Un joven fraile carmelita dice que reza el Rosario “para ir a Dios” y exhorta: “dejémonos enamorar por esta oración”

16 de diciembre de 2022

“Mejor aún, enamorémonos de Aquel cuya vida meditamos en esta oración. Hagámoslo junto con María, nuestra Madre. Y los jóvenes, al sentir nuestra fuente de alegría, la querrán para ellos”.

Compartir en:

 

La exhortación de fray André de Santa María, que cita el titular, valora el rezo del Rosario y es también un llamado a rezarlo en conciencia… "Tantas veces -dice el fraile- nos contentamos con repetir como loros ciertas fórmulas, pasando las cuentas a gran velocidad o incluso a muchísima velocidad. Y llegamos al final sin darnos cuenta de por dónde íbamos".

 

En esta entrevista publicada en el portal web del Santuario de Fátima fray André -31 años, oriundo de Mafra (Portugal), carmelita descalzo del convento de Avessadas, en Marco de Canaveses -comparte su certeza de que el Rosario es un ejercicio espiritual, en el que "la repetición de los Padrenuestros y las Avemarías se convierte en la música de fondo que acompaña este tiempo en el que María nos habla de Jesús, nos conduce a Él, lo que hace que nuestro corazón y nuestra vida se transformen de un modo sutil pero radical".

 

El rezo del Rosario fue pedido insistentemente por Nuestra Señora durante las Apariciones de Fátima. ¿Cómo describiría y qué significado tiene esta oración mariana?

San Pablo VI utilizó una expresión muy bella para referirse al Rosario: compendio del Evangelio. Creo que esta expresión dice mucho de lo que es esta oración. Los diferentes misterios que meditamos corresponden, por así decirlo, a un resumen de la vida de Jesús. Al rezar el Rosario, se nos invita a entrar en esos momentos clave de la vida del Señor. Pero no como un simple espectador que ve una obra de teatro y luego vuelve a su vida como si nada hubiera pasado. Entramos en la vida del Salvador con la conciencia de que esta vida habla a mi vida, de que los misterios que medito me impactan y quieren transformar lo concreto de mi ser. Y lo hacemos en compañía de Aquella que mejor lo vivió, Aquella que todo lo guardaba en su corazón (cf. Lc 2, 51) y que hoy quiere llevarnos de la mano, para que nosotros, sus hijos, hagamos un camino de unión con Cristo. El Rosario, entonces, es la invitación de María a meditar con Ella y en su compañía la vida de su Hijo, para que Él entre en la nuestra.

 

 

Si es una llamada a la intercesión y a la conversión, ¿Cómo debe rezarse?

Creo que la conversión puede concebirse como un giro de nuestro corazón hacia Dios. Es una reorientación, un cambio de dirección. Si antes andábamos por un camino que nos alejaba de Dios, o al menos no nos acercaba a Él, la conversión es tomar un camino nuevo que nos acerca cada vez más a Dios, a sus sentimientos, a sus criterios. El Rosario, en cuanto llamada a la conversión, puede considerarse como un itinerario, un camino seguro que nos ayuda a ir hacia Dios. ¿Cómo rezarlo? Comprendiendo quién soy y quién es Aquel de cuya vida medito en cada misterio. Darme cuenta de que lo hago de la mano de la Madre que me fue dada por Jesús la cual nunca me abandona, nunca me deja solo y sólo desea mi mayor bien. Comprender que el misterio que medito es un misterio que habla a mi vida. Comparar las situaciones concretas que vivo -que me preocupan o me serenan, me entristecen o me alegran- con las situaciones que vivió Jesús y que medito en los diversos misterios, para asumir sus valores, su modo de pensar y de leer la realidad. Así, poco a poco, nos acercamos más a Dios, tomamos conciencia de que realmente nos llama cada vez más y, sin que nos demos cuenta, hace maravillas en nuestras vidas, como un día hizo en la vida de María.

 

 

En el Carmelo, imagino, se lo toman como un ejercicio espiritual permanente... ¿Puede desarrollar esta idea?

