El calendario litúrgico de la Iglesia Católica es importante para conocer mejor el plan divino de salvación. Jesús, después de ser crucificado, resucitó y subió a los cielos a la derecha de Dios Padre como muestra de la autoridad que recuperó. Desde allí nos envió a la Rúaj Divina, el Espíritu de Santidad, para constituir la Iglesia su mística Esposa. Después de unos pocos años la Virgen María fue asunta al Cielo en cuerpo y alma a los cielos.

La Iglesia en la tierra ha dispuesto celebrar estos dos acontecimientos salvíficos muy relacionados: la Asunción el 15 de agosto y la Coronación de María Reina el 22 de agosto. Sin embargo, esta segunda fiesta pasa casi desapercibida, aunque tiene gran importancia en la historia de la salvación.

Aclaremos que el título de “Reina”, aplicado a la Virgen María, no se encuentra en la Biblia, pero viene a ser la culminación del plan salvífico de Dios respecto del hombre. Brevemente indicamos que, tal como narra el capítulo 1º del Génesis (1,26-28), Elohim, nombre hebreo plural del Dios Creador, creó al hombre macho y hembra como su imagen y semejanza para procrear hijos y dominar la tierra.

Pero este plan divino estuvo a punto de fracasar. Yahveh Elohim, nombre compuesto para designar a la persona que luego se mostrará como Padre, puso al varón y a la varona (mujer) en el paraíso del Edén para que lo cuidasen y lo disfrutasen. Podían comer el fruto de todos los árboles a excepción del árbol de la ciencia del bien y del mal, que simbolizaba la conciencia divina en el corazón humano que Adán y Eva debían respetar. Ambos estaban desnudos, pero no se avergonzaban.

Según el capítulo 3º del Génesis el diablo envidioso, bajo la forma de una serpiente, sedujo con engaño a Eva indicándole que si comía del fruto del árbol prohibido sería como Dios. Ingenuamente Eva le creyó y comió del fruto y lo compartió con Adán.  Entonces se les abrieron los ojos de la conciencia y se dieron cuenta de que habían desobedecido el precepto de Dios. Al mismo tiempo se les abrieron los ojos y se vieron desnudos. Sintieron vergüenza y se cosieron hojas de higuera para cubrirse. Luego se escondieron cuando Dios vino a pasear al jardín.

Pero Dios, les llamó y les preguntó por qué habían actuado así. Adán confesó que fue la mujer, quien, engañada por la serpiente, había transgredido el mandato divino y que luego a instancias de su compañera también comió del fruto prohibido. Entonces Dios maldijo a la serpiente y le anunció que pondría enemistad entre ella y la mujer y entre sus respectivas descendencias. La serpiente acecharía el calcañar de la Mujer, aunque ésta le aplastaría la cabeza. Pero la mujer sufriría al tener hijos y sería dominada por el varón, quien también fue castigado a cultivar la tierra con fatiga, hasta que, al morir, volviese a la tierra. Dios les expulsó del paraíso y a su entrada puso ángeles querubines para custodiar al árbol de la vida.

Hay que reconocer que los libros del Antiguo Testamento no reconocen a la mujer la misma dignidad del varón. Consideran que la mujer, como consecuencia del pecado original, es inferior en dignidad. Sin embargo, hay también relatos en los que algunas mujeres son alabadas por actuar como liberadoras del pueblo de Israel. Entre ellas sobresale Miryam, hermana de Moisés y Aarón, cuyo nombre significa la “amada de Yahveh”. Ella canta la victoria del pueblo de Israel (Éxodo 20-21). También se relatan sucesos heroicos de algunas mujeres jueces que defienden a Israel. Judit, heroína y gran orgullo de Israel (Judit 15,9) y la Reina Ester (Ester 2,17).

En el Nuevo Testamento sobresale María, la madre de Jesús el Salvador. El Evangelio de Lucas transcribe el Canto del Magníficat, donde la Virgen María con inspiración divina reconoce ser enviada por Dios para dar a luz a su Hijo como Salvador y Liberador (Lucas 1).

El mismo Jesús crucificado, momentos antes su muerte, se dirigió a María llamándole “Mujer” con un sentido esponsalicio, como la “Nueva Eva”, en contraposición a la primera Eva, quien, como hemos indiciado, tentada por el diablo en figura de serpiente, desobedeció el mandato de Dios. De aquí que Jesús es reconocido como el “Nuevo Adán” que deshizo el pecado original del primer Adán.

Al pie de la cruz María fue lavada por el agua y la sangre que brotaron del corazón traspasado de Jesús el Redentor y Salvador. Por ello el título de “Mujer” con el que Jesús clavado en la cruz, invocó a María (Juan 19,25-37) puede ser interpretado como “Esposa de sangre”. Este título es similar al de “esposo de sangre” con el que Séfora invocó a Moisés, tocando sus genitales con el prepucio de su hijo y salvándole así de la muerte, ya que no había sido circuncidado (Cfr. Éxodo 4,25).

Por todo ello la Iglesia Católica reconoce a María, desposada con Jesús en la cruz, como Corredentora, colaboradora principal en la obra de la redención. Cincuenta días después de la resurrección de Jesús, en la fiesta de Pentecostés, los apóstoles reunidos con María recibieron la “Rúaj Divina” (Espíritu Santo) renaciendo como hijos de Dios y hermanos en la única Iglesia de Jesucristo.

 
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