El órdago del CEO Javier Barragán que "incluye a Dios" en la gestión del patrimonio
Hace siete años, Borja Barragán -quizá animado por la parábola del administrador fiel (Lc 12,32-48)- dejó el banco donde trabajaba y fundó Altum Faithful Investing, una empresa de asesoría financiera que se desafía a incorporar en las decisiones de inversión el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia. "A ojos de la sociedad tenía una vida de éxito, pero en mi corazón había un anhelo de algo más, porque de lunes a viernes soy un tiburón y los fines de semana, un family man".
Vivimos -dice Barragán- en un mundo tan secularizado "que prácticamente no metemos a Dios en ninguna decisión, salvo la misa del domingo. En Altum hacemos un pequeño órdago: ¿por qué no incluir a Dios en algo aparentemente tan alejado de la fe como la gestión del patrimonio?"
Barragán considera que el mundo financiero no es un entorno más difícil para aplicar la Doctrina Social de la Iglesia que otros. El truco -señaló hace algunos meses en una entrevista con Aciprensa- está en preguntarse sobre el bien o servicio que ofrecemos: "¿Genera un bien común o solamente un bien para unos pocos? Yo creo que ese planteamiento en el fondo nos lo podemos hacer todos en cualquier oficio que estemos".
Sobre esta experiencia profundiza en una entrevista recién difundida por La Antorcha, revista gratuita que edita la Asociación Católica de Propagandistas en España y que puedes leer a continuación...
La actitud de muchos católicos ante el dinero es temerosa o defensiva, casi como si se librara una batalla contra un enemigo. Otras muchas familias gestionan su patrimonio como si tuviesen que aparcar la fe que profesan. ¿Cómo y por qué se relacionan así los hogares católicos con el dinero?
Si hay que generalizar -no son todos los católicos-, diría que existe una relación insana, más en los europeos que en quienes tienen raíces anglosajonas. La razón es religiosa y cultural. Para un protestante, tener propiedades puede verse como un signo de bendición; el católico, históricamente, ha mirado el dinero con temor por la usura: «tener dinero es malo», etc. También influye la percepción social: «si tiene dinero, lo habrá ganado de forma inmerecida o poco limpia», con algo de envidia. Y hay una confusión general: tratar el dinero como fin y no como medio. Ahí los católicos debemos ponernos las pilas.
¿En qué sentido?
El enfoque anglosajón y el europeo son distintos. Este verano estuve en una conferencia del Napa Institute, en California. Reúnen a promotores de proyectos de evangelización y a filántropos católicos -familias, fundaciones...- para impulsar iniciativas. Es un lugar en el que los religiosos se acercan a filántropos, y la respuesta que se encuentran es: «¿En qué te puedo ayudar?, ¿qué proyectos tienes en tu diócesis?». La idea es clara: «tengo un patrimonio y, como católico, debo proveer para los demás». Un obispo con el que comimos lo resumía así: en Europa, si propones un proyecto, la respuesta suele ser «es imposible»; en Estados Unidos, la respuesta es «dame seis meses y buscamos el dinero». Tenemos que aprender a relacionarnos mejor con el dinero, para que sea un medio neutro: lo hace bueno o malo, cómo lo obtenemos y cómo lo utilizamos.
Pero, a veces, no son pocos los católicos que consideran que confiar en sus medios -sobre todo económicos- es un modo de desconfiar de la Providencia: «Dios proveerá». ¿Hay confrontación entre Providencia y diligencia?
No debemos confundir Providencia con sentarnos a esperar. Dios nos ha hecho providentes de nosotros mismos: nos ha dado inteligencia, dones y talentos para trabajar la creación. Planificar no contradice la Providencia; la encarna. Un padre de familia, un administrador de congregación o un ecónomo deben ahorrar y pensar a largo plazo.
Sí hay una tensión vital entre el «aquí y ahora» y el largo plazo; también entre vida terrena y eterna. Hay que vivirla con equilibrio, practicando virtudes como la templanza. Y Providencia y prudencia van de la mano: si a algunos se nos han dado bienes materiales, nuestro papel no es solo «propietario», sino administrador. Un buen administrador practica la prudencia.
¿Por qué?
Porque, si no, actuaríamos de forma irracional e irresponsable al no pensar en el mañana. A todos se nos ha encomendado alguien: padres de familia, obispos, religiosos. En mi caso -padre de familia numerosa- sería irresponsable no pensar en el porvenir de mis hijos.
