Las Obras Misionales Pontificias en su Revista Supergesto han dado espacio al testimonio de un joven español cuya vida fue transformada en el encuentro con la misión en Africa. Este es el relato de Martín del Río en primera persona:
“El verano pasado tuve una experiencia de misión en Tánger con el grupo Campos Misioneros del Trabajo, un grupo de jóvenes que, siguiendo el espíritu de madre Teresa de Calcuta, nos preparamos y vivimos una experiencia de voluntariado misionero junto a las Misioneras de la Caridad.
En Tánger el servicio principal que se hace es un campamento de verano para los hijos de las madres solteras que acogen las sisters en su casa de Tánger. También acompañamos a los chicos de Cruz Blanca, 10 personas con discapacidad que atienden desde hace años los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca. Por las tardes visitamos a los ancianos del Hospital Español, antiguo hospital, ahora residencia de ancianos, y a las niñas de Dar Tika, Casa de la confianza, centro de acogida de las religiosas de Jesús-María para niñas, que hasta el momento era inexistente en Tánger y ello hacía que las menores, además de víctimas, fueran invisibles.
Tánger es una ciudad muy particular y, si llegas por primera vez, sin duda te sorprende. Digamos que existen dos Tánger distintos. Uno, la llamada «zona europea», más rico; y, luego, otro muy distinto, la zona de la Medina, lo que sería el casco antiguo de la ciudad, donde es evidente que la gente es mucho más humilde y la pobreza salta a la vista. Es aquí donde nos encontramos y donde toda la Misión Católica de Tánger realiza su función.
Hay tres cosas que podría decir que me han tocado especialmente durante esta experiencia. En primer lugar, la pobreza. Sinceramente, para mí la pobreza era un concepto bastante abstracto. Y no fui consciente de lo que estaba viviendo en Tánger hasta pasados unos días. Impresiona caer en la cuenta de que esa mujer que recoge a sus hijos cada día del campamento no tendría nada de no ser porque las Misioneras de la Caridad han querido mirarla y le han dado todo, pues en Marruecos una madre soltera es rechazada por la sociedad, incluso por su familia. O en el caso de los niños de la calle, niños que han huido o han sido expulsados de sus casas, y que ahora viven en pandillas por las calles de Tánger y que cada miércoles acuden a casa de las sisters a por comida, una ducha, ropa limpia y una tarde de tranquilidad en un lugar seguro. Pasar una tarde con estos chicos impresiona. Hablar de tú a tú con un chaval que tal vez lo único que tiene es la caridad de una misionera, impresiona. O los chicos discapacitados de Cruz Blanca, hay algunos que no tienen a nadie más que a los hermanos que los tratan como auténticos hijos. Se puede entrever que en ocasiones la pobreza que se percibe en Tánger no es exclusivamente material sino que el abandono y la soledad es una pobreza mucho más dura y presente.
En segundo lugar, estoy feliz de haber conocido la Misión católica de Tánger. Era hermoso ver cómo cada domingo nos reuníamos todos en la catedral con los misioneros y misioneras, Misioneras de la Caridad, Franciscanas, Franciscanos de Cruz Blanca, religiosas de Jesús-María y todos los voluntarios compartíamos juntos la Eucaristía. En ese momento la sensación es de estar frente a verdaderos santos, personas que están entregando su vida al 100% al servicio de los más pobres de Tánger, sin recibir nada a cambio y en muchas ocasiones con el riesgo de ser perseguidos. En Marruecos está prohibido por ley evangelizar a cualquier marroquí, de manera que estamos ante misioneros que llevan a Cristo a los más necesitados de la manera más sencilla y auténtica posible, mediante la caridad con el pobre y el ejemplo de su vida. Nada más, nada menos. Poder servir junto a estas personas es un privilegio.
Por último, vuelvo enamorado del grupo con el que he compartido la experiencia, grupo de CMT, los 20 voluntarios que hemos estado en Tánger. No había conocido nunca un grupo como este: sin duda, heterogéneo; cada uno con sus particularidades, unos con más fe, otros con menos, pero todos teníamos claro a lo que íbamos. Todos nos cuidábamos entre nosotros. En todos estaba la conciencia de que hemos venido a servir, algo que se logra gracias al trabajo juntos durante todo un año. Tal vez la palabra que mejor define a estos campos de trabajo es «comunidad», aunque «familia» tampoco estaría mal y esto se respiraba cada día en momentos como la adoración junto a las sisters.
Con mi experiencia de voluntariado misionero o #VeranoMisión he descubierto que renunciar a cosas te predispone a servir con honestidad a aquellos que nunca pueden elegir. Descubres la alegría de servir.
Sin duda alguna esta experiencia de voluntariado misionero ha sido especial. Especial porque he convivido durante 18 días con veinte voluntarios extraordinarios. Especial porque he conocido misioneros que entregan su vida por los más pobres. Especial porque he podido servir con ellos. Especial porque, de algún modo, esto me ha cambiado por dentro”.
Fuente: Alfa y Omega