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Junto a los restos de su esposa, carbonizados por la bomba atómica, brillaba un rosario

Tras caer la bomba atómica en Nagasaki, Takashi se consagraría al servicio de los más desvalidos. La muerte, el dolor, pulieron su encuentro con Dios. Su testimonio aún alienta la fe de los cristianos perseguidos en Japón.

por Portaluz

1 Mayo de 2015

La catástrofe mundial que impuso la Segunda Guerra Mundial costó la vida y sufrimientos a millones de inocentes. En una extrema expresión de locura y soberbia, el 9 de agosto de 1945, la ciudad japonesa Nagasaki, recibió el bombardeo mortal del avión norteamericano Bockstar. Aquel cataclismo impactó desde el barrio Urukami, una zona que habitada mayoritariamente por la minoría cristiana misionada 450 años antes por san Francisco Javier. Se estima que más de 80.000 personas murieron directamente o a consecuencia de la mortífera carga radiactiva. Cuarenta años después, en una ceremonia que honraba a las víctimas, alguien citó las palabras de un sobreviviente que decían:

“En Hiroshima hay amargura y alboroto; todo es muy político... El símbolo podría ser un puño cerrado de ira. En Nagasaki hay tristeza, pero también calma y reflexión, no hay política, sino plegarias... Se llora por el pecado de la guerra... El símbolo sería unas manos juntas para rezar”.

Aquel texto eran expresiones de Takashi Nagai, japonés, destacado científico e intelectual... que sobrevivió a la bomba atómica para testimoniar su conversión al cristianismo. Las Campanas de Nagasaki, El río de la Vida, La cadena del Rosario, son algunas obras que -con la sutil profundidad espiritual de su cultura- narran verdades que han nutrido a generaciones posteriores: la solidez de quienes experimentan transformaciones espirituales en medio del desastre.

Takashi nació el año 1908 en Izumo y aunque su familia le formó como a sus cuatro hermanos, en la religión sintoísta en su juventud sentiría la seducción del ego ateo que decantaba desde la ciencia que occidente proponía y también debido a experiencias con maestros que admiró durante su etapa de estudiante en la facultad de medicina en Nagasaki. Pero en el corazón de sus afirmaciones se transparentaba que Takashi tenía impregnada la trascendencia en sus genes... ."Desde la época que estudiaba en la secundaria -escribirá más tarde- me había convertido en prisionero del materialismo. (...) Sentía gran admiración por la maravillosa estructura del conjunto del cuerpo humano, por la minuciosa organización de sus más pequeñas partes. Pero aquello que estaba manejando no era más que pura materia. ¿Y el alma? Un fantasma inventado por unos impostores para engañar a la gente sencilla".

La ciencia y la fe se abrazan

Un día de 1930 recibió un telegrama de su padre: «¡Ven a casa!», decía. Presintiendo la desgracia partió a toda prisa. Al llegar lo confirmaría, pues su madre había sufrido un ataque y perdido el habla. Takashi sentado junto a ella percibe en los ojos maternos la despedida. Aquella experiencia con la muerte cambiará su vida. Es en su desolación que un amigo, sin medir consecuencias, pone en manos de Takashi "Pensamientos", texto del poeta y filósofo francés del siglo XVII Blaise Pascal.

Los contenidos de la obra sanan su dolor y le llevan a quien evitó por años... Dios. Y así, tal como lo vivió aquel físico, Takashi vivirá que la fe no era en nada contradictoria con la ciencia. Este logro vino gracias a su fe en la oración. “Incluso si todavía no podéis creer -anuncia Takashi- no desatendáis la oración ni la asistencia a la Misa. Si me siento siempre dispuesto a comprobar una hipótesis en el laboratorio, ¿por qué no probar esa oración en la que tanto insiste Pascal?”.

Luego de estos primeros retornos a una espiritualidad, decidió salir de su casa y hospedarse con los Moriyama, una familia católica descendiente de los antiguos linajes cristianos que, a lo largo de 250 años de persecuciones, supieron conservar la fe que san Francisco Javier llevó hasta Japón. La pureza de la doctrina que le transmitían ganó el corazón del joven buscador.

En marzo de 1932 le sobrevino una grave otitis que terminó con la audición de su oído derecho, trastornando sus proyectos profesionales... Simplemente ¡no podría usar el estetoscopio! Y decidió re-orientarse hacia la medicina radiológica que recién daba sus primeros pasos en Japón. Takashi le imprimiría un nuevo ritmo.