A todos se nos ha encomendado alguien: padres de familia, obispos, religiosos. En mi caso -padre de familia numerosa- sería irresponsable no pensar en el porvenir de mis hijos.
¿Cuál es la actitud responsable para un hogar católico al gestionar patrimonio y ahorros? Por aquello de que el mundo dice: «busca el mayor rendimiento, aunque cedas principios; es la ley del mercado».
En general, se percibe el dinero como algo ajeno a lo espiritual y apenas le prestamos atención trascendente... hasta que juntamos dinero y fe: entonces nos volvemos proteccionistas y nos cuesta más prestar dinero que tiempo o contactos. El dinero es importante, porque sostiene a la familia. Y en cómo usamos el dinero nos jugamos la fe. El «éxito» social es «dio el pelotazo, vendió la empresa, tiene millones». Pero nuestro éxito no es batir al mercado ni acumular patrimonio, sino ser fieles al Evangelio al gestionar el dinero. Ahí nos medimos. Los escándalos financieros en la Iglesia lo demuestran: una mala gestión del dinero confiado por los fieles genera gran incoherencia. Lo cómodo sería separar fe y dinero; no podemos. El dinero es ámbito moral, como la familia o la educación. Y recordemos a san Francisco de Sales: se necesitan bienes para hacer el bien.
Vuestro trabajo en Altum se centra mucho en instituciones religiosas y grandes patrimonios, pero ¿cómo se traduce esto para un padre o madre de familia promedio?
No hay recetas únicas; hay discernimiento. Me gusta la pauta de santo Tomás de Aquino, que intento aplicar. Plantea escalones:
1. Cubrir necesidades básicas: techo, comida, descanso.
2. Cubrir necesidades sociales donde Dios te ha plantado: en Occidente, moverse en transporte, teléfono, electricidad, conexión...
3. Proveer a quienes se te han confiado: padres que ahorran para gafas, brackets, una educación católica si es la que desean, etc.
4. Lo superfluo: para santo Tomás debe darse en limosna. Hoy se expresa a la luz del destino universal de los bienes. Conozco personas con lo esencial cubierto y patrimonio no esencial; la diferencia está en su uso: ¿acumular por acumular o ponerlo al servicio de otros? Desde rehabilitar pisos para familias hasta crear fundaciones.
Ese enfoque anglosajón ayuda: «De todo lo que tengo -que no es mío, es de Dios-, ¿cuánto me quedo yo?». Pasar de propietario a administrador cambia todo.
A veces sentimos culpa por tener dinero heredado o fruto de vender una empresa. Si tengo cubiertas mis necesidades, ¿qué hago?
Discernir sin comparar, ni caer en la envidia de «el césped del vecino siempre es más verde que el mío». En mi casa somos nueve: ¿es malo buscar una vivienda más grande para que mis hijos estudien en un cuarto cada uno? No. ¿Es malo tener una furgoneta si la necesito, aunque sea más cara? Lo que no tendría sentido es comprar un coche de cinco plazas en el que no entramos. Cada uno debe trazar la frontera entre esencial y no esencial. La clave es ¿qué hago con el patrimonio no esencial? Para un católico, la respuesta es ponerlo al servicio de personas, sin dilapidarlo. Así puede producir rendimiento para seguir haciendo el bien. Y eso cuesta entenderlo a veces.
Desde una perspectiva católica, ¿es contrario a la fe querer que el patrimonio genere más riqueza en vez de «dar todo de una tacada»?
La aproximación medieval no es la de hoy. Que el patrimonio produzca rendimiento plantea una tensión: cubrir necesidades urgentes hoy o invertir para seguir cubriéndolas dentro de cien años. No hay fórmula mágica; es discernimiento. Hay quien fija un presupuesto anual de donaciones -porque hay urgencias en el mundo que necesitan de nuestro compromiso inmediato- y a la vez preserva capital para necesidades permanentes: hambre, formación... Sería irresponsable darlo todo y quedarse sin capacidad mañana. Lo importante es que el discernimiento exista, no cerrar los ojos.
¿Y hay prácticas concretas?
El diezmo es muy buena práctica. Dedicar a caridad un 10% de tu salario es lo bastante pequeño para no romper tu vida, y lo bastante grande para impactar tu presupuesto familiar. No comparto la idea de «que la Iglesia lo dé todo ya», porque dentro de quince años no quedaría nada para socorrer a los pobres de ese momento. Y recordemos, además, que la propiedad privada es un bien para la enseñanza de la Iglesia: nadie cuida mejor su pasillo que uno mismo; y el pasillo de casa suele estar más limpio que la acera de la calle. Eso sí, es una propiedad al servicio del bien común.
