En 1993 Lilian Acosta Cuesta era la fiscal 248 en la unidad colombiana de investigaciones especiales, adquiriendo notoriedad pública al lograr condena de cárcel para un exalcalde de Bogotá y cerca de 40 concejales, culpables de diversos delitos de corrupción. Su promisoria carrera judicial fue transformándose en la razón de vivir para esta profesional colombiana.
Se alejó así del Dios que sus padres le habían ayudado a conocer, el Dios que es piedra angular en la vida. Pero quedaban los recuerdos, como que la mejor enseñanza de la fe fue haber visto a su madre “todos los días a las 6 de la tarde rezando el rosario” y también el que toda la familia, cual día de fiesta, asistían a misa los domingos, destaca Lilian en diálogo con Portaluz.
“Yo soy de una época en la que éramos muy obedientes a nuestros padres, el respeto por los padres era absoluto” nos dice. Fue tal vez su proceso de integración al ambiente universitario y nuevas amistades los que la llevaron a identificarse -sin ser muy consciente- con el laicismo …: “En esa época de mi vida era más divertido salir con los compañeros y tomar vino que pensar en Dios, esa es la verdad” recuerda.
La pasión de Lilian
Tras graduarse como abogada se incorporó al poder judicial en Colombia, trabajando primero en la Corte Suprema de Justicia, hasta ser elegida fiscal. Su pasión era trabajar. “Los noviazgos eran normales, de una persona joven de esa edad, entonces nunca me casé por una razón sencilla, había que elegir entre un hogar y un trabajo bien hecho, en ese momento las dos cosas eran incompatibles, yo me quedé con la segunda, no sé si hice bien o mal pero así se dieron las cosas”.
Junto a su ascenso profesional se abría a conocer nuevos caminos espirituales vinculándose a un movimiento de la Nueva Era llamado “Insight” cuyos seminarios de formación validaban la reencarnación y otros conceptos que diluían la fe en que había sido formada. “Pensé que me iban a hablar del Jesús que yo conocía, que le había oído a mis padres, resultó que no. Jesús era otro profeta más, igual que Mahoma o Buda”.
“Señor no me vayas a dejar así”
Este orden de su vida que había construido comenzaría a desmoronarse durante el amanecer de 11 de septiembre de 2004. Despertó sintiendo una intensa taquicardia y al intentar incorporarse los mareos y una imposibilidad de mover todo su lado izquierdo le dejaron anclada en el lecho, aterrada. Esa misma noche ingresada de urgencia en cuidados intensivos, “le clamaba a Dios desde mi corazón: «Señor no me vayas a dejar así»”, confidencia.
El neurólogo médico Juan Carlos Molano del centro hospitalario Fundación Santa fe de Bogotá fue rotundo con el hermano de Lilian para indicar que ella había padecido un grave Accidente Cerebrovascular (ACV). Las siguientes 72 horas permitirían conocer las consecuencias, indicó el facultativo. Comenzó un acompañamiento psiquiátrico para la necesaria contención emocional y aunque la parálisis del lado izquierdo de su cuerpo le obligaba a usar silla de ruedas, Lilian se aferró a la fe: “El ánimo se mantuvo arriba como se mantiene ahora, ese fue el primer gran regalo de Dios” comenta.
La Virgen de Fátima visita su casa
Fue así, prosigue narrando, que se abandonó en Dios y la consecuencia benéfica de esta opción es lo que hoy le permite afirmar que “esta enfermedad es la mayor bendición porque Dios me hizo este gran regalo”.
Como en tantos otros testimonios, también esta profesional colombiana da cuenta de la intervención mediadora de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, cuya imagen -que ella interpretó como un signo de Dios- llegó a su hogar por sugerencia del movimiento Caballeros de la Virgen. La pedagogía de preparar el altar, comprar lindas flores y el rezo cotidiano del rosario -que se volvería su oración predilecta- trajeron paz y esperanza a Lilian.
Con este capital de gracia la “sanación interior comienza a producir también la recuperación física”, testimonia Lilian y, con alegría, como en antífona de Salmo, nos dice al finalizar: “El Señor me rescató”.