió ese riesgo, ayudando a salvar la vida de 800 judíos, entre ellos familias enteras.
Este secreto suyo salió a la luz mucho más tarde, cuando él mismo se lo contó a su hijo Andrea, explicándole que "se hace el bien sin decirlo. Y ciertas medallas se cuelgan en el alma, no en la chaqueta". Precisamente por su compromiso y valentía, recibió importantes reconocimientos. En 2006, el Presidente de la República Carlo Azeglio Ciampi le concedió la medalla de oro al valor civil. En 2013, Yad Vashem, el santuario conmemorativo de Jerusalén, lo declaró "Justo entre las Naciones", el máximo título que concede el Estado de Israel a quienes arriesgaron su vida para salvar a los judíos de la persecución nazi, calificándolo no solo de "gran campeón", sino también de hombre sencillo que "hizo cosas extraordinarias".
Devoto de la Virgen
Bartali fue a Lourdes para dar las gracias a la Virgen y rendirle homenaje por su triunfo en el Tour de Francia de 1948, ofreciéndole las flores que le habían regalado en el podio. "Solía ir a Lourdes todos los años cuando pasaba por allí", cuenta su hijo Andrea, "y nos llevó allí varias veces a la familia. Aún recuerdo los recuerdos que me daba cuando estudiaba en el internado", agrega.
Pero había dos devociones especiales a la Virgen que Gino Bartali llevaba dentro.
La primera era para Nuestra Señora de Pompeya. El semanario "Maria con te" publicó una carta inédita escrita a mano por Gino Bartali el 23 de junio de 1939, con el membrete del hotel Lago Maggiore de Nápoles. Es una carta a su mujer en la que le cuenta su visita al santuario de Pompeya para pedirle "la gracia que imaginas".
He aquí la carta: "Queridísima Adriana (...) ayer, de paso por Pompeya, me detuve en el santuario de Nuestra Señora, recé mucho y por todos, pero sobre todo por nosotros. Te puedes imaginar la gracia que le pedí a nuestra querida Virgen. Recé con toda mi alma y con el pensamiento de hacerlo cada vez mejor y llegar a ser aún mejor, para alcanzar cuanto antes la posible perfección que el Señor tanto desea de las almas que se acuerdan de Él y viven bajo su santa protección".
"En mi pensamiento", prosigue, "estaba también, aunque todavía un poco lejana, la oración y la esperanza de poder volver antes de mucho tiempo a rezar de nuevo a nuestra querida Virgen de Pompeya con aquella a quien amo, contigo mi Adriana, para que seas por ahora y para siempre la mujer que será para mí la esposa ideal para la vida y para la eternidad".
Bartali estaba también muy unido a Nuestra Señora de Loreto, a la que visitó en varias peregrinaciones. Famosa fue su primera visita, el 25 de septiembre de 1939, con otros dos ciclistas muy conocidos en la época: Cottour y Bergamaschi. Los tres se inscribieron en la Congregación Universal de la Santa Casa.
El campeón visitó Loreto varias veces: el 10 de diciembre de 1946, fiesta de la Traslación de la Santa Casa, para entregar a Nuestra Señora de Loreto la copa de plata maciza que había ganado en la Vuelta a Suiza; y sobre todo el 18 de junio de 1970, cuando acudió con su mujer y su hija para ser padrino en el bautizo del hijo de Silvio Calistri, un hotelero local. Fue también su última visita al santuario mariano.
Glory Ride
A Bartali se le han dedicado 84 libros, muchas canciones, incluida la inolvidable Bartali, de Paolo Conte, y numerosas películas y series de televisión. Ahora su hazaña es también un musical. Una historia que huele a leyenda, como la definió Victoria Buchholz, autora de Glory Ride junto a su padre Todd, cuando la escuchó contar por primera vez a unos ciclistas durante uno de sus viajes a la Toscana en 2014. Una historia increíble, avalada por los numerosos testimonios de quienes fueron salvados por Bartali. De ahí la decisión de los autores de difundir esta historia con un mensaje que sigue siendo poderoso hoy en día, contando la importancia de ponerse valientemente del lado del bien a pesar de las consecuencias.
Escrita entre Nueva York y Los Ángeles, Glory Ride se representa ahora en el West End, bajo la dirección de la coreógrafa Kelly Devine, asesorada por el director italiano Federico Bellone. Los actores -italianos y de otros países-, actúan en inglés, pero con un deliberado acento italiano. Un vestuario auténtico y un decorado evocador ayudan a recrear la sensación de estar en algún rincón de Italia. La proyección de imágenes de archivo aporta autenticidad y ayuda al espectador a situar históricamente los acontecimientos.
Bartali transportó docenas y docenas de vidas en su bicicleta, permitiendo a tanta gente encontrar una salida y tener una esperanza de libertad y felicidad. Y como dice el Talmud: "Quien salva una vida, salva el mundo entero".