Solo fueron dos los meses que la misionera sevillana, laica, María Cabezas pasó en Paraguay, concretamente en una zona empobrecida de la capital llamada El Bañado, colaborando con la Escuelita Marcelo Spínola de la Congregación de Esclavas. Pero aunque haya sido un breve tiempo, las vivencias dejaron huella en su alma.
Esta joven española estudiante de Magisterio cuenta al semanario de la Arquidiócesis de Sevilla que sintió la llamada misionera siendo niña, a través del testimonio de personas que “habían entregado su vida a acercarse a los empobrecidos del Reino en las misiones. Escucharlos generaba en mí una ilusión por conocer en primera persona eso que nos contaban un año tras otro”.
Pero discernir y atreverse no fue fácil, especialmente por la preocupación de sus padres ante esta decisión. Entonces, cuenta, “llega un día en el que, contra todo pronóstico sientes que ha llegado el momento, te lanzas a la piscina y comienzas la formación previa a la misión”. Respecto a ésta asegura que “te ponen los pies en la tierra, te recuerdan que tú no vas a ser la salvadora del mundo y te dan muchos recursos. Te ayudan a entender que lo que tú tenías que preparar ya lo has hecho, pero que todo está en manos de Dios, hay que confiar en Él y dejarse sorprender”. Y eso hizo María (imagen abajo).
Según recuerda, nada más llegar “la pobreza saltaba a la vista y ocupaba todo mi pensamiento; esa mezcla de mal olor, barro, agua, casas de chapa (muros de material no sólido y frágil) y basura me bombardeaban los cinco sentidos. Solo tenía ganas de llorar, incluso me arrepentía de haber ido allí. Iba en una burbuja de negatividad hasta que me di cuenta que dos niños me llevaban de la mano. En ese momento me miraron y comprendí que hay miradas que salvan”. Aquello, explica, hizo que “comenzara mi misión”.
De esta experiencia María dice atesorar muchas cosas, pero lo más importante es que “Ñandejára, (Jesucristo en lengua guaraní) está con ellos y es lo que te cuentan con su vida”. También María es hoy testimonio del amor de Dios, cultivándolo gracias a la oración diaria - “si la oración falla, todo te empieza a fallar también”, advierte-, la Eucaristía, la misión en lo ordinario y la comunidad.
María que hoy es catequista en el Colegio Sagrado Corazón de Sevilla, anima a participar en las misiones porque -asegura- es una experiencia “abierta a todos que requiere discernimiento y preparación (…) Los misioneros son personas normales, como tú y como yo, pero que salen de ellos mismos y regalan al mundo su tiempo, y lo hacen sin reservas”, destaca. Por eso confiesa con ilusión que “yo repetiría mil veces, ‘Aquí estoy, envíame’, ¿y tú?”.