Como en muchos otros ámbitos de intervención humanitaria, la Iglesia Católica es pionera en el cuidado y atención de personas viviendo con VIH SIDA en el mundo, desde que surgió esta pandemia. Misioneros, laicos, sacerdotes, religiosas; a través de entidades internacionales como Cáritas o fundaciones de beneficencia locales y en todos los continentes, despliegan redes de ayuda para el cuidado integral de los beneficiarios.
En este contexto los pasados días 6 y 7 de diciembre el cardenal Peter Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, convocó en el Vaticano a médicos, representantes de empresas farmacéuticas y agencias humanitarias a un diálogo franco para elaborar estrategias que permitan mejorar la atención de los niños y adolescentes que viven con VIH-SIDA. En particular se ha puesto el acento en la educación-prevención, el diagnóstico precoz y al acceso gratuito e inmediato a tratamientos farmacológicos (terapia antirretroviral) que permiten salvar vidas. “Es por carecer de esta ayuda que más de 120.000 niños siguen muriendo cada año por causas relacionadas con el SIDA y más de 13.000 niños se infectan cada mes", ha revelado Caritas el pasado 6 de diciembre, en un comunicado de prensa.
El grito de Dios
Sobre esta realidad bien conocen los profesionales, voluntarios y en especial los beneficiarios de la Fundación Eudes en Colombia. Iniciativa gestada por el sacerdote Bernardo Vergara Rodríguez en 1987, cuando la ignorancia y los prejuicios -como la falta de tratamientos- imponían no sólo una condena de muerte a quien vivía con VIH-SIDA, sino además una carga de estigma y marginación.
Lo inesperado y anecdótico de cómo Dios le llamó a este apostolado, ha sido narrado en diversas entrevistas por el padre Bernardo. Hace 31 años, relata, mientras visitaba a una enferma en el Hospital San Juan de Dios… «escuché un grito que venía de la sala en la que atendían a las personas con VIH y me acerqué a la señora que gritó. Me dijo que había sentido un viento que venía de aquella sala y que creía que se había infectado. Era una época en la que se ignoraba sobre el tema, pero para mí ese fue el “grito de Dios”, porque si no hubiese sido por esto no habría llegado a ellos».
Portaluz visitó uno de los hogares de esta Fundación, donde residen niños que viven con VIH-SIDA y conversó con Jorge Díaz Ramírez, director de proyectos, quien evidenció la ineficacia de los actuales programas preventivos y de educación para reducir la transmisión que afecta a niños y adolescentes, también en Colombia. En particular cuando los padres pertenecen a grupos de riesgo. “La mayoría de los niños son huérfanos o de madre o de ambos padres; la transmisión vertical, madre a hijo, del VIH ocurre durante la gestación o en el parto o en la lactancia. Muchas veces los niños pierden a su madre a consecuencia del VIH y llegan a nuestro hogar bajo ese contexto…”.
La economía de la salvación
En esta labor, señala Díaz, se requiere ir más allá del ofrecer un espacio protector, saludable, acceso a tratamientos, educación. Para la integración en sociedad es vital -puntualiza- la unidad pastoral cuyo acompañamiento es una labor del día a día que toca a los beneficiarios, los voluntarios, a toda la comunidad de la Fundación; “también con actividades lúdicas, construyendo confianzas, transmitiendo valores cristianos en la convivencia cotidiana”, destaca.
Hoy en sus hogares, servicios de atención ambulatoria y talleres educativos de prevención, un equipo de 35 profesionales y voluntarios hacen presente el amor de Cristo en 5 ciudades colombianas. Una labor a la que padre Bernardo con un video promocional (pulse) invita a sumarse enseñando que… “el Señor mueve las fibras más profundas de nuestro corazón y desde ahí él se siente gozoso al saber que el ser Iglesia es responder a las necesidades de quienes están al lado de uno. Porque si algo nosotros debemos madurar, dentro de la economía de la salvación es que tenemos algo para alguien. Todo hace parte de la economía de la salvación; Dios es todo en todos, somos administradores de los bienes de Dios. Entonces digamos… Señor desarma mi corazón, creo profundamente que tú eres el Príncipe de la Paz y me adhiero totalmente a que tu Palabra se haga realidad en esa verdad que ansía mi existencia”.