Período del relato: 15 de agosto.
Año: 48.
Lugar: Jerusalén.
Hora de inicio del relato: Momentos antes de la hora Nona
“El Tránsito de la Santísima Virgen fue el año 48 después del nacimiento de Cristo… ¡Ay su Tránsito estuvo lleno de tristeza y de alegría!...
Algún tiempo antes de su Tránsito la Santísima Virgen rezó para que vinieran los apóstoles a estar con ella. Vi que les anunciaron su llamada en muy diversos parajes del mundo y todavía me acuerdo de lo siguiente:
…Unas apariciones (ángeles) llamaron a todos, incluso a los más alejados, a que se vinieran con la Virgen.
…Pedro estaba recostado junto a una pared y vi que se le acercaba un joven refulgente que le despertó tomándole de la mano y le dijo que debía levantarse y apresurarse a ir con la Virgen, y que encontraría a Andrés por el camino. Pedro, que ya estaba torpe a causa de la edad y la fatiga, se incorporó apoyando las manos en las rodillas mientras escuchaba al ángel. Apenas desapareció la aparición, se levantó, arregló su manto, se remangó la ropa en el cinturón, empuñó el báculo y se puso en camino. Pronto encontró a Andrés, a quien había llamado la misma aparición. En el camino se encontraron más adelante con Tadeo, a quien también se lo habían dicho así. De este modo llegaron hasta donde estaba María en Jerusalén, donde encontraron a Juan…
(Luego llegarían todos los apóstoles).
Los últimos momentos
… Vi mucha preocupación y tristeza… Su doncella estaba atribulada al máximo. La Santísima Virgen descansaba… tranquila. Estaba totalmente envuelta, incluso por encima de los brazos, con un saco de dormir blanco… Tenía el velo recogido sobre su frente en dobleces transversales, y para hablar con los hombres lo dejaba caer sobre su rostro: cuando no estaba sola se tapaba hasta las manos.
Por la tarde, cuando la Santísima Virgen supo que se acercaba su Tránsito, quiso despedirse de todos los presentes: apóstoles, discípulos y mujeres, según la voluntad de Jesús.
Su celda dormitorio estaba abierta por todas partes y ella estaba sentada incorporada en su lecho, blanca, resplandeciente y como transida de luz. La Santísima Virgen oraba y bendecía a cada uno con las manos cruzadas mientras le tocaba la frente. Luego habló a todos y, en resumen, hizo lo que Jesús le había mandado en Betania.
Eucaristía y Unción final
Cuando Pedro se acercó a verla, vi que llevaba en la mano un rollo de Escrituras… Mientras tanto habían preparado el altar y los apóstoles se revistieron para el servicio divino con sus largas vestiduras blancas y el ancho cinturón con letras… Ya estaba este algo avanzado cuando llegó de Egipto Felipe con un acompañante. Pasó inmediatamente a ver a la Madre del Señor, recibió su bendición y prorrumpió en llanto.
Entretanto, Pedro había terminado el santo sacrificio. Había consagrado y recibido el cuerpo del Señor y se lo había dado a los apóstoles y discípulos presentes. La Santísima Virgen no podía ver el alatar, pero durante el santo sacrificio estuvo sentada, incorporada en la cama con profundo y constante recogimiento.
Después que Pedro comulgó, dio el Santísimo Sacramento a todos los apóstoles y luego le llevó a la Santísima Virgen la comunión y la Unción final. Todos los apóstoles le acompañaron solemnemente… La Santísima Virgen descansaba sobre su espalda, tranquila y pálida. Miraba arriba constantemente, no hablaba con nadie y estaba como en arrobo permanente. Centelleaba de anhelo y yo podía sentir aquella ansia que la sacaba de sí. ¡Ay mi corazón también quería subir a Dios junto al suyo!
Pedro se acercó y le dio la Unción final más o menos en la misma forma que se hace en nuestros días. Con el óleo santo de la cajita que sostenía Juan, la ungió en la cara, manos, pies y en el costado, donde su ropa tenía una abertura para que no quedara al descubierto lo más mínimo. Mientras tanto los apóstoles estuvieron rezando como en el coro, y después Pedro le dio el Santísimo Sacramento.
