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Por ambición una periodista terminó en la cárcel, donde Dios la rescató

"El día que me esposaron para trasladarme a la cárcel sentí la presencia de Jesús en un aro metálico y de la Virgen María en el otro (...) les pedí que no me soltaran, y ahí empezó mi quiebre que pasaría a ser camino de transformación".

por Portaluz. Ana Beatriz Becerra

21 Junio de 2018

La conocida periodista colombiana Adriana Arango había montado con su esposo Javier Coy una empresa comercializadora de rosas, para exportación. El negocio empezó a crecer y movidos por la ambición acordaron expandirse estableciendo sucursales propias en otros países.

No tenían el dinero para hacerlo, tampoco el expertise o asesoría apropiada para evaluar y desarrollar tal emprendimiento. Pero tentados por las ganancias que proyectaban se obsesionaron; batallaron hasta obtener más de 20 préstamos, primero de la banca, luego de otras entidades financieras y también de privados.

“Había un error, un error gravísimo, que es la ambición (...) Empezamos como dice mi esposo, a tener sueños de millonario con bolsillos de pobre”, comienza a relatar Adriana a Portaluz.

¿Quién está libre de pecado?

Viéndose atrapados por los intereses, sumado a otros factores del mercado que perjudicaron el negocio llegó el pánico. Además de haber captado de forma irregular el financiamiento y al no cumplir los compromisos adquiridos, la justicia intervino decretando embargo, sincerando la deuda millonaria e imputándoles cargos por “estafa agravada”. “Yo no tuve la intención de robarme la plata, ni tenía un Lamborghini parqueado en Panamá, tampoco departamento en Miami o Dubái. Estaba absolutamente quebrada, me equivoqué, no fui capaz de decir la verdad, pero no era una delincuente”, señala Adriana con pesar y recuerda el singular abandono en Dios que inició en ese instante. “El día que me esposaron para trasladarme a la cárcel sentí la presencia de Jesús en un aro metálico y de la Virgen María en el otro (...) les pedí que no me soltaran, y ahí empezó mi quiebre que pasaría a ser camino de transformación”.

Cumplió condena de prisión por cinco años y dos meses en su domicilio, más nueve meses en la cárcel Buen Pastor de Bogotá. El miedo y la vergüenza dañaban, dice Adriana, también dolía la angustia de no poder cuidar apropiadamente a sus tres hijos o enfrentar a familiares y amigos. Pero agradece la experiencia de humanidad y espiritual vivida en prisión desde la primera noche: “Pude sentir el manto amoroso de Jesús sobre mí, su presencia diciéndome aquí estoy, vas a estar bien no tengas miedo, aquí estoy. Fue como la primera manifestación real de que yo iba a poder sobrellevar esa situación (...) y dormí perfecto esa noche”.La vida sin rumboEducada en un colegio de monjas, lo espiritual no era el motor en la vida de Adriana. “Éramos una familia católica tibia, sólo cumpliendo el tema de los sacramentos por un tema social (...) Un santo Rosario quizá en los velorios, cuando de pronto se moría alguien. Pero no tenía conciencia real de lo que eso significa en mi vida: la presencia de la Virgen”.

Destacó en la Universidad mientras estudiaba periodismo y nada más egresar la contrataron en un canal regional. Luego conoció el éxito como presentadora en el noticiero líder del momento en Bogotá. Estuvo cinco años casada, fue madre de dos hijos y tras separarse pasó un largo tiempo sin rumbo. “Tuve relaciones muy mal sanas o sea con personas que no me convenía, con hombres que tenían otras relaciones y empecé a vivir una vida loca muy desorganizada”. Cuando su resistencia emocional estuvo al límite Adriana corrió a pedir la ayuda del cielo en una eucaristía. “Dios mío si hay un hombre para mí que me pueda hacer feliz y que yo haga feliz, mándamelo, yo ya no quiero seguir viviendo esta vida, ayúdame si hay alguien para mí, Tú me lo pones”, confidencia haber rezado.

Javier Coy Troncoso, su actual esposo -con quien tuvieron una hija, Natalia- fue la respuesta de Dios. Estaba agradecida, pero su fe no era aún firme y ambos se dejarían seducir por la ambición de triunfar como empresarios, actuando alejados de la ética, hasta terminar en la cárcel, donde Adriana viviría su conversión definitiva...

Así resume esta profesional aquella experiencia de muerte y resurrección: “Dios me puso, un hombre muy bueno, con errores, bloqueos, apegos, equivocaciones como todos. Yo también tengo mis errores, mis equivocaciones, mis bloqueos, mis apegos; y los dos juntos vivimos esa experiencia de privación de la libertad, lo que debíamos vivir. Pero sin embargo Dios nos permitió ponernos al día con Él, primero que todo pedirle su perdón y misericordia, empezar de cero...”.

Hija amada por Dios

Adriana agradece hoy a Dios las caricias y cuidado que siempre le ha prodigado, también en aquellos años. Una de ellas, dice, es el haberse podido despedir -mediante conexión por computadora- de su padre moribundo y esa primera Semana Santa privada de libertad donde vería la verdad de su alma, como nunca había experimentado. “La semana santa fue determinante, en un proceso muy mío...”, comenta sin dar más detalles. Luego en la cárcel, señala Adriana, fue vital la presencia cercana del sacerdote Alfonso Llano quien en visita imprevista le preguntó: «¿Tú has leído la Biblia?», dejándole de obsequio un ejemplar que nutre desde entonces su vida. Pero el salvavidas sería la devoción mariana por excelencia: el rezo del rosario. “Todos los días, fue mi tanque de oxígeno, lo que me mantuvo en pie y entender que todo pasa; son las circunstancias de la vida, a través de las cuales Dios te dice: Aquí estás hoy y mañana no sabes dónde, pero si estás de mi lado no temas”.

Ese proceso de conversión y el compartir junto a otras reclusas con más heridas que las suyas, la prepararon para pedir perdón a quienes perjudicó con su ambición, reparar y perdonarse a sí misma. “Me perdono a mí misma, por mis errores y por todas mis equivocaciones que cometí. Dios es un Dios de misericordia, de perdón, y pido perdón a las personas a la cuales tronqué su propósito de toda su vida porque confiaron en mí”, reitera.

Está feliz agrega, de poder dejar registro de su testimonio de conversión en Portaluz y se permite aconsejar a quienes estén leyendo... “que no se vayan por la carretera destapada, pues hay una autopista maravillosa de amor (...) que tiene de pronto trancones, tropiezos, pero uno siempre sabe que de la mano de Dios se llega a buen puerto. Las experiencias que nos toque vivir son una oportunidad de fortalecer nuestra fe (...) Yo me siento afortunada de haber vivido esta experiencia; como dice Javier, yo no le cambio ni una coma a esta historia porque Dios nos eligió para vivir algo muy fuerte, algo muy doloroso, pero era para mostrarnos ahí su rostro y su luz”.