Dejó su alma expuesta a lobos por décadas y no era consciente de ello, a pesar del evidente deterioro psicológico y espiritual que padecía. Pero cuando Dios empujó los acontecimientos de su vida poniéndolo ante el sacerdote Luis Escobar, su mente se abrió y supo que podría restaurar la paz. Aunque este sacerdote sería sólo como un candil que ilumina el camino. Quien daría la estocada final al demonio sería la Reina de los Ángeles, cuenta a Portaluz un emocionado José Miguel Villegas (nombre ficticio), el beneficiario de aquél signo. Para hacerlo, sin embargo, agrega, ella requería que él participara en la batalla, tomara las armas, las de la fe… retornando a la piedad de sus años de infancia y , buscando el perdón, nutriéndose de Jesucristo en la Eucaristía y manteniendo su “lámpara encendida” con el rezo del Rosario.
José Miguel nació en Chile hace 30 años y fue criado por su madre en la fe católica en una pequeña ciudad, de tradiciones campesinas a 400 kilómetros al sur de Santiago de Chile. Dejó de ver a su padre a diario cuando era un niño y hasta hace algunos meses “la relación entre ambos era lejana, a lo sumo un «hola, cómo estás, cómo te ha ido», cuando le llamaba por teléfono y nada más”, señala. En paralelo, con el paso de los años gradualmente “fue enfriándose la fe”, especialmente cuando llegó el frenesí del trabajo y cierto relajo existencial, comenta José Miguel.
La seducción del enemigo
“Un par de días después estaba en mi habitación, sólo en casa, cuando escuché un golpe en la puerta, como si alguien llamara. Me levanté y vi que no había nadie. Lo encontré extraño pero no le di mayor importancia y regresé a la cama. Pasaron apenas unos segundos cuando escuché nuevamente el ruido y entonces sí me sobresalté. La escena se repitió otros días, así es que gradualmente mi sensación de miedo al llegar la noche comenzó a ser insoportable”.
José Miguel recuerda que le costaba imaginar a su amigo como responsable en algo de todo aquello. Pero no pudo evitar concluirlo cuando después de contarle todo lo sucedido le respondió con absoluto desparpajo que estuviese tranquilo pues aquellos ruidos eran “un buen signo” de que todo iba a mejorar en su vida. “Hoy no te van a molestar, no te van a hacer nada, no te van a ir a molestar, vas a dormir impecable”, agregó. Fue la última frase que le dijo. Desde aquél día decidió dejar de verle.
Los dos años siguientes las molestias nocturnas continuaron, agregándose en ocasiones -de forma inesperada e irrefrenable- estados de angustia que alteraban su calidad de vida. Intentó dar con algún sacerdote que pudiera escucharlo y ayudarle en este problema que suponía era de origen espiritual, pero “me era difícil encontrar alguno que diera crédito a mi problema”. Entonces concluyó que quizás sería mejor consultar un psicólogo y lo conversó con su madre. “Ella no creyó en nada lo que le contaba así es que me desanimé más y dejé todo así”.
El mal muestra su rostro
En algunas ocasiones José Miguel recordaba a su amigo y sentía cierta culpa por haberse alejado suponiendo que era responsable de algo. Casualmente una tarde en el mes de enero de 2012 se encontraron. “Logramos hacer las paces, calmar la ira y rencores”. No pudo dejar de notar que como consecuencia de esta reconciliación, “desde ese día los acosos y ruidos nocturnos desaparecieron”, señala. La prudencia le indicó que debía alejarse, aunque el ‘amigo’ le llamó varias veces por teléfono. José Miguel lo evitaba… y al poco tiempo reiniciaron las manifestaciones que ya no serían sólo golpes en la puerta. “Escuchaba que caminaban por la habitación o estando a punto de dormir algo tomaba por asalto mi cuerpo, me movían o cual si hubiera una aspiradora sobre mí sentía que me succionaban”.
