Marguerite Picard, una joven canadiense que encontró vida después de la muerte

20 de enero de 2023

Tenía apenas 30 años cuando enfrentó la muerte. Ahora, en retrospectiva, ve cómo esta experiencia le ha permitido reconstruir su vida sobre cimientos aún más firmes.

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La mañana del 17 de mayo de 2018 el canadiense de 35 años Marc-André Lavoie (en imagen siguiente) se encontraba, como era habitual, en su trabajo montando líneas eléctricas. Nada hacía presagiar el brutal y fatal accidente que padecería, destrozando la vida de su esposa Marguerite Picard, la de su hijo, padres y todas las personas que le conocían.

 

 

En una fracción de segundo estaba su cuerpo sin vida… observado por los policías que llegaron al lugar, luego por el personal de salud en el hospital y entre ellos, apareció el rostro de su querida esposa, Marguerite. Para ella, ante el cadáver del hombre que había amado durante tres años, el mundo se desmoronaba en pedazos dispersos. "Después, todo se volvió insípido. Sin embargo, aún tenía que afrontar la muerte del hombre al que había unido mi vida en matrimonio un año antes y al que amaba entrañablemente. El dolor era terrible, sin nombre; es casi imposible encontrar las palabras adecuadas para describir semejante dolor físico y moral", describe Marguerite.

 

Nada más ver el cadáver del esposo comenzó a entrar en una sucesión de emociones dolorosas que escapaban a su control. Lloraba por el mejor amigo, el marido y el padre; pero también porque sentía perder esa vida en común, la vida familiar, los proyectos iniciados y con los que juntos soñaban, todo un futuro que el matrimonio había inaugurado. La frustración, la tristeza, la ansiedad y el miedo se apoderaron del corazón de Marguerite. "Los recuerdos afloraban a cualquier hora del día. Durante varias semanas, fue un verdadero calvario ver el rostro amado en mis pensamientos, pero no encontrarlo en ninguna parte cuando volvía a casa. Pronto, mis tardes a solas se convirtieron en mis acechanzas. Es cruel ver morir a un amante en los inicios de una relación prometedora, pero perder al padre de tu hijo es aún más cruel", confidencia Marguerite.

 

En resumen, ¡no veía salida a esta pesadilla totalmente irreal! ¿Cómo sobrevivir a una pérdida tan monstruosa? Es difícil imaginar un recordatorio más dramático de la fragilidad de la vida.

 

"No ocultaré que, durante varias semanas, dudé de Dios. Incluso quise acabar con esta vida -despiadada- que me destrozó el corazón el 17 de mayo de 2018. Esta duda, esta cólera me acompañaron durante los seis primeros meses de mi viudez. Era tan incomprensible que ya casi no podía funcionar con normalidad. Ya no podía pensar en el futuro. Sólo quería concentrarme en el presente, que ya era aburrido y difícil de vivir, porque mi hijo me necesitaba. Sea cual sea mi estado emocional y físico, soy su madre. Para él, tenía que retomar el camino, a mi ritmo".

 

Fue en esta época de oscuridad cuando Marguerite supo que debía pedir ayuda y una noche en que a pesar de su cólera y disgusto había vuelto a rezar, la ayuda le llegó a través de una lectura: la vida de santa Jeanne de Chantal. "En particular, el duelo que la golpeó a los 28 años. Como yo, había perdido a su marido. Era viuda y tenía cuatro hijos, dos de ellos pequeños. Los crió y luego entregó el resto de su vida a Dios. A ella debemos, con la ayuda de San Francisco de Sales, la fundación de la Orden de la Visitación de Santa María", comenta.

 

En este inicio de reencontrarse con la vida después de la muerte hubo un texto de santa Jeanne de Chantal que le fue muy útil, dice Marguerite, y lo cita: «He dicho y diré siempre con todo mi corazón, con la ayuda de la gracia divina, en todos los acontecimientos de dolor y aflicción que Dios quiera enviarme: ¡Bendito sea su santo nombre! Es una cosa tan incierta y ordinaria, la muerte de los hombres, que no debe sorprendernos; es el fruto de esta vida miserable, que Dios permite que nos suceda, para que, despojándonos de todo lo que podemos estimar, queramos y busquemos sólo su beneplácito, con la esperanza de que un día nos dará la eternidad más santa y deseable» (Carta a Mr. Jaquator, sobre la muerte de M. Toulougeon y Madame de Chantal, Annecy, 7 de noviembre de 1633).

 

 

Al amparo de la oración Marguerite fue abandonándose en Dios hasta abrazar en su alma la certeza de que la muerte es un fruto inherente a la vida aquí en la tierra y el hombre tiene el don precioso de poder fijar la mirada del alma sólo en Dios y desearle sólo a Él.

 

"En el duelo -dice Marguerite- estemos bien rodeados o muy solos, el único verdadero Consolador es Jesucristo. De él vendrán todas las gracias que nos permitirán avanzar en este largo y doloroso proceso. Cuando la muerte nos arrebata a un ser querido, nos destruye, y debemos dejar que Dios nos reconstruya. Esta reconstrucción implicará momentos de soledad en la oración, pero también momentos de compartir con nuestros seres queridos. En pequeños y medidos pasos, veremos cómo se recomponen los pedazos de nuestro corazón que creíamos perdidos para siempre. Y luego, como decía a menudo mi marido: «Démosle todo a Dios, que todo mejorará»".

 

 

 

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