En una ocasión, mientras estaba en su celda, le pidió a Dios que la cambiara y que se abrieran todos esos portones que se cerraron tras de ella el día que ingresó al Centro Penitenciario El Buen Pastor (Costa Rica). Y así ocurrió.
Para el semanario EcoCatólico de Costa Rica el testimonio de Giselle Moreira es de tal valor que, “hace recordar a la Santa Josefina Bakhita”, capturada, vendida como esclava y violentada, pero quien llegó a agradecer a sus captores porque “si no hubiese sucedido aquello, quizá ahora no sería cristiana”.
Giselle creció en una familia de escasos recursos, cuenta que su padre era un alcohólico que agredía tanto a su esposa como a sus hijos. “Desde pequeña ya tenía el corazón destrozado (…) yo no supe lo que era un abrazo de mi papá”.
Si bien fue bautizada, se alejó de la fe cuando empezó a relacionarse con ciertas personas, las mismas que la llevaron a involucrarse en problemas.
Aprendiendo a orar
Acabaría por recibir una condena de seis años en prisión, no obstante, por su buen comportamiento recibió el beneficio de casa por cárcel. Reconoce que al principio no tenía mucho interés en cambiar, relata que una vez incluso participó en una golpiza a una reclusa.
“A las que cometen infanticidios las golpean, pero me di cuenta que yo no estaba ahí para juzgar a nadie, yo no era así, crecí en un hogar violento, pero no quería ser así”, mencionó.
Cuenta que pidió a una compañera que le consiguiera una Biblia, empezó a leerla y a rezar. “Un día, en los baños empecé a orar, estaba muy triste, de repente sentí en la frente algo caliente, era Él, yo sé que era Él… Ahí vino un pequeño cambio, comencé a pedir trabajos como limpiar o recoger basura, sentí iba a salir de ahí”.
En otra ocasión, vio una mariposa tan hermosa que llamó a una compañera para que la viera, pero cuando llegó ya no estaba. Su amiga le dijo que eso significaba libertad.
“Al mes recibí mi libertad condicional. Estuve el tiempo que Dios quiso que estuviera, lo que necesitaba para aprender lo que tenía que aprender. Dios siempre estuvo conmigo”.
“Pedí volver a prisión”
Giselle salió del Buen Pastor deseosa de emprender una nueva vida, sin embargo, al llegar a su casa supo que tenía el estigma carcelario. Siempre había vivido en un hogar violento, pero ahora sentía más que nunca el desprecio y el repudio, sobre todo de su papá.
Cuando sufría agresiones se cortaba los brazos. Llegó al punto de querer atentar contra su vida y la de su padre. “Antes de ser el Caín de mis hermanos y de mi padre, pedí volver a la cárcel para evitar hacerles daño, como no había posibilidad decidí dejar de ir a firmar y de asistir a las citas con el psicólogo para que me quitaran el beneficio”, contó.
Una Casa de Paz
Fue solicitada por las autoridades, pensó que iba a ingresar nuevamente al centro penal, pero le hablaron del proyecto de la Asociación Siervos del Buen Pastor conocido como Casa de Paz. Se trata de un lugar de estancia en Heredia para mujeres privadas de libertad que como Giselle están por cumplir su pena o tienen algún beneficio, para que al salir tengan lugar donde ir mientras se logran acomodar, conseguir trabajo y demás.
“Agradezco esta oportunidad, pensé que venía a otro módulo carcelario, pero me encontré una casa con sillones y nevera, pero más que todo con un hogar”, dijo.
Tras muchos años de no asistir a la Iglesia, decidió ir a la Parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles, en Heredia. Allí le llamó la atención el grupo Mujeres en Victoria.
En el Santísimo reconoció a Dios
Cuando Giselle (en imagen adjunta) empezó a asistir a las reuniones sintió un dolor en su pecho izquierdo, por lo que decidió ir al médico. “Presentía que era algo serio, me decía a mí misma que si me aparecía algo me pegaría un balazo porque no lo soportaría”.
Por aquellos días la habían invitado a un retiro espiritual y ella aceptó ir, algo le decía que fuera, incluso tomó la decisión de postergar la cita con el especialista para asistir. Allí tuvo una serie de experiencias que atesora.
“Llegó el sacerdote, en una mano sostenía el Santísimo y la otra la puso sobre mi frente mientras oraba, volví a sentir aquel calor, esta vez lo sentía en el pecho, era Él…”. “De pronto -continuó- sentí una paz muy grande, justo lo que necesitaba para enfrentar lo que venía”.
Eso fue un fin de semana, el lunes Giselle fue diagnosticada con cáncer de mama. “Si no hubiera tenido esos ángeles no sé qué hubiera pasado. Decidí ofrecer mis dolores por las privadas de libertad, para que encuentren paz”.
Esta mujer afronta su enfermedad con valentía y afirma que se siente fortalecida espiritualmente, expone que no ve esto como un castigo por sus delitos y pecados del pasado, sino como una prueba de amor, “de Él para mí, y de mí por muchas personas”.
A sus 43 años se ve a sí misma como una guerrera de Dios y da gracias al Señor por dejarle luchar esta batalla. “Estoy feliz, vivo cada día como nunca, todo esto me ha cambiado, a veces me entristece no haberme dado cuenta antes de lo hermoso que es Él”.