Creyendo encontrar alivio se incorporó en Santiago de Chile a un movimiento venido de la India de inspiración hindú, la autodenominada “Oneness University” liderada desde la India por Sri Amma y Sri Bhagavan, ambos considerados ‘iluminados’ y venerados cual deidades encarnadas por sus seguidores de la India. José Miguel se entregó confiado a la maestra que le asignaron. “Los encuentros eran siempre con sabor a Oriente, pies descalzos, sobre alfombra, con mantras orientales que a mí me seducían porque me inspiraban una paz extraordinaria. Recuerdo una ceremonia en la cual recibimos una imposición de manos para transmitir la energía divina a otras personas y poder ayudarlas de esa forma en sus sufrimientos, en sus enfermedades. Se llamaba a eso bendición de unidad…”, agrega.
Pero lejos de mejorar su condición en los meses siguientes en un par de ocasiones estando a oscuras, dice, vislumbró “por unos segundos con pavor la forma ennegrecida, humanoide, deforme, de ese espíritu maligno que me acosaba”, luego desapareció. Pero la peor agresión ocurrió cuando sin poder evitarlo una noche fue vejado en su intimidad sexual… “es algo que no me es grato recordar ni detallar”, señala.
Mil dólares costaba el rito
José Miguel estaba tan desesperado –“me sentía como niño huérfano”- que pagó sin chistar la suma, reunió una serie de cosas que la mujer le indicó debía llevar -flores y cigarrillos entre ellas- y partió al sur de Chile… (un lugar que para evitarse conflictos prefiere no señalar), en la zona conocida como Araucanía. Tras una semana de ritos que sometieron su mente y cuerpo a una exigencia extrema estaba extenuado y regresó a Santiago. “No pasaron muchos días cuando la presencia maligna nuevamente se manifestó. Es que el Diablo no pierde un sólo segundo de su tiempo”. Temió, dice, que podría volverse loco.
“La desazón y la angustia me impregnaron, pero a comienzos de mayo (año 2014) la luz llegó cuando un amigo del trabajo viéndome demacrado me llevó con un sacerdote que entendía de esto, el padre Luis Escobar”.
El retorno a la fe y el rosario como arma en la batalla
En su caso no sería necesario un exorcismo formal. José Miguel dice que recuerda como si hubiere sido hace unas horas aquél primer encuentro cuando el padre Escobar lo escuchó, oró por su liberación, acogió luego su confesión y le otorgó el perdón, le dio la comunión y le acompañó en la adoración al Santísimo Sacramento expuesto ante el altar…
Los eventos de agresión y vejación fueron distanciándose en las semanas siguientes y “era evidente que el espíritu maligno perdía fuerza”, comenta José Miguel. Pero aún faltaba una ayuda que sería regalada como respuesta a los ruegos del sacerdote (con quien Portaluz corroboró esta historia) y a la práctica de la fe que José Miguel se esforzaba por vivir…
“Un día desperté y recordé el sueño de la noche pasada. En él yo estaba mirando al cielo, porque las nubes formaban una gruta. Me acerqué a ella y escuché una voz que en su interior rezaba el Ave María. En otro sueño vi al padre Luis Escobar entregando a muchas personas la Eucaristía... Pasó aquella semana y el día viernes al salir de mi trabajo, encendí la radio del auto y estaban emitiendo el rezo del Santo Rosario. En ese mismo instante lo entendí todo. Yo tenía que tomar las riendas en esta batalla, encomendarme a Jesús con el auxilio de la Virgen María. Fue así como descubrí en el Santo Rosario, un arma infalible contra el demonio y sus seguidores”.
Con el paso del tiempo y su regreso a la vida cristiana, muy lentamente -señala José Miguel-, ha ido desarrollando valentía espiritual, gustando el poder de Cristo y de su Madre frente a todo mal. “El Santo Rosario es en mi experiencia personal un escudo infalible que me ha devuelto a la paz”.