«Yo seguí el proceso normal de todos los niños en Cuba: desde muy pequeña me fueron adoctrinando en la escuela, y a los 16 años yo ya creía firmemente en la Revolución»...
Quien así se expresa es la hermana Carmen Zamora, durante años traductora de ruso para el régimen cubano y convencida propagandista del comunismo en la isla otrora gobernada por Fidel Castro. Hoy, rumbo a buen puerto, es religiosa carmelita en el convento de Alquería del Niño Perdido, en Castellón (España).
La revolución no fue lo que se esperaba
La familia de Carmen saludó la revolución castrista desde sus inicios con esperanza, porque «aparentemente era benigna y justa, venía para ayudar a los pobres, pero eso tomó luego otro matiz». A Carmen, que nació después de la llegada de Castro, le dio por estudiar ruso, y después de graduarse empezó a trabajar como traductora para el Gobierno. Gracias a eso, tuvo contacto con muchas autoridades del régimen, y realizó frecuentes viajes a numerosos países de la órbita soviética: la propia URSS, la Alemania del Este, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumanía, Polonia…
Sin embargo, «poco a poco empecé a percibir la diferencia entre lo que decían los dirigentes y lo que hacían. Al mismo tiempo que pedían que el pueblo se sacrificara, ellos vivían muy bien e incluso se burlaban en privado de la situación de la gente. Eso fue un golpe fortísimo para mí, porque poco a poco todo aquello en lo que había creído se estaba viniendo abajo».
Carmen empezó entonces a vivir una doble vida, trabajando para un régimen en el que estaba dejando de creer. Le ayudó entonces la lectura de muchos libros prohibidos por el Gobierno pero que circulaban en el mercado negro: Bulgakov, Solzhenitsyn… y el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, «que fue quien me trajo al Carmelo. Me impresionó mucho cómo ese hombre escribía con tanta pasión de su relación con Dios, una pasión que yo entonces sólo entendía posible entre un hombre y la mujer. Yo buscaba mi lugar en la vida y esa lectura creó en mí un gran interrogante».
Y llegó la perestroika
En 1985, llego la apertura de la perestroika. Todo en la isla cambió y las relaciones con Rusia se volvieron muy tirantes. «Cuando Gorbachov vino a Cuba dijo que se había condenado al pueblo a vivir mal en nombre de un futuro que nunca llegaba. Eso fue muy fuerte. La fe en la Revolución ya no era unánime. Entonces la gente ya no creía tan a ciegas como antes», recuerda la hermana Carmen.
Los cubanos empezaron a querer salir de la cárcel en que se había convertido la isla. «La gente empezó a salir a la calle pidiendo libertad. Yo ya no trabajaba como traductora, porque las relaciones con Rusia se rompieron y me quedé sin trabajo, pero en octubre de 1994 me llamaron para sofocar con palos las protestas. Y le dije a mi jefe: Si es para dar golpes, yo no voy a participar».
Fidel Castro, al ver el descontento popular, permitió salir a la gente. Los estadounidenses empezaron a dar visas y Carmen logró salir de Cuba con toda su familia el 3 de enero de 1995. «Unos familiares lejanos de mi cuñada nos acogieron en su casa, en New Jersey, y nos dieron todo lo que necesitábamos, hasta trabajo. Para mí eso fue de un valor incalculable. Ellos eran cristianos evangélicos, y me abrieron una puerta que nunca había abierto. Empecé a leer la Biblia, a hacerme preguntas…».
Y el amor de Dios le conquistó
Al cabo de diez años se mudó a Florida y empezó a frecuentar una iglesia católica. «Hasta me ofrecí para ayudar en la parroquia –recuerda–. Yo estaba sólo bautizada, pero allí recibí mi Primera Comunión. Poco a poco empecé a buscar mi sitio en el mundo, porque veía que Dios me llamaba a una vida mas comprometida».
A Carmen se le ocurrió entonces escribir a una página web que la iba a poner en contacto con más de 300 conventos de Estados Unidos, pero buscaba uno en un lugar de habla hispana, así que escribió a las carmelitas y recibió la respuesta del convento de la Alquería del Niño Perdido, en Castellón. «Empezamos a escribirnos y a comunicarnos por Skype. Me vine de vacaciones; estuve tres días y pensé: Aquí es. No necesitaba buscar más. Era julio de 2008. Renuncié a mi trabajo y a todo lo que tenía, y en febrero del año siguiente ya estaba aquí».
En el Carmelo ha encontrado «lo que tanto estaba buscando: la verdad, que Cristo me da en todas sus dimensiones. Orar buscando a Cristo con tu pobreza y tus defectos, y encontrarlo como el Amigo que te da la mano, que te ayuda, que no te pide nada a cambio. Hoy soy una mujer feliz. He pasado de una verdad humana a la Verdad con mayúsculas, de una verdad para algunos a la Verdad para todos».
Fuente: Alfa y Omega