Para recibirlo, se incorporó sin apoyarse y luego volvió a tenderse. Los apóstoles rezaron un rato y entonces Juan le dio el cáliz. Al recibir el Santísimo Sacramento entró en María un resplandor, volvió a caer como extasiada y ya no habló más. Entonces los apóstoles regresaron con los santos vasos en el mismo orden solemne al altar… Más tarde volví a ver a los apóstoles y discípulos rezando de pie en torno al lecho de la Santísima Virgen. El rostro de María estaba florido y sonriente como en su juventud, sus ojos miraban con santa alegría.
El alma de la Santísima Virgen se separa del cuerpo
Entonces vi un cuadro maravillosamente conmovedor… pude mirar dentro de la Jerusalén celestial como a través de un cielo abierto.
Bajaron dos superficies de gloria como nubes de luz, en las que aparecían muchas caras de ángeles y entre las que fluía una vía de luz hasta María. Vi por encima de María una montaña resplandeciente que entró en la Jerusalén celestial, hacia la cual María extendió sus brazos con infinito anhelo, y vi que su cuerpo se levantaba, con todos sus envoltorios, tan alto por encima del lecho que se podía mirar debajo. Vi salir su alma de su cuerpo como una pequeña forma de luz infinitamente pura que ascendía flotando con los brazos alzados por la vía de luz que subía al cielo como una montaña de luz.
Los coros de ángeles de las dos nubes se juntaron detrás de su alma y se cerraron separándola de su santo cuerpo, que en ese momento de la separación volvió a caer en el lecho con los brazos cruzados sobre el pecho.
Mi mirada siguió su alma y la vi entrar por la vía luminosa en la Jerusalén celestial hasta el trono de la Santísima Trinidad. Muchas almas se precipitaron hacia ella con respetuosa alegría, entre las cuales vi a muchos patriarcas y a Joaquín, Ana, José, Isabel, Zacarías y Juan el Bautista. Pero ella se elevó a través de todos hasta el trono de Dios y de su Hijo quien, irradiando aún más luz por sus heridas que por toda su aparición, la recibió con amor divino y le hizo entrega de una cosa que parecía un cetro, al tiempo que le mostraba abajo en la Tierra todo a su alrededor, como si le entregara un poder.
De este modo, mientras veía el alma de María entrar en la gloria celestial, me olvidé de todo lo que pasaba en torno a ella en el cuadro de la Tierra. Algunos apóstoles, por ejemplo, Pedro y Juan, tienen que haberla visto también, pues tenían alzados sus rostros. Los otros estuvieron la mayor parte del tiempo arrodillados y completamente prostrados en el suelo. Todo estaba lleno de luz y de resplandor como en la Ascensión del Señor…
Cuerpo y alma asuntos
Vi que el cuerpo de la Santísima Virgen brillaba al descansar en el lecho con el rostro como una flor, los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre el pecho. Supe que la hora de su Tránsito fue la de la nona, la misma que murió Jesús…
Luego vi también…como si bajara del cielo… una vía de luz en la que venía una figura fina como si fuera el alma de la Santísima Virgen, acompañada de la figura de Nuestro Señor. El resplandeciente cuerpo de María reunido ya con su alma resplandeciente se levantó… y se elevó al Cielo con la aparición del Señor…
Era de noche y veía a los apóstoles y santas mujeres cantar y rezar… miraban hacia arriba rezando asombrados, o se arrojaban conmovidos a postrarse con el rostro en tierra”.
Testigo que narra: La estigmatizada Ana Catalina Emmerich (1774-1824), beatificada por Papa Juan Pablo II en 2004
Aclaración:
Esta narración de Ana Catalina Emmerich corresponde a visiones personales que ella testimonia haber tenido. En la Iglesia estas son llamadas “revelaciones privadas” que según se señala en el Catecismo de la Iglesia Católica… “no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia.” (Catecismo N° 67) Para mayor beneficio del lector hemos cruzado el texto de Emmerich con antecedentes de la Tradición de la iglesia que constan en archivos vaticanos accesibles online en el sitio vatican.va.
Medio de registro: Escrito de sus Visiones particulares.
Fuente: Autores Católicos. Revelaciones de Sor Ana Catalina Emmerich.
Disfruta la versión audible y letra del Introito en Latin Signum magnum que se canta en la fiesta de la Asunción: