El Padre Aldunate, formador del Papa Francisco, afirma que los “monjes brasileños” son cómplices de “fuerzas tenebrosas”
La nociva expansión de las prácticas espíritas -como aquella de los llamados “monjes brasileños” ya desvelada en otra crónica de Portaluz- tiene una larga data en el mundo; ello, gracias a una incansable publicidad que explota la fragilidad psicoemocional de las personas, su dolor y el anhelo de obtener de forma inmediata, casi mágicamente, la anhelada salud para uno mismo o algún ser amado.
Una moral doblegada por el fanatismo recubre de cierta inmunidad social las falsas curaciones de los líderes y seguidores de estos grupos infestados de médiums, figuras del espiritismo que afirman contactar con los difuntos -habitualmente médicos ya fallecidos-, para ser “canales” de estos en su acción sobre las personas.
“¿Caminos de salud?”
Entre los pastores más firmes en el discernimiento y denuncia del espiritismo y otros males semejantes, destacan las enseñanzas del padre Carlos Aldunate, sacerdote jesuita fallecido en 2018 a los 102 años. Natural de Santiago de Chile, fue amigo de San Alberto Hurtado y formador del hoy Papa Francisco, cuando éste pasó una temporada de formación en ese país. Aldunate es recordado además por su labor como doctor en filosofía, líder de diversos centros educacionales, valioso referente de la Renovación Carismática Católica en su país, además de su labor en la dirección de Ejercicios Espirituales Ignacianos, como su servicio desde el ministerio del exorcismo y las oraciones de liberación.
Justo hace 42 años, en octubre de 1980, este jesuita escribía un artículo donde denunciaba la acción de los espíritas en la conocida revista chilena Mensaje. En el texto que tituló “¿Caminos de salud?”, padre Carlos Aldunate muestra su preocupación al constatar que “en Chile se están multiplicando los casos de personas que acuden a los 'monjes de Brasil' para solicitar una 'operación a distancia'”. Esto, añade, además de otras prácticas semejantes entre las que destacan: “los innumerables cursos, métodos, sistemas que ofrecen perfeccionamiento de la personalidad, desarrollo de capacidades parasicológicas, caminos de felicidad”.
El deber del cristiano
Padre Carlos comienza afirmando que “el cristiano sabe que es un deber suyo cuidar la salud y luchar por ella a través de la medicina”. Y acto seguido, nos recuerda que “ningún bien, por importante que sea, se puede absolutizar. Buscar la salud por cualquier medio, aun por aquellos que acarrean riesgos graves u otros males, puede llegar a ser perjudicial para el hombre”, afirma.
El sacerdote reconoce lo complejo que puede resultar el discernimiento para cualquier 'cristiano de a pie' y es por ello que desde su experiencia y reflexión -a la luz de la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia- ofrece sus consideraciones. Y la primera que hace es la siguiente: estas prácticas suponen una entrega a las propias ambiciones, que “giran alrededor de un engrandecimiento del yo. Son tendencias egocéntricas”, apunta.
La amenaza del egocentrismo sin Dios
Efectivamente, continúa Aldunate, “también la búsqueda de la salud es egocéntrica cuando se la persigue como si fuera un bien absoluto, no subordinándola al plan de Dios. Dios quiere nuestro bien, pero sus caminos no coinciden siempre con nuestros caminos. Su sabiduría es infinitamente superior, y muchas veces las enfermedades, que él permite, pueden ser camino de nuestro mayor bien y felicidad”.
Al final, todos estos sistemas de sanación espiritual o milagrosa y los llamados métodos del potencial humano -se refiere concretamente al yoga, la meditación trascendental, el control mental y la Cienciología- “coinciden en ofrecer un desarrollo personal y, en último término, una felicidad que sería obtenida con las solas fuerzas de la naturaleza humana”.
“Para el cristiano -recuerda el jesuita chileno-, estos sistemas presentan un gran vacío”, ya que desconocen la llamada al encuentro con Jesucristo y suponen la entrega a un “egocentrismo propio del hombre sin Dios”. La persona que cae en sus garras “dedica las mejores horas de su día a un desarrollo personal sin apertura a Dios ni servicio a sus hermanos”.
Otros efectos dañinos que el padre Carlos Aldunate expone son la esterilización de la vida espiritual y la asunción de falsas doctrinas. “El seguimiento de Cristo supone el desprendimiento de sí mismo, el servicio a los demás, la disponibilidad para las invitaciones de Dios. Una concentración excesiva en el propio desarrollo quita el gusto por la oración, la lectura de la Palabra de Dios, la humildad del 'pobre de espíritu', el amar al hermano como Cristo lo amó”.
Las influencias humanas indebidas
Junto a esa entrega a las propias ambiciones, el padre Carlos señala un segundo gran riesgo: el de la “entrega a invasiones humanas” o contaminación psíquica. Jesús ha venido a salvar a la humanidad, a salvarla del pecado y de sus consecuencias. Por eso, “la verdadera salud es liberadora para el cuerpo, el alma y el espíritu”. Sin embargo, “son muchas las personas que, para huir de los dolores del cuerpo, se abren a influjos humanos que las esclavizan en mayor o menor grado”.
