En 2012 decidió dejar el mundo de las finanzas, una carrera con ganancias de seis cifras, "agotado" de la existencia que llevaba en un mundo que ya no sentía suyo. Se quedó en Nueva York, pero cambió de profesión, dedicándose a la fotografía.
No todo es como lo imaginaba
“El Papa Francisco es una “garganta profunda” para los pobres” ha titulado el artículo, haciendo referencia al papel de “garganta profunda” de otro personaje del año, Edward Snowden.
“Cuando trabajaba en Wall Street en los años ’90 – ha escrito Arnade – viajaba por trabajo a la patria del Papa, Argentina. Yo era uno de los muchos extranjeros que iban allí para decir cómo tendrían que reformar el país, abrirlo al mercado libre. Cosa que se hizo y que ha funcionado hasta el desplome del 2001. Nos movíamos en taxi – ha continuado el ex trader –, lejos de los barrios de favelas que rodeaban Buenos Aires. Ningún banquero entraba en ellos, se decía que eran demasiado peligrosos. Nosotros movíamos números sobre hojas de trabajo electrónicas, números que representaban a personas. El Papa Francisco en cambio iba a esos barrios de manera regular y veía lo que nosotros no veíamos.”
“Es como está escrito en su exhortación apostólica: los seres humanos son considerados bienes de consumo, que se pueden usar y tirar. La victoria del libre mercado ha sido la de hacer que la palabra "empatía" sea una palabrota. En Wall Street ciertamente es así. No puedes ganar dinero si empiezas a preguntarte cómo lo ganas, a quién dañas y quién se queda atrás”.
Simples y significativos descubrimientos
Pero lo que más ha llamado la atención es el artículo que Arnade firmó la vigilia de Navidad y que tuvo, en el sitio del Guardian, más de dos mil comentarios de lectores: “Las personas que más han desafiado mi ateísmo han sido los drogadictos y las prostitutas”, tituló.
Y, en cambio “Sarah –dice el ex banquero- con 15 años pasados en la calle, lleva una cruz alrededor del cuello. Siempre. Michael, desde hace 30 años también él en la calle, lleva un rosario en el bolsillo. Siempre. Y en cada casa de consumidores de crack, en el edificio más sórdido y desolado, se puede encontrar una Biblia abierta entre jeringas, encendedores y pipas de crack”.
“Somos todos pecadores – ha escrito Arnade – y en la calle, los drogados, los últimos, con sus batallas diarias y su cotidiana cercanía a la muerte lo entienden de manera visceral. Mucha gente de éxito, no. Su sentido de ellos mismos y su frialdad emotiva han anestesiado la percepción de su falibilidad”.
Y ha dicho adiós a "su" Richard Dawkins, que hoy le parece “una persona tan lejana de la humanidad” pues hace “lo que odia en los otros: predicar, partiendo de una posición de ventaja y egoísta”.