El diezmo es muy buena práctica. Dedicar a caridad un 10% de tu salario es lo bastante pequeño para no romper tu vida, y lo bastante grande para impactar tu presupuesto familiar.
¿Es posible invertir, con criterios fieles a la Doctrina Social de la Iglesia (fondos, índices, acciones, ETF), lo que hacéis en Altum?
Hace diez años habría dicho que era imposible por falta de información; hoy, con la tecnología y la apertura de las compañías, es factible. Y es serio: nuestros hijos comen del dinero que somos capaces de generar. Nosotros evaluamos con objetividad dos cosas antes de invertir en una empresa: Su actividad, ¿entra en conflicto con el Magisterio? Y sus prácticas, ¿chocan con la Doctrina Social, con sus políticas de empresa? Te pongo un ejemplo...
Sí, por favor...
Una empresa que fabrica bolígrafos no entra en conflicto por su producto, pero si dona millones a una organización contraria a la vida o es gran promotora de ideología de género, como católico, debo preguntarme si quiero apoyar eso y lucrarme con ello.
Nosotros aplicamos cuatro criterios: vida, familia, dignidad humana, cuidado y protección de la creación —bien entendida, sin ecologismo idolátrico ni equiparar un oso polar con un feto humano—. Estos pilares emanan de la Doctrina Social y recogen el legado de los últimos pontífices: vida y familia (san Juan Pablo II), dignidad humana (Benedicto XVI) y cuidado de la creación (Papa Francisco) en su recto contexto.
¿Y pasan el filtro suficientes compañías?
Muchas. Analizamos alrededor del 90 % de la capitalización bursátil mundial -más de cinco mil compañías-. Aproximadamente el 70 % no entra en conflicto con el Magisterio; el 30 % sí. Esto rompe esquemas: algunos creen que «no quedará universo invertible» al ser coherentes con la fe. Pero no es verdad: hay empresas en todos los sectores y geografías. El problema es que las grandes gestoras invierten siempre en las más grandes... que suelen acumular más prácticas contrarias a la fe. En lugar de centrarse en su producto o servicio y dar un buen trato a sus empleados, dedican recursos a políticas de lobby y de ingeniería social que chocan con el Magisterio.
¿Y son rentables las inversiones que respetan el Magisterio?
Hay dos tesis que conviene aclarar: «Si invierto solo en compañías acordes al Magisterio, ganaré más». Respuesta: no necesariamente. Depende del talento de quien decide. «¿Hay suficiente universo para batir al mercado?». Sí. Tenemos mandatos y fondos con un número suficiente de compañías para que, con talento, se pueda batir al índice. «Si invierto en 'las católicas', ¿gano más?» No por ser «católicas», sino por cómo se selecciona y gestiona.
¿Habéis analizado índices como S&P 500 o IBEX 35 para saber cuántas pasarían el filtro?
Es una pregunta muy buena y muy curiosa. Del S&P 500, hoy pasarían alrededor de ciento treinta compañías. Hemos hecho ejercicios de backtesting —cómo habría ido invertir en esas ciento treinta a uno, tres y cinco años— y el comportamiento es tan bueno o mejor que el índice convencional. Además, observamos que en EE. UU., las grandes tienden a ser menos conformes a la fe que en Europa, por sus prácticas; aunque esto está variando por los cambios corporativos recientes. Al final, muchas ideologías woke que han promovido las grandes empresas son modas instrumentales para ganar dinero, no convicciones reales.
Muchas ideologías woke que han promovido las grandes empresas son modas instrumentales para ganar dinero, no convicciones reales.
¿Qué es lo que yo no he preguntado que sea importante decir?
San Juan Pablo II, en Christifideles laici, recuerda que «al laico de hoy no le está permitido permanecer ocioso» ante las nuevas realidades. En Altum no podemos estar ociosos con los talentos recibidos: nuestra misión es evangelizar el mundo de las finanzas. Mi mensaje a laicos y familias es: ¿somos espectadores o protagonistas? Seamos generativos, familias entregadas, capaces de tejer cultura cristiana allí donde Dios nos ha plantado. Unámonos entre familias. Y que cada uno ejerza su oficio como católico: primero católico, luego abogado; en nuestro caso, católicos financieros, no «financieros católicos».