Al respecto el jesuita chileno resume en su artículo algunos casos típicos: el recurso a parapsicólogos o médiums para que receten un remedio adecuado a la enfermedad, los “pases” o sanación energética, la hipnosis mal empleada... Ante esto, recuerda las palabras de San Pablo en 1 Cor 6: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? [...] ¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?”.
Por ello -alerta padre Carlos- “debemos cuidar de no contaminarnos con las creencias del parasicólogo, la presión de su personalidad, quizás su afán de ganarnos para alguna secta o causa”. E insiste: “la fidelidad a Cristo y a nuestros hermanos nos mueve a tener cuidado con las relaciones interpersonales, su naturaleza y su profundidad”.
La amenaza preternatural
Dando un paso más, el tercer peligro que identifica el padre Aldunate sobrepasa la esfera humana. “Hay caminos que suponen una apertura ante fuerzas desconocidas, que actuarían fuera de la visión cristiana de Dios y de su plan de salvación. Adentrarse por estos caminos supone salir del área de nuestra fe y comprometerse con otros seres”, afirma, refiriéndose a ellos como “dioses desconocidos”.
Y aquí es cuando el jesuita se refiere concretamente al Templo Espírita Tupyara de Brasil, dejando claro desde el principio que quien acude a ellos “pasa su petición a un grupo de médiums. Éstos no son monjes, sino espiritistas laicos que dedican algunas horas de la semana a las actividades del Templo”. Luego, padre Carlos resume así la actividad de estos espiritistas: “cada médium del grupo tiene ante sí muchas peticiones. Entra en trance y poseído (según cree) por un espíritu, escribe los nombres de los médicos invisibles que intervendrán en cada operación”, previas instrucciones al paciente.
Los peligros del espiritismo
¿En qué se diferencia esto de una intervención quirúrgica real? En que “cuando un enfermo se confía a un cirujano, se entrega a su capacidad profesional de cirujano, y nada más. No se abre a sus creencias ni a sus principios morales. El enfermo tampoco le confía todo su ser, sino solamente cierta parte de su cuerpo para una operación, supongamos de apendicitis. El compromiso del enfermo es limitado y razonable. El cristiano puede pedir a Dios que bendiga esa operación, aunque el médico no sea creyente”, escribe el padre Carlos.
Por el contrario, lo que sucede con los “monjes brasileños” es la invocación de espíritus, algo prohibido por la Sagrada Escritura y por la enseñanza de la Iglesia, que “no juzga la actitud subjetiva de tantos cristianos que acuden a los espiritistas brasileños convencidos de que no son sino 'monjes' católicos que interceden ante Dios”, señala.
Padre Carlos Aldunate, reconoce que “el error y las buenas intenciones salvan a muchos cristianos; no se dan cuenta del significado verdadero de algunas de sus acciones, aunque de hecho quebranten el mandamiento de Dios y la prohibición de la Iglesia”. Pero subraya los peligros que corre quien se adentra por los caminos del espiritismo:
- Entrar en un mundo religioso que es contrario a nuestra fe: en el espiritismo, Jesucristo no es el Salvador, “porque cada hombre se salvaría por sus buenas obras al cabo de repetidas reencarnaciones”.
- Hacerse receptivo de fuerzas desconocidas, “presentadas como manejadas por espíritus que no dependerían del único Salvador”.
- Prescindir de Dios en cuanto a la salud, mediante “el recurso a lo mágico, que es una forma de rebelión del hombre frente a Dios”.
- Perjudicar su vida espiritual, ya que “la credulidad y la complicidad que han tenido con estas fuerzas tenebrosas” suponen, con el tiempo, un serio obstáculo a su seguimiento de Cristo.
- Caer en confusión, pues el creyente se desorienta al poner en el mismo plano a Jesucristo, la Virgen María, los espíritus y los médiums.
La actitud del cristiano
“Estos casos no son propiamente caminos de salud, sino de preservación. Implican culto idolátrico a espíritus de las tinieblas, y por eso comprometen al cristiano en su fe”, afirma tajante el jesuita chileno. Y recuerda, seguidamente, lo que escribe San Pablo: “No quiero que os unáis a los demonios. No podéis beber del cáliz del Señor y del cáliz de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (1Cor 10, 20b-21).
Ante la pregunta de si un creyente puede recurrir al Templo Espírita Tupyara, el padre Aldunate contesta: “el cristiano no podrá entrar por caminos que lo apartan de Cristo y lo llevan a falsos dioses. Sería renegar de su fe. Arriesgarse a la contaminación, adoptar elementos sanos, aun de sistemas no cristianos, lo hará el cristiano solamente en cuanto lo pida su seguimiento de Cristo”, que es el camino, la verdad y la vida. “No hay salud verdadera fuera de Él”.
Esto supone también un desafío para la comunidad eclesial enseña padre Carlos Aldunate: “no basta denunciar y prohibir; no basta instruir, dando criterios; es necesario que el pueblo cristiano conozca realmente a Cristo y esté vitalmente comprometido en su seguimiento”. Porque “una persona que no viva su entrega a Dios, absolutiza la salud. En el momento de la enfermedad, recurrirá a todos los medios para sanar, porque el instinto de conservación será mucho más fuerte que los preceptos y la doctrina”. Frente a esto, hay que intensificar la experiencia de encuentro con el Señor, para “que Cristo habite por la fe en vuestros corazones” (Ef 3, 17).