Una de las devociones marianas más extendidas en la Iglesia Católica es “Virgen de la Medalla Milagrosa” que se celebra el 27 de noviembre, muy cercana al inicio litúrgico del adviento. El origen de esta devoción se sitúa en París cuando Sor Catalina Labouré, joven de 24 años que se preparaba para ingresar en las Hijas de la Caridad.

Dios se complació en ella y le ofreció varias visiones místicas. En 1830 la Virgen María se apareció a Catalina con una túnica blanca y un velo del mismo color que le cubría desde su cabeza hasta los pies. Su rostro era bellísimo. Los dedos de la Virgen portaban anillos con piedras preciosas que brillaban y alumbraban en toda dirección. A la altura del corazón sus manos portaban un globo pequeño luciente, coronado con una crucecita, que luego desaparecería.

María extendió sus brazos abiertos de los que brotaban rayos de luz que caían sobre una esfera blanca que era la tierra. Los pies de la Virgen aplastaban la cabeza de una serpiente. Para los judíos y los cristianos la serpiente personifica a Satanás y a las fuerzas del mal. María dijo entonces a Sor Catalina: "Esta esfera que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos, especialmente Francia y cada alma en particular”.

“Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta de poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que nunca me invocan! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque me rezan pocas veces". De pronto en torno a la Virgen se formó una aureola semicírcular desde la mano derecha a la mano izquierda con estas palabras: "¡Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti!".

La medalla ovalada giró media vuelta y en el reverso estaba la Cruz sobre una barra horizontal atravesando la letra M, significando a María. Un poco más abajo estaban el Corazón de Jesús, circundado con una corona de espinas, y a su izquierda el Corazón de la Virgen María, traspasado por una espada. Alrededor de la medalla había doce estrellas, representando a las 12 tribus de Israel y a los 12 apóstoles iniciales de la Iglesia. La manifestación se repitió entre fines de diciembre de 1830 y principios de enero de 1831.

Catalina oyó una voz que le decía: "Hay que acuñar una medalla semejante a lo que estás viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán mi protección". Catalina preguntó a la Virgen cómo debía hacer la medalla. Ella le contestó que hablase con su confesor, el Padre Juan María Aladel, “Él es mi servidor”. Éste, al principio, no creyó a Catalina. Sin embargo, después de dos años, finalmente fue donde el Arzobispo, quien el 20 de junio de 1832 ordenó acuñar dos mil medallas.

Cuando Catalina recibió de manos del sacerdote una parte de estas primeras medallas, exclamó: “Ahora debe ser propagada”. La difusión de la devoción a la medalla se llevó a cabo tan rápidamente que fue considerada un milagro en sí mismo. Al inicio se la llamaba “Medalla de la Inmaculada Concepción”, pero luego, al expandirse la devoción y realizarse muchos milagros, pasó a ser invocada como “Medalla Milagrosa”. Nadie, salvo el director espiritual, conocía la proveniencia de la medalla.

Ya en 1876 Catalina sintió la convicción espiritual de que moriría antes del fin del año. La Virgen le autorizó hablar, rompiendo el silencio de cuarenta y seis años. Catalina, hablando a la Superiora del convento, le reveló que se le apareció la Santísima Virgen. El último día de 1876 falleció Catalina para encontrarse una vez más en los brazos de María, esta vez, sin embargo, en el cielo. La Superiora ordenó difundir el origen de la Medalla Milagrosa.

La medalla nos revela que María es inmaculada ya desde su concepción, dogma decretado por San Pío IX en 1854. Este privilegio mariano se dio en previsión de los méritos de la posterior Pasión de Jesucristo y muestra ya el inmenso poder de la Virgen para interceder por quienes le rezan. Ella, la llena de la Santa Rúaj (Espíritu), toma parte en el combate espiritual contra el mal, cuyo campo de batalla es nuestro mundo. Nos invita a entrar nosotros en la lógica de Dios que no es la lógica del mundo.

Ojalá esta devoción de la Medalla Milagrosa se expanda entre los católicos y también entre otros cristianos, judíos y musulmanes. De esta manera comprenderemos mejor a Dios como la Familia Trinitaria que ha creado a toda la humanidad para que sea su propia familia que brota de la unión de los Corazones de Jesús y de María, derrotando al maligno, al  tentador que busca destruir el maravilloso plan divino.

 
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