Mientras, el señor y la señora Moriyama junto a su hija Midori, rezaban por la conversión de Takashi... y entendieron que sus oraciones tenían fruto cuando un el joven los acompañó por primera vez a la misa del Gallo del año 1932.

La guerra y la fe

Al año siguiente Takashi fue movilizado por el ejército japonés para combatir contra los chinos en Manchuria. En un paquete enviado por Midori había un pequeño catecismo que le sirvió de consuelo. A su regreso y luego de escuchar en la catedral de Nagasaki a un joven sacerdote nipón decidió estudiar la Biblia. Retomó también el libro “Pensamientos” de Pascal quedando subyugado por la frase: "Hay suficiente luz para quienes sólo desean ver, y bastante oscuridad para quienes mantienen una disposición contraria".

Ya no había duda en Takashi. Se bautizó en junio de 1934, tomando el nombre 'Pablo', en recuerdo de san Pablo Miki, mártir japonés crucificado en Nagasaki en 1597. Dos meses después sorprendió a toda la familia Moriyama, al casarse con Midori. Y como semilla que da mucho fruto comienza a registrar por escrito sus reflexiones...

"La labor del médico -dirá en una de ellas- consiste en sufrir y en alegrarse con sus pacientes, en ingeniárselas para disminuir los sufrimientos como si fueran los suyos propios. Hay que simpatizar con su dolor. A fin de cuentas, no obstante, quien cura al enfermo no es el médico sino la complacencia divina. Una vez se ha comprendido eso, el diagnóstico médico engendra la oración".

Su labor como radiólogo era una especialidad desconocida en los riesgos y un buen día observó unas manchas en sus manos. Tomó entonces el rosario y pudo recuperar la paz interior. Sus colegas le animaron a que se hiciere una radiografía y otros exámenes. El resultado fue categórico para hipertrofia en el bazo y leucemia. Takashi escribió lo que en aquél instante oró... "Señor, no soy más que un siervo inútil. Protege a Midori y a nuestros dos hijos. Hágase en mí según tu voluntad".

El discípulo forjado en el dolor

Pocos días después una explosión siniestra, manifiesta en su hongo infame, surgía desde Urakami. Eran las once horas y dos minutos del 9 de agosto de 1945 cuando la bomba atómica lanzada por EEUU caía en ese barrio norte de Nagasaki. En la facultad de medicina, situada a menos de un kilómetro del impacto, Takashi volaba por los aires hasta impactarse en el muro lateral, a su derecha, acribillado su cuerpo por trozos de cristal. Poco después solo el caos de muerte y heridos campeó en la ciudad.

Olvidando el daño en su propio cuerpo nuestro científico protagonista trabajó más de 48 horas ininterrumpidas consolando, suturando, entablillando, intubando, ¡lo que fuere necesario!, sanando donde era posible. Luego buscó en el desastre las señales hasta que logró regresar a su casa. En medio de los escombros estaban los restos carbonizados de su esposa. Creyó volverse loco por la desesperación y el horror... entonces, a pocos metros de su amada, observó un objeto que brillaba entre los tonos ocres de aquél desastre. ¡Era el rosario de su esposa! Al tomarlo y rezar con él, según cuenta en sus escritos, inició a recorrer el camino del perdón...

"Dios mío, te doy las gracias por haberle permitido morir rezando. María, Madre de los Dolores, gracias por haberla acompañado en la hora de la muerte... Jesús, Tú que llevaste la pesada cruz hasta ser crucificado, ahora acabas de esparcir una luz de paz sobre el misterio del sufrimiento y de la muerte, la de Midori y la mía”. Fue su oración

Japón se rindió el 15 de agosto de 1945 y en el mes de noviembre, durante el homenaje a las víctimas junto a los escombros de la catedral de Nagasaki, Takashi se dirigió a los congregados:

Es evidente que existe una profunda relación entre la destrucción de esta ciudad cristiana y el fin de la guerra. Nagasaki era sin duda la víctima elegida, el cordero sin mancha, holocausto ofrecido sobre el altar del sacrificio, aniquilado por los pecados de todas las naciones durante la Segunda Guerra Mundial... ¡Debemos agradecer que Nagasaki haya sido elegida para ese holocausto! Debemos agradecerlo, porque a través de ese sacrificio ha llegado la paz al mundo, así como la libertad religiosa al Japón".

Takashi Nagai falleció a la edad de 43 años. El 3 de mayo de 1951 veinte mil personas asistieron a su funeral frente a la catedral. Nagasaki guardó un minuto de silencio mientras las campanas de todos los edificios religiosos sonaron.

Fuente: Las campanas de Nagasaki (trad. William Johnston). Infocatólica.