El Carmelo es todo de María. Este es un lema común en el Carmelo, pero más que un lema, es un recordatorio constante del núcleo de nuestra vocación. Los carmelitas tienen la enorme audacia de llamarse hermanos/hermanas de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo. Al llamarnos hermanos de Nuestra Señora -que es nuestra Madre y Reina- nos situamos en un nivel de cercanía y de gran intimidad con María. María es nuestra hermana mayor, la que, como una hermana austera, nos indica los caminos a seguir, nos muestra las virtudes a cultivar y nos señala la meta a alcanzar. Así, María es una presencia constante en la vida del carmelita. Por eso el Rosario, aunque no es una oración comunitaria obligatoria, es el momento por excelencia para vivir en compañía de María que, a través de esta oración, cumple su misión: conducirnos cada vez más a la intimidad con Cristo.

 

 

Con María, aprendemos que rezar es en primer lugar estar con Jesucristo... ¿Cómo permite este ejercicio espiritual una oración tan repetitiva como el Rosario?

Santa Teresa de Jesús definía la oración como un acto de amistad, a menudo a solas con Aquel que sabemos que nos ama (cf. V 8,5). Para los carmelitas, la oración es esta relación en la que estamos con Jesús, Aquel que nos ama. El Rosario también cumple o puede cumplir este cometido. Si repetimos mecánicamente los padrenuestros y las avemarías, creo que no estamos rezando correctamente. Veamos el siguiente ejemplo: podemos enseñar a un loro a repetir el Padre Nuestro y el Ave María. Pero cuando lo dice, no está rezando. Está repitiendo como un loro. Ahora bien, la dificultad del Rosario es la siguiente: muy a menudo nos contentamos con repetir como loros ciertas fórmulas, pasando las cuentas a gran velocidad o incluso a muchísima velocidad. Y llegamos al final sin darnos cuenta de por dónde íbamos. Por lo tanto, creo que el problema radica en la forma en que vemos el Rosario. Si entiendo el Rosario como un momento en el que María me toma de la mano y me "muestra" la vida de Jesús, como si estuviéramos en su regazo mirando el álbum de fotos de la vida del Señor, entonces mi predisposición cambia. Entonces, lo más importante ya no son los padrenuestros y las avemarías, sino ese momento en el que estamos en el regazo de la Virgen, "viendo" o, si queremos, "oyendo" de boca/corazón de María lo que sucedió en la vida del Señor en ese momento concreto. Así, la repetición de los Padrenuestros y las Avemarías se convierte en la música de fondo que acompaña este momento en el que María nos habla de Jesús, nos conduce hacia Él, y así nuestros corazones y nuestras vidas se transforman suave pero radicalmente.

 

A través de la contemplación de los misterios del Rosario, ¿podemos llegar al verdadero rostro de Dios?

Los misterios del Rosario tienen la virtud de situarnos en momentos clave de la vida de Cristo. La verdadera cuestión, entonces, es si, a través de Cristo, llegamos al verdadero rostro de Dios. El mismo Jesús dijo al apóstol Felipe en tono de reproche: " ¿Hace tanto tiempo que estoy con vosotros y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9). Quien ha visto a Cristo ha visto al Padre. Cristo es el verdadero rostro del Padre. Por eso, el evangelista Juan, al principio de su Evangelio, aclara que nadie ha visto nunca a Dios, sino que el Hijo nos lo ha dado a conocer (cf. Jn 1,18). Creo que la clave está aquí, porque el Rosario es una oración cristocéntrica más que mariana. Mejor dicho: el Rosario, por ser una oración mariana, es una oración cristocéntrica. Y es que María nunca llama la atención sobre sí misma, sino siempre sobre su Hijo. Esto es lo que nos dice el Evangelio y esto es lo que sucedió en Fátima: la Virgen siempre señala a Dios, nunca a sí misma. Además, Ella misma es Transparencia de Dios. Cuando la miramos, desaparece ante nuestros ojos y, sin saber cómo, nos encontramos cara a cara con Cristo. ¿Y qué hace el Rosario? A través de María entramos en contacto con Cristo, "vemos" el verdadero rostro de Cristo. Y el rostro de Cristo es el verdadero rostro de Dios. Así que sí, podemos llegar al verdadero rostro de Dios porque, a través de la oración del Rosario, podemos desvelarlo en Cristo.

