Una joven sevillana recibe en Adoración Eucarística el llamado a ser Virgen Consagrada para Dios

02 de julio de 2022

“Adorando al Señor, mi enamoramiento alcanzó el punto más alto de mis posibilidades humanas y el deseo de responder a su amor con el don total de mi ser se convirtió en una necesidad de mi alma”, dice en esta entrevista con el portal de la Arquidiócesis de Sevilla.

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El sábado 25 de junio, la Capilla Real de la Catedral hispalense acogió la Eucaristía de consagración de vírgenes de Elisa Heredia Roldán (1987), oriunda de Los Molares, Sevilla. La ceremonia fue presidida por monseñor Juan José Asenjo, arzobispo emérito de Sevilla.

 

EN diálogo con el semanario de la Arquidiócesis de Sevilla Elisa comenzó recordando que el Ordo Virginum es una vocación que nace en una diócesis, desvinculada de una congregación religiosa en particular y cuya misión es servir precisamente a la pastoral diocesana.

 

 

¿Cómo y cuándo fue consciente de su vocación? ¿Cómo ha sido el camino de discernimiento?

Desde mi adolescencia he sentido la llamada del Señor a consagrarme a Él, pero no sabía cómo, pues ninguna forma de vida consagrada ni carisma que conociese coincidía exactamente con aquello que yo vivía, sentía y deseaba realizar. Adorando al Señor, mi enamoramiento alcanzó el punto más alto de mis posibilidades humanas y el deseo de responder a su amor con el don total de mi ser se convirtió en una necesidad de mi alma. Fue entonces cuando decidí ir a hablar con mi pastor, el arzobispo de Sevilla, en ese entonces, monseñor Asenjo.

 

 

¿Qué ayuda ha tenido en este proceso?

En los libros sobre el Orden de las Vírgenes Consagradas que él me dio, encontré por fin mi vocación. La Iglesia confirmó mi carisma y me ha dado todo lo que necesitaba para poder reconocer y realizar en esta preciosa vocación mi verdad y mi propia identidad. He tenido el gran privilegio de haber sido acompañada durante estos años por sacerdotes maravillosos que me han estado apoyando y llevando de la mano en este camino hacia mi consagración.

 

¿En estos momentos qué significa vivir su vocación?

La virginidad consagrada es un don que Dios me ha regalado, una llamada del Señor a ser totalmente suya para siempre y a la que yo, libremente y por amor, he respondido con un sí generoso en el que le he entregado mi vida entera. Vivir la esponsalidad con Cristo es sentirme una sola cosa con Él. Vivir en Él, por Él y para Él, totalmente poseída por su amor. Es comulgar con su corazón, asumiendo sus mismos sentimientos y compartiendo su estilo de vida, entregada completamente a su voluntad y con un celo incansable por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Es también sentirme imagen escatológica, anticipando la realidad de la comunión definitiva con Dios a la que toda la humanidad está llamada a vivir en la eternidad y testigo del amor más grande.

 

¿Qué diría a aquellas personas que se están planteando su vocación y por temor desisten o posponen iniciar el camino?

Les aseguro que no hay nada en el mundo que les podrá hacer más feliz que llevar a cumplimento el plan de Dios sobre sus propias vidas, porque en Él es donde se halla escondida su verdad, la verdad que les hará verdaderamente libres y felices en el corazón. Que no duden, que consideren la felicidad que les aguarda la entrega total a un Dios fiel que los ama con locura y que les llama. “Venid y veréis”. El Señor capacita a sus elegidos y les promete que recibirán cien veces más y heredarán la vida eterna. En el amor no hay temor, dice San Juan. Vale la pena dejarlo todo por ganar a Aquel que lo es todo. Que sean valientes y sobre todo que no caminen solos, que busquen siempre acompañamiento dentro de la Iglesia.

 

 

¿Qué novedad descubre hoy, de su carisma y de la espiritualidad?

La entrega total, irrevocable y definitiva a Dios hoy en día en una sociedad tan secularizada, erotizada, en la que predomina el egoísmo, el individualismo y el materialismo.

 

¿Orar a tiempo y a destiempo?

Pido a la Iglesia en Sevilla que me tenga presente en oración, para que, con la ayuda de la gracia de Dios, viva fiel y santamente la hermosa vocación que el Señor me ha regalado en la Iglesia. Por mi parte, encomiendo al Señor a la Iglesia, que Él reine en nuestros corazones y unidos, cada uno desde nuestra respectiva vocación y elección, podamos alabarle y servirle con alegría y gozo, con todo nuestro amor, como merece su santidad y su majestad.

 

 

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