por Portaluz
25 Mayo de 2019No ha olvidado José Adelmo Arias aquellas madrugadas de su infancia en Buenaventura (Colombia), cuando 'acolitaba' en la primera misa “de las cinco de la mañana”.
Pronto, con apenas 16 años, su vida daría un vuelco radical cuando -por la necesidad y la presión paterna- se vio forzado “a trabajar en los muelles”. Al comienzo lo hizo para pagarse sus estudios que hacía de noche, dice José. Luego, al descubrir que podía ganar mucho dinero extra cooperando en la salida de cierta “mercancía ilegal”, perdió el rumbo de su vida. Cada vez más y más.
Dinero sucio
Hacia 1967 era un peón más en una empresa de carga que transportaba droga desde Colombia a Estados Unidos. “Trabajaba en esos barcos y por cada kilogramo de cocaína se ganaban como cuatro mil dólares, eso era mucho dinero”, afirma José a Portaluz.
El siguiente paso en su aprendizaje delictivo lo vinculó, relata, como tripulante en una compañía que transportaba bananos a Miami y Nueva York. Y, claro, parte del cargamento era cocaína. En uno de esos viajes aceptó la sugerencia de quedarse en Miami, con la expectativa de colaborar al ingreso de la droga en suelo americano. Pasó el tiempo y nada se concretaba. “Tras seis meses yo estaba prácticamente aguantando hambre y a veces me iba donde una señora santera y recogía los 'pennies' -las monedas negras americanas de 1 centavo- que ella botaba y con eso podía comprarme algo. Las tiraba al patio porque esas monedas son consideradas un mal agüero para los cubanos de la santería”, confidencia.
La maldición del 'palero'
En aquél ambiente José hizo nuevos vínculos y no tardó en conocer a uno que le dio información... Era una mercancía que traía cocaína oculta, le dijeron, y nadie se atrevía aún a sacarla. José se arriesgó y tras lograr liberar el cargamento sin ser detenido, se le abrieron las puertas del narcotráfico local. “Empecé a ganar mucho dinero y pude comprarme joyas, propiedades. Pero en ese negocio uno debe buscar protección y lo hice con la santería cubana. Mi señora y toda la familia nos metimos en eso luego de conocer a un 'palero'”.
En un encuentro ritual aquel palero cubano tiró los caracoles y con mirada del infierno le aseguró a José que debía “coronarse de santo”, vale decir ser un líder ritual de la santería. Le advirtió que, si no acataba esta orden, quedaría paralizado de la cintura hacia abajo. “A los 15 días me pasó lo que me dijo el palero, las piernas no me respondieron y quedé paralizado”. Tiempo después comprendería que todo aquello fue una maldición. “Eso fue obra del demonio para que yo hiciera lo que el palero me había dicho”, sentencia.
Hoy a José no le extraña lo que padeció hasta su conversión, pues libremente se había distanciado de la fe, de Dios, de los mandamientos de Jesús, de la moral. Y confirmando el dicho, tanto fue el cántaro al agua que finalmente se rompió; en el caso de José, acabó preso y también su esposa.
Un regalo de la Reina de la Paz
En la cárcel de forma sencilla, pero efectiva, tendría una particular experiencia de Dios...
“Llevaba como dos años y medio en la cárcel y un día que estaba aburrido fui donde la capellana del penal, Jennifer Bennington, y le dije: «Misses Bennington, siento que quiero leer algo» -ella sabía que yo era católico- «¿Usted no tiene algo que le haya llegado sobre la Iglesia Católica para que pueda leer?» Entonces me responde: «Mire me acabo de enterar que llegaron libros del Centro de Paz de Boston, saque lo que usted quiera de allí». Yo fui, me arrimé y saqué dos libros. Uno de ellos era un relato de la aparición de la Virgen de Medjugorje. Ya en mi celda, apenas lo empecé a leer, en la primera página, lloré como un niño pequeño. Ese libro lo leí todo lleno de lágrimas, yo lloraba y lloraba. Pero lo más importante es que cuando terminé de leer ese libro sentí mi alma diferente. Creo que la Santísima Virgen María me limpió de toda la porquería que yo había recogido con la santería... no fue por un exorcismo ni nada, solo una liberación por ella misma, que me limpió por completo”
A partir de esta experiencia espiritual José recibió catequesis y formó un grupo de oración en el penal. Rezaban el rosario y ahí, dice, la Virgen tocaba las almas de muchos.
Recuperada la libertad comenzó a dedicar buena parte de sus días a la evangelización. Ahora cuando ya tiene 70 años testimonia ser un hombre feliz, centrado en Cristo. “Debemos fijar nuestra meta no en las cosas materiales, sino en las cosas espirituales, esta vida es una sola y después viene el juicio”, comenta al despedirse.