 

 

El rezo del Rosario es también un signo de la perseverancia de nuestra consagración al Corazón Inmaculado de María: el mal jamás triunfará. ¿Podemos decir, por tanto, que es la verdadera oración de paz y por la paz?

No sé si se puede decir tanto. No recuerdo dónde, pero creo que la propia Sor Lucía reflexionó sobre la razón de la insistencia de Nuestra Señora en el rezo del Rosario. De hecho, podríamos preguntarnos: ¿por qué nos manda el Cielo rezar el Rosario? ¿No es la misa diaria una oración igual de buena o incluso mejor que el rosario? ¿O por qué no la Liturgia de las Horas o la Lectio Divina? ¿Es el Rosario una oración "mágica", más poderosa que todas las demás? Yo creo que no, y me parece que la Hermana Lucía pensaba lo mismo. Entonces, ¿por qué la insistencia en rezar el Rosario? Sor Lucía dijo alguna vez que creía que la Virgen nos había dicho que rezáramos el Rosario simplemente porque podemos hacerlo. De hecho, hay personas que no tienen la posibilidad de participar diariamente en la celebración de la Eucaristía. Todavía hay muchas personas que no saben leer como para rezar la Liturgia de las Horas o hacer la Lectio Divina. Pero el Rosario, sí, todos podemos. Y todo el mundo es todo el mundo. Todos podemos encontrar quince minutos en nuestro día para rezar esta oración. Por su contenido repetitivo, todos la conocemos y todos podemos decirla en las ocasiones más variadas. ¿Y dónde entra la Paz en esta ecuación? Me parece que la Paz, siendo un don de Dios, como todos los dones, exige algo de nosotros. De hecho, Dios no es un mago que agita una varita y la paz aparece por arte de magia, sino que hace algo mucho más interesante: nos da la oportunidad de ser instrumentos eficaces de paz en nuestro mundo. Pero para ser instrumentos eficaces de Paz, tenemos que cambiar nuestros corazones. Sin embargo, sólo Dios puede provocar este cambio. Entonces sí, porque el Rosario es oración, es decir, nos pone en contacto con Dios, entonces cambia nuestros corazones, hace de nuestras vidas un faro de Paz para nuestro mundo. Así que me parece mejor decir que toda oración, porque tiene este efecto, es siempre una oración de Paz y por la Paz.

 

 

¿Cómo podemos fomentar la oración entre los jóvenes e introducirles en este misterio al que el Rosario puede conducirnos?

Creo que, más que buscar formas y novedades, deberíamos pararnos a hacer un serio examen de conciencia. Debemos responder a esta sencilla pregunta: ¿es importante para mí el Rosario? Permítanme hacer una comparación: si un padre es de un determinado club, lo más probable es que su hijo también lo sea. ¿Y por qué? Porque el padre transmite al niño su alegría, su amor por su club. Del mismo modo, si el Rosario es -y perdonad que lo diga- una carga, si es simplemente una obligación que tengo que cumplir, por la que tengo que pasar, entonces podemos dar tantas vueltas como queramos, pero nunca convenceremos a nadie, nunca podremos inculcar a otra persona un gusto que nosotros no tenemos. Pero si el Rosario es importante para mí, si es un momento en el que, a través de María, encuentro verdaderamente a Cristo, en el que descubro su rostro por intercesión suya y de nuestra Madre, entonces ya tenemos la respuesta. No se trata de demostrar ni de inventar nada. Se trata de hablar con toda la verdad sobre esta oración que tanto significa para mí/nosotros. Se trata de dar el testimonio gozoso de que nuestra vida siempre es más bella, más rica, cuando Dios está en ella. En primer lugar, dejémonos enamorar por esta oración. Mejor aún, enamorémonos de Aquel cuya vida meditamos en esta oración. Hagámoslo junto con María, nuestra Madre. Y los jóvenes, al sentir nuestra fuente de alegría, la querrán para ellos.

 

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda